Usted está aquí
Contra corrido de Vicente Fernández
CONTRA CORRIDO
DE VICENTE FERNÁNDEZ
Es un clarín oxidado
la estupenda voz de Chente,
como sirena de fábrica,
más aguda si más crece.
Lamento de machofembra,
cuánto machín la encarece
en el estupor del bar,
cual mariachi y cual pelele.
En borracheras de hogar,
a la esposa cuánto empesce
escuchar el alarido
hasta horas que no convienen.
Echa luces la patrulla,
su neón de discotéque
escandaliza a los gatos
pero el ebrio ni la ve.
La sirena policial
parece la voz de Chente,
ladrando cual mujer fácil
travestida de teniente.
Una de las pesadillas
que nos deparó la tele
fue la voz de este cantor,
ácida cual mala leche.
Si no es por la admiración
y el respeto que le tienen,
solicitaría del narco
que un buen día se lo escabechen.
Sólo obreros y albañiles
el brusco canto apetecen,
porque lo pueden oír
entre sus sierras y arneses.
Grito de soprano macho
que hace ladrar a los trenes;
su claxon de pato afónico
encabrita a los choferes.
Quién soporta el tableteo
metálico, la corriente
eléctrica de los voltios
que se expanden y decrecen.
En casas de Infonavit,
una bocina convierte
en manzana de discordia
el insomnio de la gente.
Es el bolero industrial
coca cola efervescente
con alcohol de teporochos
y una pizca de alka seltzer.
Vuela y patea quien lo escucha,
su cerebro se adormece:
queda como un pie dormido
que piensa, delira y siente.
Lo desglosa la pandilla:
con sus canas, don Vicente
pasa de ser un santón
a un ídolo adolescente.
Cuélguese, pues, Vicentillo
-Alejandro es convincente-
del cable de alta tensión
de un patrimonio estridente.