Comer carne de obrero

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Comer carne de obrero

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera

Pase lo que pase con las políticas de López Obrador, México seguirá siendo un país atractivo para los inversionistas mexicanos y extranjeros. A ambos se les sirve la mesa y poco falta para que los políticos les den de comer en la boca. Todo está planeado para ellos. Ningún empresario se resistiría a aceptar los grandes regalos que ofrece el Estado mexicano: tierra, impuestos bajos y obreros mal pagados. Hasta el bilioso Donald Trump pidió que se pague mejor a los trabajadores en México.

Cualquier persona que tenga su cerebro en funciones sabe que en Saltillo hay sobreoferta de trabajo. En la Alameda encontré ocho mesas que representaban a distintas empresas contratando jóvenes. Pasa uno frente a cualquier fábrica y observa letreros: “Estamos contratando. Beneficios superiores a los que marca la ley”. No hay mano de obra suficiente.

A pesar de que los saltillenses tienen trabajo, nuestro gobernador anda buscando nuevas empresas y prevé que las de China ocuparán miles de obreros. ¿De dónde los va a sacar?, evidentemente de Oaxaca, Hidalgo y Michoacán. ¿Por qué el Gobierno Federal no lleva las empresas a esas entidades? Allá no tienen problema de falta de agua, como nosotros.

Hace unos días el cronista de la ciudad publicó un sólido y fuerte artículo mostrando que la carne de obrero es la más barata del mercado. Armando Fuentes Aguirre afirmó que: “Crece en número de habitantes la ciudad, pero no crece en calidad de vida. Ahora que tan de moda está hablar de los valores a alguien se le debería ocurrir pensar que la persona humana también vale”.

Leyéndolo, creí recordar que alguien dijo algo parecido mucho tiempo atrás. Busqué obsesivamente entre mis libros y lo encontré. Hace 152 años, Carlos Marx escribió una carta a su amigo Federico Engels que decía: “¿Hay alguna parte en que nuestra teoría de que la organización del trabajo está determinada por los medios de producción se confirme más brillantemente que en la industria de la carnicería humana?” (Marx-Engels correspondencia, Londres, 1866).

Sin embargo, la idea es todavía más antigua; la manejaban los grandes humanistas Erasmo de Róterdam y Tomás Moro. También los moralistas españoles del Siglo 16, todos dominicos, condenaron la explotación de mujeres y niños y la economía de saqueo en América. Y, con el estilo panfletario del padre Bartolomé de las Casas, en una carta al rey Carlos V condenaba la tiranía de los españoles en la Nueva España señalando que “bajo la forma de pillajes, violencias y homicidios cometen cada día oprimiendo, violando y masacrando a sus poblaciones”. Y en uno de sus escritos Las Casas coincide con Marx (¿o viceversa?), burlándose de quienes decían que los indios norteños comían carne humana. Fray Bartolomé argumentó que, si acaso fuera cierto, los indígenas comían carne de gente ya muerta, pero los españoles eran caníbales más siniestros porque comían vivos a los indígenas por la sobreexplotación de su trabajo.

¿Cómo la ve, estimado lector? Las coincidencias son asombrosas y parecerían impensables, pero ahora la economía mundial exige menos piedad y más explotación de cualquiera que esté al alcance. No son pocos los que se alegran por la aparición de las caravanas de migrantes centroamericanos: ¡viene mano de obra casi regalada!

Entre las cuestiones que tenemos que aceptar que han avanzado, y no poco, están los organismos de derechos humanos. Con cierta timidez, pero expresan su discrepancia respecto a las políticas públicas federales, estatales o municipales. Esperemos que en el nuevo régimen, que empezará pronto, realmente haya poco populismo y mucha justicia. Nosotros, los ciudadanos, no somos policías ni jueces; ellos están pagados para funcionar y no lo hacen, peor aún, parecería que trabajan para el crimen.

El problema del empleo no puede separarse del de la capacidad de proveer a los trabajadores de agua, vivienda, un sistema de salud, transporte y educación. En Saltillo hay empleo, pero no agua ni las demás cosas enunciadas. Nuestras autoridades resuelven su problema político temporal pero dejan de lado el económico, el ecológico, el urbanístico, el de la violencia y el de la corrupción.