Cien años en soledad
Usted está aquí
Cien años en soledad
Hay obras maestras que nos conmueven: “Réquiem” de Mozart; “La Odisea” de Homero; la “Capilla Sixtina” de Miguel Ángel. Para apreciar plenamente su brillo han debido pasar siglos, pero la recompensa es pura belleza - y no solo esto, sino además la apertura de nuestras mentes para ver nuevas perspectivas sobre el mundo. En la Ciencia existen teorías que se consideran obras maestras y que han cambiado nuestra forma no solo de ver al mundo, sino de entender el universo. Copérnico y la Teoría Heliocéntrica; Newton y la Gravedad, Darwin y la Evolución; y Einstein y la Relatividad.
Cuando Albert Einstein publicó en 1905 la Teoría de la Relatividad Especial, algo le molestaba: a pesar de su reconocimiento inmediato, su teoría no encajaba con lo que se sabía acerca de la gravedad -es decir, con qué caen las cosas-. Comenzó a preguntarse si la ley de “gravedad universal” tal como fue formulada por el padre de la física, Isaac Newton, necesitaba ser revisada a fin de hacerla compatible con el nuevo concepto de la relatividad. La tarea de enmendarle la plana al físico inglés no era algo sencillo.
Newton había tratado de explicar por qué las cosas caen y los planetas giran. Se había imaginado la existencia de una “fuerza” que atrae a todos los cuerpos unos hacia otros, y lo llamó “la fuerza de la gravedad”. ¿Cómo se ejerce esta fuerza entre cosas distantes el uno del otro -sin estar allí algo entre ellos-, era desconocido, y el gran padre de la ciencia moderna fue cauto de ofrecer una hipótesis.
Para hacerlo, Einstein necesitó de 10 años de estudio frenético, intentos, errores, confusiones, artículos equivocados, ideas brillantes e ideas erróneas, y dado que la teoría de la relatividad especial solo era posible en ausencia de un campo gravitatorio, Einstein se esforzó por 10 años más para trabajar en sus ecuaciones y descubrir cómo podría funcionar la relatividad general.
Finalmente, en noviembre del año 1915 presento su teoría a los miembros de Academia Prusiana de Ciencias, se trataba de la solución completa: una nueva teoría de la gravedad, a la que llamó “la teoría general de la relatividad”, su obra maestra. Meses después, un 11 de Mayo de 1916, la revista “Anales de la Física” publico el texto que revoluciono todo.
Se trataba de la ecuación más famosa y menos entendida de la historia: E=mc2; donde “E”, que es energía, es igual a “m”, que es masa, y c2, la velocidad de la luz al cuadrado -“m”es la velocidad constante de la luz-. La relatividad fusiona el espacio-tiempo y la idea de que el tiempo es su propia dimensión dejando una sola conclusión: Nada es absoluto, todo es relativo, excepto la velocidad de la luz. El espacio y el tiempo no son como lo perciben nuestros sentidos, en tres dimensiones, y la cuarta dimensión esta ahí y existe, es el tiempo, que además es relativo, no fijo como nos aferramos a verlo en un calendario.
La teoría ha sido puesta a prueba infinidad de ocasiones: La desviación de la luz y la dilatación del tiempo probada con relojes atómicos, el sistema de GPS para indicar la diferencia entre su altitud y la superficie de la Tierra, los agujeros negros, la equivalencia entre inercia y gravedad, la teoría del Big Bang acerca del origen del Universo y la existencia de ondas gravitacionales descubierta apenas hace unos meses.
Pero luego de cien años, seguimos solos y sin la mayor explicación, no del cómo, sino el quién y el porqué del todo. El propio científico alemán, lo intenta en una entrevista con el poeta y escritor George S. Viereck a quien dijo: “La mente humana, no importa cuán altamente capacitada esté, no puede comprender el universo. Estamos en la posición de un niño pequeño, entrando en una enorme biblioteca cuyas paredes están cubiertas hasta el techo de libros en muchos idiomas diferentes. El niño sabe que alguien debió haber escrito esos libros. No sabe quién ni cómo.
No entiende los idiomas en los que están escritos. Vemos un universo maravillosamente organizado, obedeciendo ciertas leyes, pero solo entendemos las leyes vagamente. Nuestras mentes limitadas no pueden escrutar la fuerza misteriosa que balancea las constelaciones”.
Es Einstein quien en sus propias palabras afirma: “Los prejuicios del incrédulo son para mí casi tan divertidos como los prejuicios del creyente”. Lo dicho, ni Dios ni la ciencia han logrado sacarnos de nuestra soledad cósmica.
@marcosduranf.