Cien y cin-cuenta

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Cien y cin-cuenta

¿Qué ha hecho con su vida? Vivirla.

Es una respuesta simple. Provoca curiosidad porque es un vivir muy largo. Pero aunque fuera mas corto, de todas maneras la mirada que se fija, aunque sea por instantes, en el vivir de otros es una fuente inagotable de pinturas y conversaciones, de historias imitables, de vacíos llenos de ansiedad, de cumbres y dolores, de esfuerzos rutinarios para no morir o para seguir esperando el sol de mañana en un amanecer nublado no nos da su sorpresa.

De repente nos encontramos en nuestra comunidad saltillense con un hombre que cumple cien años de vivir; y sigue lúcido, jovial, caminando con esperanza en las calles que compartimos, esas calles que atestiguan las tradiciones, costumbres y valores que no se esfuman ni con una pandemia tan arrasante, ni con las rivalidades sociales fraternas como las de Cain y Abel.

Ha estado entre nosotros desde hace cincuenta de sus cien años. Los ha vivido sin protagonismos histriónicos, con tanta sencillez que nuestra gran familia saltillense lo ha asimilado fraternalmente. Sus cumpleaños no son sorpresa sexenal y casi pasan inadvertidos como una sencilla nota de periódico sin aparentes consecuencias. Y sigue siendo uno de nosotros. Las denominaciones de “emérito” o “jubilado” no le han añadido nada esencial a su pertenencia saltillense que ha escogido para seguir viviendo.

De nuevo la curiosidad provoca la pregunta: ¿cómo ha vivido cien años?, que sugiere múltiples especulaciones acerca de los secretos de la longevidad. Sin embargo, si le preguntamos a don Francisco Villalobos, probablemente nos daría una respuesta referente no a la vida larga sino al estilo de vida. Simplemente respondería: “he tratado de vivir como cristiano bautizado”. Esa no es una fórmula para la longevidad sino un “camino, una verdad y una vida”. 

Una verdad que se va descubriendo con la edad, que va evolucionando con la búsqueda de la realidad humana y con la experiencia de la alegría y el sufrimiento que los años dosifican por etapas. Una serie de verdades y realidades que van construyendo el camino de la bondad cristiana tan incomprensible desde la óptica del egoísmo latente, del poder explotador y del placer efímero.

Una verdad que se consolida en una fe confiada a un camino invisible, una esperanza vital que no se muere con las desgracias, que revive cada día a pesar de los ocasos, un amor que crece y se va definiendo con las jornadas de la vida.

Los primeros 50 años de don Francisco fueron de “vida oculta”, de vida cristiana doméstica, familiar, comunitaria. Compartiendo el pan, el conocimiento y la palabra en comunidades fraternas de diálogos y discusiones.

En Saltillo inició su “vida pública” de 50 años como obispo. Su vida adquirió una preocupación adicional a su bautismo:  la misión de evangelizar, proponer a Jesús como camino, verdad y vida diferente, cultivar y fortalecer con su testimonio la fe, la esperanza y el amor cristiano del pueblo. Han sido 50 años de servicio incondicional a todos los que vivimos y tratamos de vivir mejor en estas tierras de desiertos y montañas. Un servicio no sólo permanente y sólido sino auténticamente cristiano.

Gracias don Francisco por vivir con nosotros.