Combatir la corrupción
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Combatir la corrupción
¿Cuál es el origen de la corrupción? Las teorías abundan y hay para todos los gustos y adscripciones políticas: la ambición, la envidia, la codicia, la búsqueda del poder, los celos, el miedo, la torpeza… incluso la ingenuidad.
En general, solemos considerar como origen de la corrupción el alejamiento o el abandono de las conductas virtuosas: la honestidad, la solidaridad, la sinceridad, la rectitud, la perseverancia, el sacrificio, la generosidad, el desprendimiento, el amor al prójimo…
Todos —salvo prueba en contrario— somos capaces de distinguir las conductas virtuosas de sus contrarias, así como las consecuencias de actuar en una u otra dirección. Esto último lo hacemos porque poseemos un “filtro moral” gracias al cual podemos “juzgar” los actos propios y los ajenos.
Y si hacemos una encuesta para averiguar la posición colectiva en relación con las prácticas corruptas, difícilmente encontraremos a un sólo individuo reconociéndose públicamente como suscriptor de tales conductas. Antes, al contrario, cualquier sondeo en este sentido arrojará una abrumadora opinión condenatoria de las mismas.
Pero si todos, por regla general, somos capaces de distinguir entre lo “correcto” y lo “incorrecto”, lo “aceptable” y lo “inaceptable”, lo “legal” y lo “ilegal”, ¿cómo se explica la proclividad de nuestra sociedad hacia las prácticas corruptas? Más complejo aún: ¿cómo pueden registrarse los grados de corrupción denunciados cotidianamente en nuestra sociedad si la inmensa mayoría de los mexicanos rechaza sin ambigüedades la corrupción?
Una vez más, las teorías son diversas y los diagnósticos numerosos. Personalmente encuentro útiles y sumamente necesarios los diagnósticos, pues ofrecen alternativas para iniciar el abordaje de un problema y mejoran de forma importante las posibilidades de tener éxito en la empresa. Y, desde luego, entre mejor el diagnóstico, mejores las soluciones.
Pese a este último señalamiento me inclino a creer una cosa: los diagnósticos en general, en tanto se enfoquen a caracterizar el problema, identificar sus fuentes y señalar las consecuencias más importantes de éste, son correctos y diseñar soluciones a partir de ellos implica emprende el camino de contener el fenómeno, en el peor de los casos, y revertirlo en el mejor.
Así pues, podemos utilizar cualquiera de los diagnósticos existentes —siempre y cuando cumpla con la característica señalada de identificar correctamente los orígenes del problema—, diseñar una estrategia a partir de éste y, si nos disciplinamos en el seguimiento de la misma, obtendremos resultados positivos, aún cuando estos no sean los mejores posibles.
El secreto pues, no está en realizar “el” diagnóstico, ni en descubrir a los individuos providenciales a cuyo influjo la realidad se transformará de forma irremediable, sino en comprometernos, todos, con una fórmula y con la búsqueda de los resultados concretos ofrecidos por dicha fórmula.
Uno de los muchos diagnósticos existentes en torno al fenómeno de la corrupción en México es el utilizado para desarrollar la fórmula del “Sistema Nacional Anticorrupción” y su correlativo local. A partir de éste se han creado normas y diseñado instituciones para lanzar, como nunca antes en la historia del país, una ofensiva contra la corrupción.
¿Es el mejor diagnóstico posible? ¿Ha derivado en la creación de las mejores normas jurídicas y en el diseño de las instituciones idóneas? ¿Garantiza, por sí sólo, la erradicación del problema? Puede discutirse largamente sobre el tema y probablemente se llegue a una conclusión —teórica— negativa.
Más allá de las teorizaciones en torno a las posibilidades de éxito —o de fracaso— del Sistema Anticorrupción, encuentro adecuado el diagnóstico y me parece un buen primer paso para emprender acciones cuya consecuencia sea el surgimiento de un punto de inflexión en la historia de nuestro país en materia de corrupción.
Para lograr esto último, sin embargo, es indispensable un compromiso colectivo con la idea, con la meta a la cual deseamos llegar, con los objetivos concretos a cuya consecución deseamos dedicarle nuestras energías. Requerimos un compromiso colectivo con el éxito del modelo, no con su fracaso, destino éste último al cual no pocas voces le apuestan ya, cuando ni siquiera se ha emprendido la marcha.
Y en este compromiso, indispensable para el éxito del modelo, una idea, creo, es la clave: no son los individuos, por sí mismos, quienes garantizarán el logro de las metas en materia de combate a la corrupción, sino el apego intransigente, inflexible, irreductible y obstinado, por parte de todos, a las reglas en las cuales hemos convenido para tal propósito.
Aristas
Ayer se instaló en Coahuila el Comité de Selección del Consejo de Participación Ciudadana, del Sistema Estatal Anticorrupción. Tengo el privilegio de haber sido seleccionado para integrar este cuerpo colegiado y, sin romanticismos de por medio, considero ésta una espléndida oportunidad para avanzar en la dirección correcta.
¡Feliz fin de semana!”.
@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx