Confesiones de un biker enamorado

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Confesiones de un biker enamorado

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Hoy es el Día Mundial de la Bicicleta, un medio de transporte, diversión, contemplación y detonante de la creatividad; este es un viaje por las calles de la ciudad y frases de escritores sobre este vehículo

I’m a street walking cheetah
with a heart full of napalm
The Stooges - Search and destroy

Para Arián Ojili y Rogelio Garza

Mi corazón crece a un ritmo salvaje. Cada pedaleada es una caricia y un golpe a la panza de asfalto de Saltillo. No somos amantes esta ciudad y yo, porque pedalear no es como hacer el amor, pero me hace sudar y me punza los músculos, me exige ritmo y magia para trepar sus calles empinadas. 

Andar montado en la bici es un ejercicio de velocidad y contemplación, recorrer la ciudad y sus calles con subidas y bajadas, perderse y andar con tu impulso, moverte a la velocidad que te marca tu propia energía es algo anárquico, pero no tengo una postura política sobre la bicla.

Sólo soy un enamorado que descubrió que en la bicicleta el tiempo gira a tu ritmo, sin la presión del reloj.

Andar en bicicleta no es como estudiar alemán durante treinta años; y al final, justo cuando crees que ya lo dominas, te descubren el subjuntivo. La gran pena del idioma alemán es que no te puedes caer ni lastimar… Consigue una bicicleta. No te arrepentirás si vives”
Mark Twain, estadounidense, en el ensayo “Domando a la Bicicleta”, 1884

“Amo todo lo que fluye, todo lo que contiene el tiempo y el porvenir, que nos devuelve al comienzo donde nunca hay fin”, escribió Henry Miller en su novela “Trópico de Cáncer”, y rodando en la rila, bajo el sol o la noche coahuilenses, encuentro esas ideas en mi cabeza coronada por un velo de sudor.

Uso la bicicleta como transporte, como diversión y como llave para salir de la jaula de la rutina: en el trabajo me siento libre y también encadenado, una paradoja que yo creo que muchos sentimos. ¿Cómo nos liberamos de ese tedio diario que nos encorva la espalda y nos obliga a arrastrarnos de la casa al trabajo y a las demás responsabilidades?

Charles Baudelaire decía que había que estar siempre ebrios “de vino, poesía o virtud”, como quisiéramos pero siempre ebrios para soportar el paso del tiempo.

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Habituado a pasar tantas horas al día en mi bicicleta, empecé a sentir menos interés en mis amigos. Mi bici se había convertido en mi única amiga”
Henry Miller, estadounidense, en la novela “Mi Bicicleta y Otros Amigos, 1978

Rodar no es como beber, pero nos procura éxtasis, sin el sueño que da cuando tomas un par de cheves.

Hace años salía a correr a un parque cerca de la casa de mis papás en Torreón. Cuando llegué a Saltillo dejé eso porque mi horario de trabajo me impedía levantarme temprano para correr durante el amanecer o poco después.

Tal vez es una excusa. No sé. Como adulto responsable tengo excusas para todo, excusas bien elaboradas, no como los pretextos llenos de fisuras de los adolescentes.

Algún día lograré meter en unas páginas la pista de madera y sus empinados virajes, el zumbido de los tubulares al pasar los ciclistas, y el esfuerzo y las tácticas y los corredores desviándose arriba o abajo en la pista, convertidos en una parte de sus máquinas, con sus cascos pegados a los manubrios, sus piernas que hacían girar a gran velocidad los pedales y las ruedas”
Ernest Hemingway, estadounidense, en la novela “París era una Fiesta”, 1964

Entonces un amigo, después de casi dos años de vivir en esta ciudad, me prestó una bici para ir a jalar. No sé cuándo fue la última vez que había pedaleado –desde qué año de mi infancia–, pero el recuerdo en mis piernas no se había perdido y logré rodar sin problemas. 

Andar en bici me regresó a esa parte de mi infancia en la que descubría, embrujado, el barrio y los horrores del mundo.

Como el adicto que soy, empecé a leer sobre las bicis: hoy se conmemora el Día Mundial de la Bicicleta porque este día se hizo el primer viaje de LSD. Albert Hofmann, en 1943, realizó un autoexperimento con el psicotrópico derivado de los hongos alucinógenos y luego regresó a su casa en bici. En el camino le explotó el ácido en la cabeza. Esa sustancia cambiaría nuestra cultura, sobre todo a partir de la década de los 60.

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Después de tu primer día de rodar, un sueño es inevitable. La memoria del movimiento permanece en los músculos de las piernas y parecen moverse en círculos una y otra vez. Tú pedaleas a través de la Tierra de los Sueños en bicicletas fantásticas que cambian y crecen”
H. G. Wells, británico, en la novela “Las Ruedas de la Fortuna”, 1896

Pero lo que empezó con una droga, hoy es una conmemoración para resaltar los beneficios para la salud y la movilidad sustentable gracias a un vehículo de propulsión humana que fue inventado hace apenas 201 años, sí, la bicicleta tuvo su origen en 1817.

En estos dos siglos, algunos escritores se han montado en la bicicleta y han escrito sobre ella. El periodista musical, rockero y ciclista Rogelio Garza ha escrito sobre la relación que tienen los dueños y su vehículo, y ha hecho una recopilación de textos de estos 200 años de literatura sobre dos ruedas.

Del trabajo de Rogelio Garza saco estas joyas para los ciclistas consumados y para los advenedizos como yo. Y quizás alguien más, gracias a la palabra escrita sea seducido por el viaje en bicicleta.

Pedalear tampoco es como pelear, pero en cada subida late el dolor en mis muslos y chamorros lagunerotes, herencia materna, gruesos y ya no tan bofos, y en cada pedaleada vuelve a crecer el corazón.

“Cuando fui a comprar la mejor bicicleta para ella no pude resistir la tentación de probarla y di algunas vueltas casuales en la rampa del almacén. Al vendedor que me preguntó la edad le contesté con la coquetería de la vejez: Voy a cumplir noventa y uno. El empleado dijo justo lo que yo quería: Pues representa veinte menos. Yo mismo no entendía cómo conservaba la práctica del colegio, y me sentí colmado por un gozo radiante… Esa semana, en homenaje a diciembre, escribí otra nota atrevida: Cómo ser feliz en bicicleta a los noventa años”.
Gabriel García Márquez, colombiano, en la novela “Memoria de mis Putas Tristes”, 2004.

“Bajar por las colinas, adentrarse en el valle y entrar a la villa; cubrir con alas los lejanos caminos adelante y encontrarlos floreciendo; atravesar la villa en un momento, y llevarte todo en una mirada… Sólo en sueños he conocido semejante placer
Alain Fournier, francés, novela “La Vagabunda”, 1928.