¿Cómo nos va a ir?
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¿Cómo nos va a ir?
La política es tan repetitiva, tan superficial, tan incompetente para llevar a cabo lo que pregona “con el corazón en la mano” que después de que uno vive algunas décadas, aparece como la misma telenovela con los mismos personajes repetidos ad nauseam, aunque con diferentes actores del mismo script.
Y, sin embargo, hay que elegir a uno de ellos porque el sistema no puede carecer de gobernantes. El vació de autoridad es uno de tantos imposibles con los que tenemos que convivir. Los ciudadanos americanos se verán compelidos a elegir a Hillary Clinton, una “política profesional” que pertenece a un sistema político con todas sus apariencias, sus arengas, sudores y falsedades que hay que tragar como aceite ricino, o tendrán que elegir a Donald Trump, que aparenta presentarse como un “no-político”, pero que obviamente pretende el poder mediante el escándalo, la denuncia de las contradicciones del sistema, unas propuestas tan desquiciantes como atractivas para un alto porcentaje de ciudadanos que se asimilan a él.
Aletargado en estas consideraciones, encendí la radio de mi coche mientras me dirigía a recoger unas cajas de materiales y escuché una pregunta repetida más de mil veces en todos los medios por sesudos intelectuales, analistas, comentaristas y hasta locutores autoelevados al nivel de los anteriores.
Es una pregunta inquietante para los que se la hacen y que el resto de los oyentes o se contagian de esa inquietud o de su aparente sabiduría, o la escuchan con la misma parsimonia con que han oído las noticias que les pueden afectar pero ante las cuales no han tenido defensa desde los tiempos de la Colonia.
¿Qué le va a pasar a México si gana Donald Trump?, ¿qué le va a pasar a nuestra economía si gana Hillary Clinton? Ambas se reducen a una misma pregunta: ¿qué nos va a pasar? Y surge la respuesta como bola de cristal envuelta en especulaciones y estadísticas, cálculos de variables proyectadas al contexto internacional de China-Rusia-Brexit-Alemania-Europa-Imigrantes… y la respuesta se vuelve una confusa y compleja red de posibilidades (todas con signo pesimista) que se resumen un simple “¿quién sabe?” Una respuesta que es más salomónica que todas las matrices de los académicos.
Llegué por fin a mi destino y tarea. Un joven me ayudó a subir las cajas al coche y me preguntó. “¿Ud. es doctor?” “Sí –y le pregunté– ¿y tú?” “Estudio Arquitectura, voy en quinto semestre y aquí trabajo en la tarde… y ahí voy echándole ganas”. “Eso es lo mejor de ti –le respondí– que te gusta trabajar”.
Encendí mi coche y me quedé pensando. Elegir a alguien parece importante pero siempre es secundario. Lo primario es “qué eliges”: ¿tú qué buscas, qué quieres, a dónde quieres llegar…? El mundo y sus políticos pueden perseguir mil fantasías, pero ellos no deben sustituir tu voluntad y tu proyecto de vida. El gran teatro del mundo es un espectáculo y un contexto que te pueden robar tu voluntad y tu querer, y te pueden convertir en un títere que espera le vaya mejor con Hillary que con Clinton. No eres un títere. Solamente te puede ir bien si quieres el bien y tu bien, si lo persigues con carácter y “le echas ganas o sea tu voluntad”.
No sé cómo le va a ir a México en el futuro pero sí sé que a ese estudiante de Arquitectura le va a ir bien porque tiene voluntad de trabajar y estudiar.