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Comerciantes hacen su agosto en la fiesta del Santo Cristo
“Pásele, damita; con este invento que le venimos ofreciendo, usted dejará de pagar en el salón de belleza, su dinero no se le irá más en el ‘peinador’ y dejará de andar greñuda para su marido… pero si no lo tiene, va a conseguir. ¡Pásele, pásele!”, grita un hombre a las mujeres mientras hace algunas hazañas con un pedazo de plástico negro que promete “enchular” hasta a la menos agraciada.
El vendedor de camisa azul y pantalón negro tiene un maletín negro bajo una sombrilla de playa en el que guarda decenas de esos pedazos de plástico moldeables que tienen instructivo incluido para hacer casi cualquier tipo de chongo.
“Mi amor, dame treinta pesos, quiero comprarlo”, dice una joven de cabello largo y rizado al muchacho que la acompaña.
“Yo ya no traigo dinero, compré el pan para tu mamá y los tacos, mejor págalo tú”, le responde el hombre a su pareja.
Ella mete una de sus manos a la bolsa del pantalón mientras el vendedor la espera paciente a que le pague.
—¿Cuál chongo va a querer que le haga?—
“Ese”, responde mientras señala una fotografía antigua y despintada.
En este puesto, uno de los cientos que se colocaron con motivo de la fiesta patronal del Santo Cristo, 10 mujeres han comprado en los últimos 15 minutos uno de esos plásticos que las harán verse peinadas sin la necesidad de una gran inversión.
Unos puestos más adelante, sobre la calle Allende, se funden los olores del aceite caliente con el adobo de los tacos al pastor. Una cartulina fluorescente anuncia que la orden de cualquiera de los 2 platillos cuesta 50 pesos.
“Échame unos taquitos, pero con bastante repollo y salsa verde, que casi no les pones”, pide un hombre de bigote ralo, sombrero y camisa.
El taquero le entrega en el plato de plástico su pedido bañado en dos cucharadas grandes de la salsa verde.
—¿De qué es la salsa?—
“Está hecha con chile serrano, cebolla, ajo, tomate verde y cilantro”.
—¿Pica?— “Pruébala”, dice.
No pude decir que no, después de todo el hombre del sombrero había pedido sus tacos bañados en una salsa que parecía inofensiva al paladar. Pero me equivoqué, aquello era una explosión en mi boca que provocó que me dolieran hasta los oídos.
Unos puestos más adelante un grupo de personas se amontonan en un puesto instalado frente a las capillas Martínez y Martínez, quieren comprar pan de nata, gorditas de harina rellenas de lechera, conchas gigantes y pizzas callejeras.
Fernando es uno de los paseantes que ha decidido venir sólo para convivir en familia, pero no quiere entrar a la misa que oficiará el obispo Raúl Vera en Catedral. Dice que mejor se queda afuera a ver a los matlachines.
“Dicen que el Santo Cristo abrió los ojos”, lo interrumpe la joven que lo acompaña.
“Yo creo que no, eso nomás pasa en la tele, ahora de todo quieren hacer milagritos”, concluyó Fernando.