Comendador y Contracultura
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Comendador y Contracultura
Mientras espero, paso la noche en aquella sala en la que mucha gente se apiña entre los rincones, a la expectativa. Otros se ensimisman, se acurrucan en la dura butaca y duermen o creen dormir. Ahí el tiempo pasa más lentamente que afuera.
Contra la indicación de los médicos, leo la segunda parte –“Metáfora Cambiante”- de “La Muerte del Comendador”, la novela de Haruki Murakami que por fin pude comprar hace una semana o dos. Dudé en llevármela a aquella sala, pues no quiero que la historia del comendador quede ligada al suceso que ahora invoco.
Además, no sabía si, precisamente en tales circunstancias, el ánimo estaría en forma como para ponerme a leer una novela, así fuese de Murakami. Cargué con ella sólo por tener un poco de compañía, aunque no estaba seguro de abrir aquel libro de hermosa carátula.
Lo hice a cierta hora avanzada de la noche: los personajes me esperaban: el pintor estaba a punto de entrar en la madriguera del Conejo Blanco. Comprendí que es cierto lo que algún crítico dijo acerca del autor: “siempre escribe la misma novela”. En algún sentido, quizá sea así en muchos casos.
En éste, por ejemplo, el protagonista tiene la misma edad que otros personajes principales de Murakami, entre 36 y 38 años. Si sus novelas se parecen o no entre sí, me tiene sin cuidado. Lo que verdaderamente importa es la capacidad del escritor para seducir a sus lectores con una ficción mucho más compleja de lo que a simple vista parece.
A cierta hora de la madrugada, el número de personas que esperan en la sala se ha reducido. Unos duermen echados sobre sus pertenencias; otros, en las butacas. Un joven ronca estrepitosamente allá, pegado a la pared. Los guardias nocturnos son más permisivos que aquéllos que los reemplazarán hacia las 7 u 8 de la mañana.
Conminado por uno de los personajes –“cara larga”- pintados en el cuadro que lleva el mismo nombre de la novela, el protagonista penetra en un oscuro agujero. Poco antes, se había tenido que representar la misma escena que aparece en el cuadro: un crimen. Los capítulos siguientes estarán dedicados a lo que sucede dentro de aquel agujero y que parecen la consecuencia de la representación plástica y de la representación de esa representación.
Me encontré, de pronto, con un pasaje en el que Murakami se detiene y hace reflexionar a su pintor retratista, el personaje a quien ocurren tales sucesos. Entonces recordé lo que escribí hace unas semanas en este espacio acerca del acto de pensar. El personaje se dice:
“En aquella profunda oscuridad, mis pensamientos fluyeron en una dirección sin sentido. O tal vez caminaba sin rumbo. En cualquier caso, no era capaz de controlarlos. Se me habían ido de las manos. No resultaba sencillo retenerlos en esa oscuridad sin fisuras. Se transformaban en árboles enigmáticos, cuyas ramas crecían a su libre albedrío (lo cual era toda una metáfora)…” [Tusquets, México, 2019, p. 315].
—Hay muchas cosas que tú no sabes
—concluyó la Duquesa—: la verdad sea dicha.
Lewis Carroll
A estas alturas de la novela, el lector transita un espacio que se ha desprendido lentamente de la realidad real, como ocurre en otras ficciones del autor japonés. Nos salen al paso algunos personajes legendarios, casi arquetípicos, pero ese espacio donde el tiempo parece ya no tener sentido está poblado, más bien, de “metáforas” y “dobles metáforas”, se dice el protagonista.
Pero ¿por qué haber entrado en semejante dimensión? Porque es necesario salvar a alguien, claro. Y para hacerlo resulta imperativo reproducir en la realidad real lo que está representado en el cuadro llamado “La Muerte del Comendador”. En el fondo, esta historia es una suerte de “puesta en abismo”, pero una “puesta en abismo” definitiva y crucial.
Las causas y los efectos, las ideas y su reflejo, la lógica puesta del revés, el viaje circular: todo en esta novela puede leerse como un mensaje cifrado, como un acertijo metafísico. El mundo de Murakami guarda similitudes con el de Lewis Carroll; en él todos los personajes son simbólicos, o de plano, símbolos. ¿De qué? ¿Qué representan o significan?
No tengo la menor idea, pero intuyo. ¿Alguna teoría de la interpretación podría ofrecernos algunas pistas? Quizá, aunque de ninguna manera absolutas. Alguien supondrá que el psicoanálisis es una opción. Puede ser, siempre que no haya jalones de pelo, como suele ocurrir en este tipo de interpretaciones, por muy atractivas que parezcan.
“Traté de hacerme a la idea –se dice el protagonista de la ficción narrativa- de que todo cuanto me rodeaba era un concepto, una forma de retórica, y sin embargo, la oscuridad que me envolvía era auténtica, la profundidad que me oprimía muy real.” [Tusquets, México, 2019, p. 316].
Irresistible, la tentación de calificar como “oníricos” los pasajes citados. Caigo en ella: estos episodios y muchos capítulos de la novela son abiertamente oníricos, y además, se parecen a las alucinaciones que provocan algunas sustancias o cierto tipo de plantas…
Por eso “todo está conectado”, “todo está conectado con todo”. Pocos autores han convertido en literatura aquel orbe que se llamó a sí mismo “psicodélico”. En la obra de Haruki Murakami desembocan tanto los avatares de una época cuyo sueño fue asesinado con John Lennon como otros acontecimientos históricos y culturales -o contraculturales.
Ha amanecido ya. Es necesario enfrentar esta otra realidad.