Cólera en los tiempos del virus: en el extremo de la violencia verbal

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Cólera en los tiempos del virus: en el extremo de la violencia verbal

Nada que ver con la novela de Gabriel García Márquez, la historia de amor perdurable en los tiempos en que una epidemia de cólera azota a la población caribeña causando enfermedad y muerte, donde el escritor hace gala del idioma como lazo de amor perenne, todo lo contrario al ambiente de crispación que flota en el aire de este País, donde el idioma está infectado por el virus de la discordia, el encono y la ira: es la cólera en los tiempos del coronavirus.

Y ahí tiene usted que en medio de una de las peores crisis afrontadas por este País, a los mexicanos nos ha dado por el abuso del idioma para insultar, por el uso de los peores adjetivos para ofender y por el exceso verbal para confrontar.

El abuso del lenguaje en la vida política de este País ha sido factor de grandes tragedias. Antes del magnicidio de don Francisco I. Madero ya flotaba en el ambiente la palabra violenta, difamatoria y burlesca contra el presidente. La befa socavó el respeto a su persona. El vituperio devastó su investidura. Madero era bueno y por eso lo asesinaron. Ahí supimos que en este País ningún presidente tiene derecho a ser buena gente porque luego lo insultan y lo matan.

Aquí tenemos hoy a un País polarizado como en los tiempos de Madero, aquel presidente humanista al que los periodistas insultaban como el “Presidente pingüica” o el “Enano del tapanco”, furiosos por la mengua de “chayote”.

El martes pasado Carlos Loret de Mola hablaba así del actual Presidente de la República: “Solito, desde su palacio, con su atril grandote, su mampara grandota, en su patio grandote, habló este domingo el rey pequeñito… Si alguien buscaba a Roosevelt se topó con Gutierritos”. Y hay que decir que por menos que eso, su abuelo, el gran periodista Carlos Loret de Mola Mediz, fue asesinado. Igual que Manuel Buendía. Ambos, en el sexenio de Miguel de la Madrid.

Carlos Loret sabe bien que Andrés no lo va a mandar matar y, por eso, la libertad que no existía en los tiempos de su abuelo hoy se convirtió en un grotesco libertinaje, como el que instigó el asesinato de Madero.

Pero también hay que decir que el caso de AMLO no es simétrico al del presidente Madero, porque el apóstol era parco y prudente al hablar. En cambio al tabasqueño le da por atropellar con sus palabras como si dicha acción no tuviera consecuencias. Lo cierto es que el obradorismo de cada mañana de inmediato genera una furiosa reacción antiobrador. Una oposición cada vez más estridente y rabiosa. ¡Qué necesidad!

Eso de arremeter a diario contra los conservadores, los fifís y los corruptos tiene la respuesta inmediata de adjetivos injuriosos como “Gutierritos”, el “Cacas” o “don pendejo”. ¡Qué necesidad!

En el extremo de la violencia verbal hoy tenemos voces que incitan al magnicidio. Es la cólera en los tiempos del virus. Y aunque optáramos por ese silencio que por miedo cohesiona a los rebaños, de nada serviría si AMLO no da un giro total para convertirse en el mandatario del silencio. De un silencio que hable fuerte y contundente contra el virus, la corrupción y la violencia. Sin “mañaneras” de ruidosa palabrería. Sólo actuando de manera decisiva y en silencio contra los verdaderos enemigos de México.

Y a propósito de silencio, que bueno que Fox ha decidido guardarlo. Gracias don Vicente, mis respetos.