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Cocineros intoxicados

Aún no concluye en nuestra entidad el proceso cuya jornada electoral tuvo lugar el pasado 4 de junio, pero ya inició uno nuevo para, como todos sabemos, elegir a quienes reemplazarán, en los 38 ayuntamientos coahuilenses, a las autoridades municipales a las cuales aún les faltan casi dos meses para tomar posesión de sus cargos.

Es esta la segunda ocasión en la cual, debido a las peculiaridades del calendario electoral coahuilense, dos procesos electorales se desarrollan de forma simultánea. Más allá de la anécdota, sin embargo, previsiblemente en esta ocasión el epílogo del primero afectará el desarrollo del segundo.

Y esto es así porque los partidos políticos, todos, han dedicado los últimos cinco meses a alimentar el clima de crispación en el cual ha vivido buena parte de la entidad a partir de la judicialización de la elección de Gobernador. Por razones diferentes –justificadas, desde el punto de vista de cada quién– todos se han dedicado a polarizar el ánimo social.

Derivado de esta circunstancia, el nuevo proceso electoral arranca en medio de un ambiente marcado, entre otras cosas, por acusaciones gratuitas en contra de las autoridades electorales –administrativas y jurisdiccionales– y muy cuestionables reclamos de “justicia”. Ello nos obligará a todos a recorrer un camino pedregoso de aquí al mes de julio del próximo año.

Previsiblemente, como ya se ha dicho, el clima de polarización experimentará una burbuja de crispación en las próximas, cuando se emita la sentencia definitiva con la cual se pondrá fin a la disputa postelectoral.

La crispación coahuilense, resulta importante decirlo, no es distinta de la registrada en otros momentos a nivel nacional –2006, por ejemplo– o la vivida en otras latitudes del País, donde las pasiones políticas han conducido a la polarización de la sociedad –Veracruz en 2016. Y las razones detrás de una y otras son básicamente las mismas.

Sin embargo, resulta importante identificar las motivaciones de tal circunstancia en los dos grupos, claramente diferenciados, desde los cuales se manifiesta: los ciudadanos y los dirigentes y candidatos de los partidos políticos. Y es importante, porque la forma como esa crispación se expresa en público no se justifica de igual forma en uno y otro lado.

¿Cuál es la razón para no considerar a ambos grupos en igualdad de circunstancias? La respuesta es simple: porque al momento de sopesar los elementos de unos y otros para expresar insatisfacción –e incluso indignación– con el resultado de nuestra democracia, resulta obligado identificar también las responsabilidades con la generación de dicho resultado.

Permítanme usar una metáfora para ilustrar la diferencia: en el caso de los partidos políticos, sus dirigentes y candidatos, nos encontramos ante una situación similar a la de un grupo de cocineros a quienes les ha causado indigestión un pastel cocinado por ellos mismos.

Me explico: estos cocineros hipotéticos se pusieron de acuerdo para la elaboración del pastel y ellos solos escogieron la receta a ser preparada, sin tener en cuenta la opinión de nadie más. También seleccionaron, ellos solos, todos y cada uno de los ingredientes; decidieron la forma del molde, el orden en el cual los ingredientes serían mezclados, la temperatura del horno y, finalmente, el color y sabor del betún con el cual lo decoraron.

Terminada la preparación del pastel, ellos y sólo ellos decidieron libremente el tamaño de las rebanadas a ser distribuidas, también, sólo entre ellos, la marca de los platos para servirlo, los cubiertos a utilizar y la bebida con la cual acompañarían la degustación. Incluso decidieron el destino de las migajas acumuladas en los platos, la mesa y el piso.

Para sorpresa colectiva, una vez devorado el pastel completo los cocineros se quejan acremente de cómo éste no tenía buen sabor; algunas porciones estaban crudas y el betún tenía gusto salado, razón por la cual les causó indigestión. Debido a sus malestares, los cocineros esperan del público, quien se ha limitado a verles cocinar y devorar el pastel –sin quejarse en ese proceso–, expresiones de condolencia y conmiseración.

La situación resulta claramente absurda y constituye un acto de desfachatez de los cocineros, pues los espectadores, es decir, los ciudadanos, sin duda podemos quejarnos del enorme costo del pastel, la mala calidad de los cocineros y de cómo, salvo unas cuantas migajas, los responsables de la receta destinaron el producto sólo a satisfacer sus apetitos individuales.

Pero escuchar quejas de los cocineros, quienes encima de todo son también los dueños del restaurante y, por ende, únicos responsables del mal sabor de boca provocado por sus productos, constituye un signo de cinismo y desvergüenza extrema por parte de quienes se sirven siempre, sin recato alguno, con la cuchara más grande.

Así como este grupo de hipotéticos cocineros, pésimos para su oficio, los partidos políticos mexicanos –sus dirigentes y candidatos– esperan, además de tolerancia para su incompetencia, el inicio de una coperacha entre los ciudadanos para adquirir algún remedio para su indigestión.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx