Congruencia

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Congruencia

Felipe de Jesús Balderas En el entendido de las prebendas, privilegios y canonjías que da la posesión de un escaño público –independientemente del cargo– que tienen quienes lo ostentan, el poder en nuestro País no representa servir a la comunidad, sino un tiempo –que a veces se prolonga por largos años– de poder, fama y riqueza.

Por eso todas las estrategias, como les llaman quienes piden su voto, tienen como axioma el principio maquiavélico de “el fin justifica los medios”. De ahí que la compra indiscriminada de voluntades, las promesas que probablemente no se cumplan, los insultos y descalificaciones entre candidatos, la publicidad agresiva y engañosa que se usa en medios –con todo y la responsabilidad social que presumen– son las prácticas que los ciudadanos seguimos permitiendo; porque la simpatía, el interés o la molestia por quienes votamos y nos fallaron tiene más fuerza que la razón.

Y seguirá habiendo siempre inconformidad y desilusión conforme vengan nuevas elecciones, porque seguimos sin identificar el juego del doble discurso que han utilizado los partidos y candidatos con el afán mezquino de obtener –no importa cómo, pero sí importa el qué– lo presupuestado, porque la política profesional sigue siendo la gallina de los huevos de oro.

¿Qué sigue? Estar al pendiente de que sus dichos –la agenda de los candidatos, las promesas de campaña– puedan hacerse realidad en una sociedad a la que le urgen cambios sustanciales. Sigue el marcaje personal a quienes obtuvieron el favor de la mayoría de los votos, para que quienes en el futuro se atrevan a entrar a una contienda sepan que los engaños, la simulación, la deshonestidad, la hipocresía y la falta de transparencia tienen costos altísimos en la democracia, y si no que lo digan quienes hoy son castigados por las mayorías.

En ese sentido, los resultados de las elecciones, de manera particular a quienes no les favoreció el resultado, tiene muchas causas, no es solamente una. Ojalá y lo entendieran de una vez por todas quienes en el futuro inmediato estarán en una alcaldía, en una diputación y en otros casos en alguna gubernatura, lo que la mayoría de los ciudadanos pedimos es congruencia.

Congruencia por tantos y tantos ciudadanos que el pasado 6 de junio salimos a las urnas a manifestar nuestro voto, hayamos o no votado por ustedes. Congruencia por este lastimado País, que sigue resistiendo no sólo malos gobiernos, sino el saqueo sistemático que hacen una buena parte de los que llegan a ocupar cargos públicos. Mucha gente ya no creyó en los políticos, no por la política misma, sino por las mentiras y la simulación que utilizan como agua de uso diario. Sean congruentes por sus familias.

Tantos y tantos nombres que pudiéramos mencionar en este espacio, de personajes que comprometieron el erario público y que hoy gozan del repudio generalizado. Hagan a un lado los compromisos partidistas y piensen en sus familias, en sus padres y en sus hijos. Congruencia por ellos. No se trata de parecer, se trata de ser. De ser honestos, responsables y dignos de confianza.

La congruencia de un servidor público es el mejor capital político para él mismo. La manera más efectiva de mantener conforme a la ciudadanía es dejar a un lado la autoilusión complaciente, decía Samuel Johnson que “…ni siquiera los propios demonios, se mienten unos a otros, pues como ninguna otra, la sociedad del Infierno tampoco podría subsistir sin la verdad”. Es decir, practiquen la verdad, porque si no, a las primeras de cambio serán descubiertos y hasta ahí les llegará su suerte.

Dice Carl Rogers que “el espacio entre el yo soy y el yo debería ser” se llama congruencia y justo lo contrario es lo que la sociedad censura. En nuestro horizonte sigue presente la idea de la democracia como ideal y al encontrarnos con la realidad democrática que tenemos y vivimos, se han dado estos desencuentros del ciudadano con la política. Una cosa es lo real y otra lo ideal, ¿les es muy difícil a los actuales servidores públicos entender esto?

Por otro lado, ¿es muy complicado entender también para algunos correligionarios y simpatizantes de los partidos políticos que no obtuvieron la simpatía de la mayoría, que es la incongruencia de quienes los representan la causa de sus debacles? No importa si son 71, 12 o los años que sean donde han mostrado sus incompetencias, importa la congruencia, porque una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace.

Dejemos de complicar el ambiente. Las reglas de la democracia marcan que debe de haber competidores, electores, un árbitro y que gana quien obtiene más votos. Pues ya está. Con una estructura electoral robusta, unas elecciones por demás carísimas y la asistencia de quienes determinamos el rumbo del País, no nos toca más que apoyar a quienes democráticamente triunfaron, hayamos o no votado por ellos. Por estos días se requiere un poquito de congruencia. Así las cosas.