Uno de los grandes mitos de la vida es que si encontramos algo que nos apasione y le dedicamos todo nuestro tiempo, tendremos una vida plena. Pero las cosas no funcionan así. Tal filosofía puede hacernos vacilar en vez de probar nuevas cosas. No estamos seguros de que hemos hallado eso que nos “apasiona”, así que esperamos para empezar a vivir.

Según investigadores de la Universidad de Stanford, “la mayoría de las personas no tienen una motivación única que inspire sus decisiones en la vida”. Ésta no es tan sencilla como para reducirla a una fórmula matemática. “Los humanos no son una tecnología”, añaden los investigadores, “ni nuestra vida es un problema a ser resuelto. La vida es una experiencia que requiere un enfoque más humano, el mismo comienza en el lugar donde nos encontramos y con lo que tenemos” y nos permite crecer.

Con el tiempo, la vida cambia y nos cambia a nosotros. Así es como debe ser, ya que no fuimos creados para permanecer inertes, sino para crecer y progresar. 

Quizá vengamos a la tierra con ciertos talentos e intereses dados por Dios, pero ese es solo el comienzo, ya que pueden surgir nuevos intereses y crearse nuevos talentos. Siempre habrá unos cuantos altibajos y algunas sorpresas, pero igual podremos hallar satisfacción. La vida y el trabajo quizá parezcan ser inagotablemente tediosos, pero al procurar hacer algo más de nuestra vida, forjaremos algo hermoso.

Entonces, en cierto momento, descubriremos algo sorprendente sobre esa vida plena que hemos estado buscando: que no siempre la encontraremos al perseguir nuestros propios intereses y pasiones. A menudo, lo que hace que la vida sea hermosa, no es el centrarnos en nuestras necesidades sino en las de los demás. De hecho, esa quizá sea la mejor respuesta a la pregunta “¿Cuál es su pasión?”. Tal vez la vida más hermosa que podamos forjar es aquella en la que nuestra pasión sea contribuir a la felicidad de otras personas.