Ciudad, destrucción y memoria


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Ciudad, destrucción y memoria


Incendio de la casa roja. / Foto: Especial
Hace unos días se celebró un aniversario más de Saltillo. Efeméride que nos da pie a reflexionar sobre los dilemas y contradicciones asociados a la percepción de sus realidades y procesos históricos.

La falsificación originaria de la historia de nuestra ciudad es inherente al momento en que un gobernador “ajustó” la fecha de su fundación para hacer coincidir el festejo de los cuatro siglos con su mandato. El dato no es nada nuevo. Textos de diversos especialistas como el doctor Recio o Carlos Manuel Valdés (“El Saltillo histórico y el actual”, 21 de julio) han mostrado pruebas fehacientes de tal impostura. Así, y aún antes, las concepciones sobre nuestro presente y pasado suelen oscilar desde la condescendencia chovinista a la nostalgia estéril: desde los ejercicios de biopolítica electoral de la matlachinada masiva y los bailes populares, a la inauguración de un Torreón sin acabar e iluminado por mientras con lucecitas de tugurio: de esta y otras maneras nuestras señas de identidad se van pervirtiendo y se nulifican.
Paradójico destino el de nuestra historia: mientras unos desde tiempo atrás la malversan, otros la desconocen. Por ejemplo: en el bagaje mocho de nuestros jóvenes, detrás de esa epidemia y drama plural del suicidio, le cargan la culpa el mal ejemplo de Manuel Acuña y no la falta de miras y oportunidades, el hacinamiento, la soterrada violencia social y económica, la explotación laboral, la inmovilidad urbana o la ausencia de políticas públicas eficientes.

Santuario y molinos. / Foto: Alejandro Pérez.

El otro Saltillo
¿Dónde están los otros Saltillos? ¿Todos esos segmentos, personajes y épicas mínimas que han quedado relegadas de la efeméride priísta: las preseas, el festejo oficial y la historia con mayúsculas? ¿Quién va a contar la microhistoria de Ciudad Mirasierra o la Chamizal? ¿Las gestas deportivas de Pueblo Insurgente? El arte mural no patrocinado por el IMC de la Oceanía, La Madrid, los incontables proyectos de Ska o Hip Hop de la 26 de marzo, o el proyecto anónimo que en los muros de la Bellavista reproduce obras del arte universal? Mientras se gastan millones en orquestas con músicos extranjeros, actos protocolarios con “ciudades hermanas” o en promover la ópera ¿Qué instancia pública patrocinará por fin la maquila del disco -resultado de la investigación de años- hecha por el músico Arturo Marines sobre la tradición musical de nuestros ejidos, las incontables posibilidades de la tradición oral en sus barrios, el fervor anónimo de sus artesanos o proyectos de enseñanza musical en las periferias, como aquel del promotor cultural independiente Raymundo Mendoza?
La realidad demuestra día a día, que a pesar del acendrado apego regionalista, somos una sociedad atomizada, desarticulada en sus devenires, fragmentada en sus partidismos, castas y conveniencias; en sus sesgos y sus ideologías. La promotoría cultural se traviste en negocio privado y viceversa. El Centro histórico se puebla de espacios vacíos, enmascarados de fachadas falsas: incluso de impresiones en lonas baratas con motivos coloniales. Fotos coloniales de otras ciudades, para mayor pavor. Ciudad de modas y de olvidos. De apegos instantáneos y de indolencias crónicas.
Don Mario Herrera –hijo de nuestro pintor más insigne- me dijo una vez muy molesto y desencantado que “Saltillo es una ciudad de jardines cerrados. Somos como jardines cerrados”. Y cuando le pregunté por qué no había surgido todavía un nuevo Rubén Herrera, me reviró, desesperado ante mi imprudencia juvenil: “Usted quiere que bajen los ángeles…” Según el famoso crítico, somos vidas vueltas hacia dentro. Penumbra de zaguanes. Saltillo con “s” de simulación o secrecía. Y quizá ningún autor dibujó ese universo fantasmal y a la vez claustrofóbico –auto mistificado- como el poeta Alfredo García Valdez, en su inmenso proyecto narrativo Truco.

Ventana en calle de Bravo. / Foto: Alejandro Pérez

Balas para un autorretrato
Hace unos días, la Bienal Nacional de Autorretrato, que una vez más desprestigió el nombre de Rubén Herrera, premió con el primer lugar un presunto plagio, que además de tampoco ser un autorretrato, para mayor ironía,  se tituló como “(Simulación)”: una obra que reproduce rostros genéricos e inexpresivos, amontonados sobre el juego de luces artificiales. A pesar de la polémica: dicha pieza, juzgada por un paisajista y otros jurados externos, pareciera prefigurar un devenir saltillense ¿Vamos hacia la falsificación de lo artificial, hacia la despersonalización? ¿Cuáles son las señas de nuestra identidad y quién y por qué las dispone? Porque pareciera que vivimos una época de abolición autista y monetizada del pasado. Donde todo debe ser macro y cuantificable.
Pero la realidad, terca, desdice las cifras. No necesitamos estudios millonarios pagados a especialistas venidos del extranjero: requerimos –como mínimo- un transporte público que no asesine a sus usuarios. No necesitamos ciudades inteligentes: queremos ciudades hechas y pensadas para los seres humanos. No necesitamos cámaras para vigilancia de los ciudadanos de medio millón de pesos cada una: urgen banquetas, jardines, seguridad, aire: genuino espacio público.
Por otra parte, hay quien ha lamentado la invaluable pérdida de tesoros como la Casa Roja en posts de Facebok, con frases de una tierna candidez que aseguran “volverá a renacer de las cenizas, como el Fénix”. No jóvenes, abran los ojos: el pasado no resurge de las cenizas. Nuestra ciudad asesina su memoria, sus arboledas, sus bibliotecas. Se gastan 20 millones en una torre de latón y plástico, mientras el corazón de su centro histórico –metáfora irremplazable- cumple más de medio siglo oliendo a aguas negras.
Entonces viene bien citar al visionario Walter Benjamin, que en sus Tesis de filosofía de la historia, escribió  lo que parece un censo de nuestra condena y nuestra destrucción:  los antiguos Molinos, la Estación de Tren, la Capilla y Biblioteca Landín, los parques inaugurados con todo derroche y abandonados a los pocos años (El Ecológico de la Aurora, el Solidaridad, el Venustiano Carranza); El Cine Palacio; la Biblioteca Central y la Elsa Hernández; El Edificio Coahuila;  nuestra primera biblioteca pública, clausurada por Pérez Treviño; El Banco Coahuila y el Fuerte de los Americanos; El Mirador, La Casa Roja, destruida por unos jóvenes empresarios sin responsabilidad ni criterio; es más, pareciera que el filósofo judío viera hoy mismo al ángel de Acuña, corroído por las palomas de F. Contreras:
“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo que lo mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad”.


alejandroperezcervantes@hotmail.com

Twitter: @perezcervantes7

Monumento a Manuel Acuña, 25 de julio de 2019. / Foto: Alejandro Pérez.