¿Cómo será el trabajo, que pagan por hacerlo?
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¿Cómo será el trabajo, que pagan por hacerlo?
Un cierto individuo del sur del país fue a tomarse una radiografía. El médico se desconcertó al ver las placas: aparecían en el dorso del sujeto unas señales raras que el facultativo jamás había visto. Convocó a junta de radiólogos y especialistas en diversas ramas de la ciencia médica, y ninguno acertó a relacionar aquellas extrañas huellas con alguna enfermedad conocida. Vio las radiografías la esposa del individuo y dijo:
-Son las marcas de la hamaca. Como no sale nunca de ella le han llegado hasta adentro.
Perezoso en extremo era otro personaje de la vida real. Si callo su nombre es por discreción, no por miedo de que el sujeto pueda perseguirme: su pereza no lo dejaría. Dicen quienes lo conocieron que en cierta ocasión se hizo un análisis de laboratorio.
-Le salieron tres ácidos –le informó la responsable-.
-¿Tres? -se preocupó el sujeto-. ¿Cuáles tres ácidos me salieron?
Enumeró la laboratorista:
-Ha sido tragón, ha sido borracho y ha sido güevón.
Borracho había sido, en efecto este hombre, y conservaba la afición. Con esta añadidura: jamás pagaba lo que se bebía. Quiero decir que era gorrón. Cierto día lo buscó un amigo, borracho y gorrón también, como él. Fue a buscarlo en la taberna donde habitualmente solía estar y le dijo al oído:
-Vamos a la otra cantina. Ahí están los tragos a dos por uno.
-Me quedo -replicó el tipo-. Aquí están a tres por cero.
Y es que estaba bebiendo a costa de otro, como de costumbre.
No es éste el único tipo flojo que hay en la República. En todas partes abundan los holgazanes. A principios de abril pasado viajé a Veracruz, al Puerto, y -como es obligado- fui al Café de La Parroquia. Me extrañó verlo por primera vez con pocos parroquianos, siendo que invariablemente ese entrañable sitio está atestado.
-¿Qué sucede? -le pregunté al mesero-. ¿Por qué hay tan poca gente?
Me respondió:
-Es que el Gobernador anunció que va a crear 60 mil empleos, y muchos se quedaron en su casa, no sea que les toque alguno.
Pero vuelvo al protagonista de mi cuento, que no es cuento sino, como dije, verídica historia. La esposa de aquel grandísimo holgazán empezó a tener problemas de azúcar. Los doctores le encontraron una incipiente diabetes. Con inquietud la señora le contó el problema a una vecina. Le dijo ésta:
-En Monterrey hay un doctor que por 10 mil pesos hace que trabaje el páncreas.
Replicó la señora:
-Le doy 100 mil si hace que trabaje mi marido.
El poltrón individuo de quien cuento esto fue un día a los Estados Unidos en compañía del perezoso aquel de la cantina. Llegaron los dos a la frontera, y ahí les marcó el alto un guardia de la Migra americana.
-Ustedes no poder pasar -les dijo, terminante-.
-¿Por qué? -inquirió uno de los dos holgazanes-. Nuestras micas están en orden.
-Sí -respondió el agente yanqui-. Pero yo creer que ustedes venir a los Estados Unidos a trabajar.
-¡Uh, mister! –se burló el sujeto-. ¡Precisamente de eso venimos juyendo!