Compañero de ruta, el sembrador de hábitos

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Compañero de ruta, el sembrador de hábitos

Los maestros representan la luz que las nuevas generaciones necesitan

Es obvio: ante la corrupción, educación; ante la violencia, educación; ante la impunidad, educación; ante la pobreza, discriminación y desigualdad, educación; ante el hambriento lobo de Hobbes, educación; ante la polarización, educación; ante el desorden, educación. Y para lograr una educación efectiva evidentemente se requiere de escuelas, de programas educativos y de una adecuada infraestructura, pero sobre todo esencialmente se demanda, en todos los grados académicos, de maestros comprometidos con la vocación sublime que la vida ha puesto en sus manos.

ANTE TODO, VALOR

Dice el papa Francisco “el educador que enseña a no tener miedo en la búsqueda de la verdad es, en definitiva, un maestro, testigo de cómo se camina, compañero de ruta, cercano, alguien que se hace prójimo”.

Igualmente, me hace mucho sentido lo que Fernando Salvater expresa en relación al oficio de educar: “hay que tener valor para dedicarse a la educación teniendo en cuenta cómo está el patio y las numerosas dificultades que este trabajo conlleva. Aquí no sirven ni los obedientes burócratas ni los tecnócratas curriculares, aquí hace falta valor, coraje, pasión, entusiasmo, fe, optimismo, alegría y luego agrega: “la educación tiene valor en sí porque es la que nos permite transformar, cambiar y mejorar la realidad que nos rodea, al mismo tiempo que cambiamos, nos transformamos y nos mejoramos a nosotros mismos y a nuestros semejantes”.

QUIEN QUIERA…

Por su parte, el poeta Gibrán Jalil habla así del significado del magisterio y del espíritu del maestro: “Nadie puede revelarte cosa alguna, sino lo que yace adormecido en el crepúsculo matutino de tu propio conocimiento. El maestro que a la sombra del templo se pasea, de sus seguidores rodeado, no dispensa una sabiduría de lo que es dueño; solo comparte su fe y su espíritu de amor. Si es de veras un sabio, no te invitará a entrar a la morada de su sabiduría; más bien sabrá llevarte hasta el umbral de tu propia mente. Sí… Podrá hablar el astrónomo de su comprensión del espacio, pero no logrará darnos ese entender suyo.

El músico cantará los ritmos que pueblan el espacio, pero no podrá dar a nadie el oído para captar el ritmo, ni la voz que sabe hacerle eco. El perito de la ciencia del número podrá pasearse por las regiones del peso y la medida, más no está en su poder llevar ahí a nadie más. Y es que la visión de un hombre no equivale a prestar a los demás sus propias alas. Así como cada uno está solo y es único en el conocimiento que Dios tiene de él, así cada uno debe estar solo y ser único en su conocimiento de Dios y en su comprensión de la tierra”.

Luego comenta: “Quien quiera ser un maestro de los hombres, debe comenzar enseñándose a sí mismo antes de enseñar a otros; y debe enseñar con el ejemplo antes de enseñar con palabras. Ya que quien se enseña a sí mismo y rectifica su propia forma de ser, es más merecedor del respeto y de la reverencia que aquel que enseña a los demás y rectifica la forma de ser de estos”.

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EMPEZAR CON UNO MISMO

Y es cierto. Ser maestro es la vocación de mayor responsabilidad que una persona puede tener en la vida. El valor del magisterio se encuentra en el testimonio de vida que el profesor ha de forjarse personalmente porque -como lo dice Gibrán- no hay mejor enseñanza hacia los demás que enmendar la conducta y las actitudes de quienes enseñan.

Su labor consiste en “encender” el alma de sus estudiantes, inspirarlos y motivarlos, para que personalmente descubran y amen lo más valioso de la vida, que encuentren su misión individual, los dones que Dios les ha reglado para conquistarla y la contribución que deben dar al mundo, a su patria y a sus semejantes. Es decir, que descubran el sentido de su existencia.

AFÁN TRASCENDENTAL

Los maestros representan la luz que las nuevas generaciones necesitan para vivir con el alma desdoblada y abrigar el sentido que tiene el amor. De ellos, los estudiantes aprenden que es personalísima la responsabilidad de ensanchar, día a día, sus alas, corazones, inteligencias y voluntades para que, con sus propias virtudes, edifiquen los más excelsos propósitos, ideales y sueños que la existencia insistentemente les esboza.

Es su compromiso originar las condiciones en las cuales el alumno aprenda a aprender, sepa equivocarse, desee ser libre y responsable (virtuoso); en donde comprenda que la vida no se resuelve en un solo día, sino que cada momento ha de ser enlace del siguiente instante.

El docente ha de contribuir para que los jóvenes conciban pensamientos y acciones de esperanza, que aprendan a no tener miedo, a decirle sí a la vida, a que opten caminar por la banqueta de la verdad, a vivir en el amor humano y la hospitalidad; a que nunca se pregunten qué es lo que merecen, sino que averigüen lo que personalmente han de ofrecer a sus semejantes. Su afán es trascendental: formar personas que sepan ser, vivir, imaginar, crear, convivir y emprender con generosidad. Por eso, el magisterio es una vocación de 24 horas.

PERSONAS DE BIEN

Ser maestro implica coraje y compromiso para desarrollar la humildad como un hábito de vida y la justicia y equidad como compás de su trabajo; requiere vivir cada día con nuevos ojos, con frescura e intensidad: para ser siempre firmes, pero sin dejar de ser comprensivos; para abrir ríos de diálogo, comunicación, vida y convicción, pero sin descuidar su autoridad moral; para jamás caer en la tentación de usar el aula para rendir culto a la personalidad propia o ajena, o para manipular, o para violentar conciencias, o expresar ideas o argumentos parcelados o partidistas; para jamás cortar las alas del joven, ni aprisionar su espíritu en el pesimismo o las verdades del maestro; para alentar a cada alumno a que emprenda el vuelo hacia la inmensidad de sus individualísimos sueños. Por eso, el maestro auténtico forma a sus alumnos para que opten ser personas de bien, y no solamente profesionistas efectivos.

SEMBRADORES

Es su misión inspirar a los muchachos para que piensen con rigor y elijan actuar éticamente, para que sean creativos en todos los órdenes de sus vidas. En síntesis, el maestro ha de iluminar a sus alumnos - tocar sus almas - pero dejando que sean ellos mismos quienes definan la historia de su historia. Por eso, el aula es sagrada, tal como las mentes y corazones de los muchachos son sublimes dimensiones que jamás habrá de invadir, sino amorosamente ensanchar, llenar de ideales fecundos, retos, ejemplos y estímulos salpicados de vida, tolerancia, respeto, comprensión, gratitud y alegría]-mucha alegría-.

El maestro es sembrador de hábitos. De ahí que, entre más jóvenes sean las personas que un docente forma, mayor responsabilidad su vocación le reclama.

PROPÓSITO

Georges Bernanos, comentó: “toda vocación es un llamado”. El Diccionario de Autoridades, que fue el primero de la Real Academia en 1726, la definió como “la inspiración con que Dios llama a algún estado de perfección”. Gabriel García Márquez dice que “una vocación inequívoca y asumida a fondo llega a ser insaciable y eterna, y resistente a toda fuerza contraria”.

Estoy de acuerdo: ser maestro es una vocación sublime, trascendente. Ojalá que los profesores reconozcamos los alcances de nuestra vocación, ojalá que siempre formemos espíritus libres y responsables, buscadores de cielos. Ojalá que ayudemos a nuestros alumnos a recuperar mucho de la humanidad que hemos abandonado, a encontrar la generosidad, la compasión, la justicia y el respeto que, desagraciadamente, en mucho también hemos perdido.

Un auténtico maestro deja huella en sus alumnos, jamás cicatrices. Esperanzas, nunca desánimo. Diálogo, jamás desencuentros. Su legado ha de ser el hundir en el corazón del alumno los principios y valores éticos que le permitan ver en los otros su propio rostro. Su propósito es ser para el educando un leal y solidario acompañante de ruta.