Con el blanco cráneo del padre entre las manos
Usted está aquí
Con el blanco cráneo del padre entre las manos
A Elizabeth Álvarez José
Murmullos que toman cráneos humanos entre sus manos. Ya los acarician, ya los limpian, ya los colocan de nuevos sobre un mantel pequeño de tela blanca bordada con el nombre del muerto. Ese mantel bordado se coloca limpio, sobre una caja rectangular de madera sin tapa, hacen hueco con las manos hasta que el mantel se ha plegado para dar forma a la caja y sobresale al frente el nombre del fallecido junto a cruces y símbolos floridos. La caja para cada finado es casi la misma, mide aproximadamente 70 centímetros por 25 centímetros
Una mujer sostiene los fémures que el tiempo ha blanqueado, entre sus manos. Es su padre. Cerca, en otra caja abierta, está también su madre. Mientras limpia uno de los huesos, conversa con los curiosos que nos acercamos, para explicar que pronto, sus padres, tendrán una casa en donde descansarán juntos, porque en este cementerio, los lugares no se conocen como lápidas, son casas. Me gusta que sean casas, finalmente son otras casas en donde reposaremos finalmente. Y esas casas no tienen puertas, solo el recuadro que generoso, permite al viento, frío y sol entrar durante todo el año. Allí reposan viven sus ancestros.
En esta celebración, resuenan ecos de la tradición maya de veneración a los muertos, en la que quienes practican esta forma única de relacionarse con sus finados, se reconocen como católicos. Es el Día de los Muertos en Campeche, específicamente en Pomuch (que significa el lugar donde habitan los sapos), poblado famoso mundialmente por esta conmemoración atípica.
Hay mujeres que bordan los manteles, así que no siempre es alguien de la familia, quien hace los bordados del mantel sobre el que reposarán los restos de su familia. La muerte filtra su presencia todos los días en Pomuch, no solo en la celebración del Día de Muertos que aquí ocurre el 31 de octubre (Mejen Pixán) como día ofrecido a los niños fallecidos, y el primero de noviembre (Nojoch Pixán), para recordar a los adultos que se han ido de este mundo.
En este pueblo se consumen conservas y mermeladas de nance o de jamaica, nieve de guanábana, pan de muertos en forma de niños con sabor a anís.
En Campeche los altares a los muertos incluyen un elemento que no es una cruz verde, pero parece cruz, leída desde el contexto judeocristiano en el que hemos sido educados: es la representación de un árbol, del árbol que extiende sus raíces al inframundo. Y este altar está lleno de ofrendas como atole de maíz; hay calabazos duros en los que se guarda el agua, y otras cáscaras sólidas, a manera de jícaras en donde descansa el chocolate en agua que se ofrece. Hay mazorcas de maíz, calabazas que fueron cocidas en el vientre de la tierra, y el pibipollo, un platillo que también se pone a preparar en el fuego oculto bajo tierra, hecho de nixtamal que envuelve carne de cerdo y pollo. Hay también dulces de coco y flores de cempasúchil. Si es un altar de niños hay juguetes y mazorcas de maíz tierno.
Es un pueblo que usa mayoritariamente la bicicleta y en donde los traslados se hacen en lo que se conoce como tricitaxis. Así que por 7 pesos, puedes ir de un lado a otro en la ciudad. Y no es difícil llegar a Pomuch.
Desde el puerto de Campeche, en un autobús el boleto cuesta 33 pesos, un pasaje que te permite llegar a este pueblo mágico en cuya plaza, al centro, se eleva un sapo verde con la boca abierta y roja.
Es aquí donde se encuentra el hogar de Roger Ancona, joven profesor y poeta, que nos recibe y muestra pequeña biblioteca. Es en esta cada, en donde somos alimentadas por su madre con el más rico platillo que probé en mi viaje: pollo en naranja agria y arroz condimentado a la manera sureña.