Colmar el espíritu, trabajar como Dios manda

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Colmar el espíritu, trabajar como Dios manda

ESMIRNA BARRERA
Cuando una persona ama su chamba o ha aprendido a amarla, inunda su existencia de vida

Cuenta Ortega y Gasset: “El hombre no puede vivir plenamente si no hay algo capaz de llenar su espíritu hasta el punto de desear morir por ello”, paradoja que, sin duda,  reside en la intimidad de cada ser humano. Ahora bien, pienso que el espíritu se colma –y en mucho– con el trabajo, con la pasión con la cual cada persona ejerce ese oficio que la vida ha puesto en sus manos, porque cuando una persona ama su chamba o ha aprendido a amarla, inunda su existencia de vida.

En ese sentido, en algún lugar, recuerdo haber leído un breve escrito que apunta: “la mosca, apenas se posa sobre una flor, pasa, voluble y agitada, a otra; el abejorro se detiene un poco más, pero sólo para hacer ruido con las alas; la abeja, en cambio, silenciosa y trabajadora, se detiene, liba a fondo el néctar, lo lleva a casa y nos regala la miel”.

Lo anterior viene a colación pues pareciera que la sociedad ha caído en un círculo perverso: muchas personas brincan, de chamba en chamba, como si fueran trabajadores “moscas”, o bien trabajadores “abejorros”. Y esto dista mucho de alcanzar la plenitud que brinda el trabajo.

TRANSFORMACIÓN

Efectivamente, que distantes parecemos estar de ese pensamiento de Gibrán sobre el trabajo: “Muchas veces he oído que dices, como dormido, ‘aquél que trabaja con mármol y halla la forma de su propia alma en la piedra es más noble que el que ara la tierra. Y aquél que agarra el arcoíris para plasmar sus colores a imagen de un hombre, es más que aquél que fabrica las sandalias para nuestros pies’.

“Pero digo yo, no dormido sino en el sobre despertar del mediodía, que el viento habla con igual dulzura a los gigantescos robles que a las hierbas más insignificantes;

“Y sólo es grande el que transforma la voz del viento en una canción más dulce hecha por su propio amor. 

“Y todo trabajo es hueco, a menos que haya amor”.
–G. Jail

“El trabajo es amor hecho presencia. Y si no puedes trabajar con amor sino sólo con repugnancia, es mejor que te vayas de tu trabajo y te sientes en la puerta del templo y consigas limosna de aquellos que trabajan con alegría.

“Porque si cueces pan con indiferencia, cueces un pan amargo que satisface sólo la mitad del hambre. Y si lamentas aplastar las uvas, tu lamento destila un veneno en el vino. Y aunque cantes como los ángeles, si no amas el cantar, estas impidiendo que los oídos del hombre escuchen las voces del día y las de la noche”. (Recomiendo http://es.wikisource.org/wiki/El_Profeta:El_Trabajo) ¿Se puede agregar algo más?

EVIDENCIAS SOMBRÍAS

En el mercado laboral existe una peligrosa trampa que bien haría a los jóvenes, que están por graduarse, tener en cuenta: me refiero a ese afán moderno de vender el oficio al mejor postor, a convertirse en marionetas del dinero al tomar decisiones laborales basadas exclusivamente en el factor sueldo y prestaciones, prescindiendo de la esencia, de todo lo que otorga dirección, abundancia y dignidad al oficio que se emprende, como lo es su sentido de trascendencia, la plenitud y la felicidad que nos debería proporcionar realizarlo día a día.

Este engaño tiene evidencias sombrías: ausencia de compromiso, irresponsabilidad, altas rotaciones y frustración. Son el egoísmo y la cobardía las que se encuentran remolineando, desde el fondo del alma, estas actitudes.

Egoísmo, porque estas actitudes ven exclusivamente para adentro,  porque olvidan que trabajar es servir, es cumplir con la palabra empeñada y también otorgar seguridad de permanencia al empleador. Cobardía, porque si bien siempre estamos dispuestos a proteger –hasta con los dientes– el derecho a decidir el lugar en donde trabajar, es frecuente, achicamos en el momento de reconocer que el contratante tiene igualmente sus derechos. 

Es claro, existen empresas que generan sus penurias, pero hoy me refiero a esa epidemia que se ha generalizado peligrosamente y que afecta inclusive a organizaciones que se han distinguido por su responsabilidad social, por cumplir puntualmente con las obligaciones hacia sus empleados.

A LA LARGA

Por eso, no hablo de los cambios de trabajo que inclusive son moralmente necesarios, sino los que se hacen por desamor, por pura conveniencia económica, por cambiar sólo por el resultado de ese utilitarista análisis denominado costo-beneficio, que es perverso al ignorar la dignidad del ser humano y obviar sus razones de vida.

Ojo, tampoco pretendo decir que estoy en contra del desarrollo profesional o económico de las personas, ni del mejoramiento del salario, nada más lejos de la verdad, pero el hecho de permanecer cada vez menos tiempo en las empresas,  de brincar como chapulines siendo víctimas de la piratería, de poner condiciones laborales inspiradas en la soberbia y vivir como moscas o abejorros, invita a reflexionar para ver si no estamos siendo chapuceros con nuestra labor, para analizar si acaso no estamos empezando a librar una guerra en contra de nosotros mismos porque, si es así, entonces jamás nos sentiremos satisfechos independientemente de la empresa en donde laboremos, sino vacíos y frustrados. Me temo que, a la larga, con estas actitudes, terminaremos desvalorizándonos.

LO MÁS RÁPIDO…

En este sentido algunas organizaciones han caído en un juego suicida: piratearse a las personas de otras empresas quebrantando –mediante el señor dinero– su espíritu; así, de esta forma, se han emprendido verdaderos saqueos, pero ahí también veo un posible final: esa gente que hoy ha sido literalmente sobornada, mañana estará en otras chambas víctimas del mismo proceso, y las empresas, por su parte, continuarán destruyéndose colectivamente. De esta forma, la comunidad posiblemente sufrirá las consecuencias de una desenfrenada inflación. Esto me recuerda dos máximas del enfoque de sistemas: lo más rápido resulta ser lo más lento y los problemas actuales generalmente provienen de las soluciones anteriores.

OBLIGACIONES

Me parece difícil creer que cuando una persona cambia constantemente de trabajo no se percate –o no quiera hacerlo– del daño que se hace a sí mismo, a su familia, a las empresas y a sus propios compañeros de trabajo. Se lástima porque trueca la responsabilidad por la conveniencia; afecta a su familia porque enseña a sus hijos la deslealtad e inconsistencia; a su empresa porque la hace vulnerable y a sus compañeros de trabajo porque pone en riesgo sus modus vivendi.

Esta prostitución del oficio también puede provocar que las organizaciones, ante la desesperación, hagan lo imposible para retener a su gente mediante absurdos como, por ejemplo, otorgar “premios” o “recompensas” por hábitos que no deberían ser gratificados como lo son la puntualidad y la asistencia. Qué lástima que aquello que, por su naturaleza, representa una responsabilidad personal ahora se subaste y evalúe en términos de pesos y centavos. Qué pena que ahora se indemnicen las obligaciones.

Es como si en el matrimonio existieran premios por la fidelidad, por ir a casa después de la chamba, o por otorgar el sustento natural que le debemos a los hijos, ¿Qué acaso esto no es una obligación mínima del compromiso adquirido?

BUENO SERÍA

Amor, humildad, responsabilidad y sensatez son las palabras que hoy no tienen del todo contenido en el ámbito laboral de nuestra comunidad. Sin duda, el precio ya lo estamos pagando en donde menos lo esperábamos y ese importe, para nuestra desgracia, cada día será mayor.

Una sociedad que provoca que el don del trabajo se convierta en títere del materialismo, en su subordinado, puede provocar que quizá se gane más dinero, pero no necesariamente plenitud, porque si las personas no vivimos el sentido profundo del trabajo, es como engañarnos y pensar que somos abejas laboriosas, sin saber que somos solamente ruidosos abejorros o, peor aún, unas tristes moscas.

Bueno sería trabajar como Dios manda para colmar el espíritu, trascender y vivir en plenitud.