Cita en la conyugal

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Cita en la conyugal

Ilustración: Vanguardia/Esmirna Barrera

Por: Alejandro Salas*

El plan que El Shorty fraguó durante 63 días (sobre todo por las noches) fue diferente.

Se veía cerrando la puerta del cuarto de visita conyugal. Destapaba la primer Caribe Cooler para Kassandra, y él apuraba un Tecate rojo. De la antesala rompe hielo iba de súbito a los besos, a saborear esos labios siempre repintados y groseros de ella.

A explorar ese cuerpo de la Kassandra, la teibolera que un día fue estrella del Matehualas y que sus actividades en el tráfico de coca, y el destino, la llevaron a estar allí, justo a un lado del lugar donde El Shorty fue confinado por delincuencia organizada, tres ejecuciones y también, cómo no, narcotráfico.

Era un trofeo la Kassandra que él deseaba poseer y atesorar aunque fuera por una noche.
Y así se veía a sí mismo. Cerrando la puerta de la conyugal.

Bebiendo como si estuvieran libres, en la habitación de cualquier motel. Primero un beso tibio, sutil, luego uno de los otros, los desenfrenados, los de lenguas en esgrima.

Pruebas su piel morena, sus tetas, ¡qué delicia!, siliconeadas, sí, pero estéticas, duritas. Te vas al cuello; ella es dominada, pero enseguida se bate contigo, cuerpo a cuerpo, sin cuartel.

La volteas, así como te la imaginaste, como se te antojó el día que Kassandra ganó el certamen Miss Reclusorio Femenil del Topo Chico; esa vez que la deseaste ataviada con vestido azul de coctel, encuerpada como sólo ella y luciendo su corona.

Aquel día te sonrió mientras tú le mandabas besos.

Pero el encuentro no fue así.

Una Caribe, dos cervezas, otra Caribe, otra cerveza. La plática se extiende.

Kassandra te cuenta su accidentada vida y tú le cuentas la tuya. Se revelan versiones sin censura, de esas que nunca sabrá el Ministerio Público.

Ella es del barrio de la Garza Nieto, “La Coyotera”, o lo que queda de ella; nació en el verano del 94. Cuando estaba en primero de secundaria, en la Cuatro, se embarazó de su primer niño, que ahora tiene ocho años.

A su papá, Kassandra no lo conoció. Su madre sigue siendo prostituta en las cantinas del barrio.

Ella ingresó al table dance El Infinito después de su primer embarazo; luego saltó al Mates, como le dicen al Matehualas, donde combinaba la chamba de bailarina exótica (y erótica) con la de distribuidora de coca entre compañeras y clientes.

Tano, el abogado padrote del Matehulas, es la pareja de Kassandra, o lo era. La regenteó durante los últimos cuatro años, aun estando presa, pero hace un mes cayó abatido en el table dance Tangalay, cuando un comando se despachó a ocho meseros, incluyéndolo a él.

Kassandra no le guarda luto. Se liberó.

El Shorty es orgullosamente zeta. Antes fue warrior de la colonia La Risca. Doce ingresos en el tutelar, ahí mismo fue reclutado; primero fue halcón, luego distribuidor, estaca y hace seis años es sicario, pero en una refriega entre zetas y golfos fue capturado por la Marina.

En el mutuo interrogatorio pocos detalles quedaron sin abordarse.

No, no fue como El Shorty lo imaginó. No se desnudaron, no la poseyó, pero se cogieron del alma.
Por la pequeña ventana inserta en lo alto de la pared que da al patio central del reclusorio empezó a colarse la luz, y ellos seguían despiertos, acostados con todo y ropa.  El abrazo de aquella madrugada fue reconfortante para ambos.

El celador provocó un estruendo seco al golpear con la macana la puerta metálica de la sala conyugal N-23.

–Se terminó la visita –dijo enseguida con su vozarrón el custodio.

Kassandra tomó el paquete de tres condones que El Shorty había dejado en el buró, sonrió y los guardó en su bolso.

*REPORTERO Y EDITOR