Claudia

Usted está aquí

Claudia

La primera vez que la vi fue en una entrevista de trabajo para realizar tareas de transcripción. Lo primero que me llamó la atención de ella fue su dulce sonrisa y una chispeante mirada.

Pasarían muchos años para que ella en alguna ocasión me dijera que lo que de mí le atrajo la atención fue una: que yo traía, entonces, mirada triste. “Algo debe de estarle pasando para que mire de esa manera”, me compartió al pensar en mí en aquella época. Y, bueno, en ese momento, año de 1998, acababa yo de sufrir un accidente provocado por un autobús.

Este había intentado ganarle el paso a un automóvil de color rojo en la esquina de Purcell y Juan Álvarez, que entonces estrenaba el “Ceda el paso”. Ninguno de los dos lo hizo y el autobús, al verse en peligro por el carro, se desvió a la esquina, donde justamente estábamos mi inolvidable maestro y jefe Javier Villarreal Lozano y quien ahora hace estos recuerdos.

Así, en agosto de hace 22 años, Claudia adivinó lo que yo traía en la cabeza, la angustia por la salud, el futuro cercano. Pero lo que yo vi en ella, esa sonrisa y esa mirada afectuosa las encontré siempre a lo largo de estas dos décadas. Se convirtió en la secretaria del maestro Villarreal y hoy, a casi un mes de su partida, ocurrida el 30 de diciembre, la recuerdo en estos escritos, para los cuales me alentaba.

Difícil, muy difícil, es poner en letras de molde las palabras definitivas que nos arrancan lágrimas y que de nuevo me colocan en un momento de tristeza como cuando nos conocimos.

Escribir sobre ella es hacerlo sobre una mujer valiente que dedicó su vida al servicio de los demás. Su personalidad, esa alegría con que todos cuantos la trataron íntimamente, estaba puesta al servicio, motivada en una íntima relación con Dios. A atender a quien la necesitara y si fueran conversaciones lo que de ella se pedía, eso era lo que ella daba, y lo hacía con enorme generosidad.

Atendía grupos de niños a los que inculcaba la misma filosofía con profunda devoción. Su facilidad para organizar materiales era una de las cosas en que imprimía su personalidad a fin de seguir ofreciendo lo mejor de ella, que era precisamente el servicio generoso y amplio.

Mujer de lealtad, de muchas horas de entrega incondicional, admiraba lo que ella misma ponía en la vida: emoción por cada instante, por su familia, por nosotros, sus compañeros de trabajo. Hemos todos sufrido las dolorosas pérdidas de personas muy queridas y muy cercanas a nosotros en estos meses insólitos.

Lo que nos parece inexplicable, lo que para otros no lo es, sostenidos en la fe, se ha presentado como fuerzas que nos ha sido imposible contener. Sin embargo, el haber tenido a Claudia, el haber contado con ella en momentos de difícil sostenimiento, alivia la tristeza, la enorme tristeza por su partida.

Todos tenemos cerca a una persona como ella, que cada día agradecía, que cada día compartía, que cada día hacía sencillo lo que difícil se veía en el horizonte. “¿Cómo la recuerdas?”, pregunto a mi hijo. “Una persona que siempre te decía que sí a todo lo que dijeras”. Y sí, siempre, el servicio. Su mirada y su sonrisa fueron, hasta el último día en que pude verla, lo que la significó, lo que la representó siempre.

Hacer honor a su memoria, como la de todos cuantos leen estas líneas por sus seres queridos, aminora en estos momentos el tanto dolor y desconcierto que el mundo enfrenta. Clau, lo de siempre: muchas, muchas gracias.