Conmigo o en mi contra

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Conmigo o en mi contra

Resulta muy difícil hoy en día expresar una sencilla opinión política sin ser etiquetado, rotulado, fichado, estigmatizado, marcado casi de por vida o identificado con alguna de las corrientes de vigentes de la vida pública.

Por ejemplo, si critico a la 4T para muchos ello me vuelve en automático un neoliberal que añora al PRIAN, muy seguramente porque vivía a toda madre bajo la tutela y el auspicio del viejo régimen.

Y no, pero luego se piensan también que por haberle dado el beneficio de la duda al viejito cotonete, voy a celebrarle todos sus dislates y a ejecutar mortal maroma con tal de encontrarle un sentido y justificación a todos sus despropósitos.

No. El Primer Ganso de la Nación ya tiene muchos mininos para esto, Ackermanes, Attolinis, Moléculos que han hecho de la ensalivada un arte.

Pero no nos engañemos, el tabasqueño y su administración también encuentran mucha defensa incondicional en ciudadanos perfectamente libres cuya devoción llega no pocas veces al antagonismo, cosa que de ninguna manera comparto, pues para mí un gobierno se elige para exigirle cuentas, resultados, transparencia, cambios, rompimiento y justicia, no para estarle aplaudiendo y hacerle el “cañangas-ñangas” como si fuera un bebé que regurgita la leche encima de uno y todavía hay que consolarlo para que no se vaya a traumar.

¡A la chingada, pos qué! Paciencia se le tiene los primeros seis meses, si después de eso no se le ve ‘voluntat’, ‘capacidat’, ‘honestidat’, pues ¡next! El que sigue. Sorry, pero no sorry. Al fin de cuentas, no serán la 4T y AMLO los primeros ni los últimos en verme la cara de ingenuo (de ‘ingenuidat’).

Está de sobra visto y demostrado que de rompimiento con el viejo régimen, nada; que de ganas de restaurar el estado de derecho, tampoco; que impartir justicia, menos y que de representar a un gobierno de izquierda o un pensamiento progresista, mejor ni hablamos.

Pero… pero… pero… Ello no significa tampoco que vaya a comprar todos los ataques, injurias y diatribas contra el Pejelaganso, porque muchas de éstas podrán ser y son legítimamente ciudadanas, pero otras tantas, sobre todo las de algunos sesudos analistas, están de facto al servicio de otros actores y facciones políticas que ya se probaron antes en el ejercicio del poder, también con resultados más que deplorables.

Hay que partir de un hecho fundamental: Todos, absolutamente todos tenemos el derecho de expresar una opinión y de hacer trizas al gobierno y gobernante en turno si no estamos de acuerdo con su desempeño o proceder. Ese derecho es inalienable, intransferible, irrenunciable.

Ello, no obstante, no significa que todo el mundo tenga la calidad moral suficiente como para que merezca una credibilidad irrestricta.

Es un tanto complicado, porque de entrada nadie está descalificado. Pero la misma postura respecto a un tema puede interpretarse de distintas maneras según quién la emita.

Criticar a Obrador es sencillo (y cada día aporta elementos para hacerlo de muchas y muy creativas formas). Pero no es lo mismo si dicha crítica viene de un ciudadano apartidista, de un militante, de un adversario político o de una pluma a sueldo, periodista mercenario o gatillero de la información.

Y aquí sí es donde solemos patinar feo, porque como ciudadanos no resultamos lo suficientemente críticos con nuestros líderes de opinión como para saber el juego que se traen. Todo lo que nos importa es si coincidimos o no con lo que dice o escribe o, mejor dicho, que lo que dice o escriba coincida con nuestro pensar y sentir.

Si tal o cual opinador refrenda nuestras creencias y posturas, de inmediato parecemos olvidar todo su negro historial como comunicador al servicio de intereses muy contrarios al bien común, a la verdad y al deber.

El día que con su texto o su comentario valida nuestros juicios, se vuelve un paladín de la verdad, un dechado de objetividad y un paradigma de buen periodismo.

¿Se puede decir la verdad desde la mala praxis periodística? ¡Claro! Pero estará motivada por un interés ulterior, o vendrá aderezada con ángulos y suposiciones que induzcan al público a llegar a conclusiones erróneas, o será dicha a destiempo, no cuando se tuvo conocimiento de un hecho, sino cuando es conveniente para una agenda superior. Y entonces será muy difícil ponerlos en evidencia porque técnicamente no estarán faltando a la verdad, pero…

Todo se vuelve doblemente complejo cuando una sociedad se encuentra como la nuestra, coahuilenses al día de hoy, en pleno año de la pandemia: Con un Gobierno Federal cada vez más autócrata y autoritario, y un cacique local heredero de una larga dinastía y tradición de poder sin restricciones y de total impunidad, ambos enfrascados en una guerra fría que a ratos se calienta, en la que se mandan muchos mensajes, muchas indirectas, a veces cargadas de verdades, medias verdades y verdades distorsionadas (en un debate público es difícil mentir, por lo que mejor se recurre a los sofismas, a las verdades retorcidas).

Ambos gobiernos esgrimen sus verdades parciales, respaldados por el repudio de uno u otro extremo de la opinión pública que, como ya dijimos, no suele someter la información o a quien la emite a un escrutinio riguroso, sólo la consume o la rechaza según su preferencia.

Luego por ello es tan difícil adoptar una postura neutral o emitir un comentario que persiga de buena fe la objetividad, porque en automático hemos de ser colocados en alguno de los dos únicos extremos que los ciudadanos reconocen y son irreconciliables: “Conmigo o en mi contra”.