Comité Nobel: impulso a la paz

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Comité Nobel: impulso a la paz

El lunes, Martha y Victoria (los nombres son ficticios, porque ellas lo prefieren así) llegaron a sus respectivas oficinas con menos entusiasmo del acostumbrado: nunca pensaron en el plebiscito –según comentarían después– como un asunto de mero trámite. Pero confiaban en el triunfo del “Sí”, aunque sólo por un estrecho margen… el margen con el cual se impuso el “No”.

Ambas son colombianas y residen actualmente en la ciudad de Washington. La jornada previa la habían invertido siendo funcionarias de las mesas receptoras de votos a las cuales podían acudir sus compatriotas, residentes en la capital estadounidense, para expresar su respaldo o rechazo al acuerdo de paz firmado por el presidente Juan Manuel Santos y el líder rebelde Rodrigo Londoño, “Timochenko”, en Cartagena de Indias.

La semana del 26 de septiembre había iniciado, para ellas y millones de colombianos, con un aliento de esperanza: cuatro años de complejas negociaciones, realizadas en La Habana, se coronaban con la firma de un acuerdo mediante el cual el Estado y la guerrilla colombianas adquirían el compromiso de, en adelante, dirimir sus diferencias mediante el uso de las palabras y no de las armas.

El acuerdo ponía fin a una guerra iniciada antes del nacimiento de Martha y Victoria y constituía, todo hacía suponer, el preámbulo de una historia diferente, sin la zozobra del conflicto y sus muchas traducciones indeseables en la vida cotidiana de todos.

Como ocurre en estos casos, el acuerdo no era –no es– necesariamente el mejor: no satisface plenamente a las partes, no cierra en automático las profundas heridas abiertas por más de medio siglo de enfrentamientos, no borra el horror de los 200 mil muertos, no repara el agravio sufrido por ocho millones de víctimas…

Pero es el acuerdo posible. Es la mejor respuesta conseguida por quienes, con la intermediación de otras naciones del mundo, se empeñaron en identificar el camino hacia la paz y el silencio de las armas.

En la mesa a la cual fue asignada Victoria, en la oficina del Consulado colombiano, ubicado sobre la calle 17, en pleno downtown washingtoniano, el “Sí” ganó el domingo anterior apenas por tres votos. Escaso margen, pero suficiente para llevar a su país a un territorio diferente desde el cual podría acometerse con mayor facilidad la siempre complicada empresa de construir una sociedad más igualitaria, más justa.

El entusiasmo fue momentáneo. Unas horas después de cerrar la mesa de escrutinio, Victoria escucharía al presidente Santos reconocer el triunfo del “No” y reiterar su voluntad de no claudicar en la búsqueda de la paz. El líder de las FARC le secundaría poco después con un breve mensaje en el cual expresaría la disposición de los rebeldes “de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”.

Desde la  noche del domingo pasado, el ambiente ha estado inundado de preguntas, de conjeturas y de hipótesis. Los ganadores del plebiscito colombiano se han apresurado a dejar clara su postura: están a favor de la paz, pero no la quieren así como la negoció su Presidente.

Y seguramente el gobierno de Santos también preferiría un mejor acuerdo. Sin duda lo buscó durante las prolongadas negociaciones. Con toda seguridad fue la persecución de un mejor acuerdo la razón fundamental para tomarse cuatro largos años en redactar las 297 páginas de ese documento cuyo valor concreto y fuerza jurídica hoy no quedan muy claros.

El triunfo del “No” ha dejado al pueblo de Colombia en una suerte de limbo transicional caracterizado por la existencia de un acuerdo firmado, en el cual se contienen los términos para poner fin a la guerra, pero imposible de instrumentar porque el pueblo le ha negado a su Gobierno el poder para hacerlo.

Técnicamente no se ha alcanzado la paz pero, técnicamente también, no se encuentran en guerra. Los fusiles han sido silenciados merced al acuerdo de cese al fuego pactado con motivo de las negociaciones de paz, pero la garantía para mantenerlos así fue incinerada en las urnas hace una semana.

¿Cómo se sale de esta realidad sui generis? ¿Cuáles son las instrucciones del manual para la paz cuando se cae dentro de un bache cuyas características impiden avanzar, pero tampoco permiten retroceder?

Las respuestas no son sencillas y tampoco resulta sencillo identificar el lugar donde se encuentran. El camino hacia el frente es más o menos a ciegas y cada paso debe intentarse con cuidado para avanzar sólo en la dirección correcta.

En ese camino, al Comité Nobel se le ha ocurrido una buena idea: sorprender al mundo otorgando a Juan Manuel Santos el Premio Nobel de la Paz 2016, pese al “fracaso” del mandatario en convencer a su pueblo de las bondades del acuerdo negociado.

Y es una buena idea porque el premio constituye un compromiso moral, de por vida, con la paz. Con esa paz anhelada por Martha, por Victoria y por millones de colombianos para quienes no ha existido otra realidad sino la guerra a lo largo de toda su vida.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx