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En el marco del último partido de futbol previo al Mundial de Rusia, el que se jugó entre México y Dinamarca, pocos se interesaron en el hecho de que en aquella ciudad vikinga se había construido un fastuoso palacio para mirar el cielo. Y además se había hilado una historia maravillosa: la de ‘Ham-let, el Príncipe de Dinamarca’.
La gran ventaja de la lectura es que uno siempre puede estar actualizando lo que parece haber descuidado, o lo que parece ‘habérsele ido de las manos’.
Y el castillo de Dinamarca podría ser un buen ejemplo de ello.
Aquí está cuál fue su contribución y lo que hay que recordar de él si uno se asoma a sus oscuras interioridades.
Aquí está.
Un palacio fastuoso
Hubo una vez, en el siglo XVI, en que un castillo fue llenado de instrumentos gigantes por un rey que lo había mandado a construir para que uno de sus nobles mirara el cielo.
El castillo de esta historia, que aunque legendaria es real, se llamaba Uraniborg —que traducido del sueco significa ‘Castillo de Urania’— en honor a la musa de la astronomía, y se levantaba en la isla danesa de Ven, en el Öresund, entre Selandia y Escania.
Lo mandó a construir el rey Federico II de Dinamarca y era un fastuoso palacio que, además de lujosos aposentos, contaba con talleres en los que se creaban instrumentos para que su distinguido súbdito, llamado Tycho Brahe, un astrónomo poco ortodoxo, pudiera entender el Cosmos, es decir, lo que nosotros llamamos Universo.
Fue el primer observatorio hecho a la medida en la Europa moderna.
Aunque no tenía un telescopio, contaba con sextantes astronómicos de montura enormes, con los que se podía medir la distancia angular entre los cuerpos celestiales.
Había esferas armilares tan grandes que ocupaban criptas enteras.
Las esferas armilares fueron inventadas por Eratóstenes en el 255 a C para simular el movimiento de las estrellas alrededor de la Tierra y del Sol.
Para medir la altura de los astros con respecto al horizonte, cuadrantes de hasta dos metros de radio ocupaban paredes enteras y requerían de varias personas para moverlos.
El retrato de los personajes
En uno de los cuadrantes murales, el mismo Tycho Brahe aparece dibujado en el centro señalando hacia el cielo. También hay empleados del observatorio midiendo la posición de una estrella: uno la ve por una pequeña ventana, mientras que otro registra el momento a la vez que otro apunta los datos del evento.
La idea era obtener la mejor precisión posible para determinar las coordenadas celestes y otras medidas astronómicas.
Con tales instrumentos, aquello parecía un parque de diversiones que atraía a científicos de toda Europa, dirigido por uno de los hombres más pintorescos de la historia de la ciencia: Tycho Brahe, el mejor observador del cielo antes del telescopio.
Cuando Tycho Brahe tenía 14 años, el eclipse solar de 1560 lo cautivó de tal manera que decidió dedicarse a la astronomía.
Pronto se dio cuenta de que esa ciencia sólo podía progresar si contaba con observaciones sistemáticas y precisas, pues las tablas astronómicas de Tolomeo y Copérnico dejaban errores demasiado grandes.
Con eso en mente, refinó instrumentos antiguos, hizo algunos nuevos y pasó más de 30 años levantando su mirada hacia el firmamento noche tras noche hasta que recopiló uno de los compendios de datos astronómicos más grandes e importantes de la historia.
A pesar de haberse entregado a una ocupación tan repetitiva y exigente, la vida de Brahe fue todo menos aburrida (sus observaciones sólo fueron mejoradas después de la invención del telescópio).
Duelo matemático
Cuando Brahe tenía dos años, su tío —un acaudalado noble danés llamado Jorgen Brahe— lo adoptó y se quedó con él, puesto que a sus padres no les importaba.
A la edad de 20 años Tycho perdió parte de su nariz en un duelo con otro noble danés por un desacuerdo sobre matemáticas. Por ello, durante el resto de su vida usó una nariz prostética hecha de cobre.
Heredó una fortuna de su tío, quien murió salvando al rey de Dinamarca de que se ahogara.
Ese mismo rey, consciente de la reputación de Brahe, hizo esfuerzos extraordinarios para que no se fuera del país, destinando el 5% del presupuesto nacional para mantenerlo.
Parte de ese generoso paquete fue la isla de Ven y el castillo de Uraniborg.
La vida de Brahe
Las mascota de Tycho era un alce, que trotaba junto a su carruaje cuando su amo salía de casa. El alce vivía adentro del castillo y le fascinaba la cerveza, un gusto que le costó la vida.
Según el biógrafo de Brahe, Pierre Gasssendi, una noche, durante una cena, “el alce subió las escaleras del castillo y, borracho por tomar tal cantidad de cerveza, cayó desde lo alto”.
Otro residente del castillo era un enano llamado Jepp, quien durante las comidas pasaba la mayor parte del tiempo bajo la mesa. Brahe lo empleó pues creía que tenía poderes psíquicos.
Sin embargo, lo más curioso de la vida de Brahe vino después.
Tesoro científico
Por la razón que fuera, lo cierto es que la relación de Brahe con el nuevo rey no era buena, así que el astrónomo se fue a Praga con su nuevo mecenas, Rodolfo II, el Emperador del Sacro Imperio, y con planes de publicar sus décadas de observaciones celestiales.
En sus manos tenía el tesoro científico más codiciado de Europa: sus tablas astronómicas ofrecían una visión única del funcionamiento del cosmos y podían desencadenar una era de avance científico sin par.
Brahe creía en el “geoheliocentrismo” según el cual el Sol y la Luna giran alrededor de la Tierra, mientras que Marte, Mercurio, Venus, Júpiter y Saturno giran alrededor del Sol.
Para que lo asistiera, contrató al matemático y astrónomo alemán Johannes Kepler, con quien trabajó muy de cerca aunque sólo le permitía usar la información pertinente para hacer los cálculos que le permitieran crear un nuevo catálogo de estrellas y planetas.
Ese catálogo fueron las Tablas Rudolfinas que Kepler publicó en 1627, décadas después de la muerte de su maestro.
Usurpación provechosa
Brahe murió en 1601, a causa —según se reportó en la época— de una infección en la vejiga luego de que sus buenos modales le impidieran excusarse para ir al baño durante un banquete en su honor.
En medio de la confusión sobre quién debería heredar sus posesiones, que incluían toda la información astronómica que había recabado y guardado celosamente, su asistente tomó cartas en el asunto.
“Confieso que cuando Tycho murió, rápidamente me aproveché de la ausencia o falta de circunspección de sus herederos tomando las observaciones conmigo y quizás usurpándolas”, admitió más tarde Kepler.
Aunque Kepler quería usar todos los datos que Brahe había recabado, el noble astrónomo no le daba acceso a ellos.
Es difícil condenarlo, dado lo que logró hacer con la información: Johannes Kepler formuló sus famosas leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del Sol, que permitieron nada menos que unificar, predecir y comprender todos los movimientos de los astros.
Los planetas tienen movimientos elípticos alrededor del Sol, estando éste situado en uno de los dos focos que contiene la elipse.
Las áreas barridas por los radios de los planetas son proporcionales al tiempo empleado por estos en recorrer el perímetro de dichas áreas.
El cuadrado de los períodos de la órbita de los planetas es proporcional al cubo de la distancia promedio al Sol.
El trabajo intelectual de Kepler que le permitió tornar la información de Brahe en conocimientos científicos útiles sentó las bases de la astronomía moderna y afianzó la obra de Sir Isaac Newton.
Así, de alguna manera, se cumplió el último deseo de Brahe: “Que no parezca que viví en vano”.
¿El inspirador de Hamlet?
Tycho Brahe se volvió famoso por la identificación de nuevas estrellas y por el descubrimiento de una supernova.
Pero cuando el rey que era su benefactor murió, lo sucedió su hijo Christian IV quien no le tenía mucha simpatía. Así que en 1597 Tycho tuvo que abandonar el castillo y la isla donde vivía.
Brahe había sido el astrólogo personal de Federico II pero algunos académicos daneses creen que tuvo una relación muy cercana con la esposa del Rey, la madre de Christian.
El caso es que los rumores de la época sobre ese affaire y sobre la posibilidad de que el astrónomo fuera el verdadero padre del nuevo rey inspiraron más tarde aquella historia de infidelidad e intriga en la corte danesa, llamada ‘Hamlet’, la famosa tragedia escrita por el dramaturgo inglés William Shakespeare.
Es difícil saber si es cierto. Sin embargo, hace unos años los astrónomos encontraron una relación de otra naturaleza entre Brahe y ‘Hamlet’ que sí pudieron confirmar.
El astrónomo danés observó una supernova en 1562 que brilló durante 16 meses. Esa, según expertos, es la estrella de la que habla Bernardo en la escena 1, acto 1 de Hamlet.
(Redacción/BBC Mundo)