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Chuy

Los realizadores somos gravemente abusivos con el talento histriónico. No porque no le respetemos como se debe, sino porque siempre queremos materializar nuestros delirios hollywoodenses con tres pesos y pues, así no se puede.

Por fortuna, los émulos de DeMile conocemos un sucio secretillo de los actores: que no saben decir que no, porque están envenenados con su profesión y porque, siendo honestos, ellos tampoco saben cuándo van a dar su mejor interpretación.

“Quién sabe, quizás ese modesto corto de director amateur le dé la vuelta al mundo”, piensan. El oficio es una apuesta y ellos siempre le apuestan a todo.

Los de este noble gremio trabajan cuando la paga es buena y segura, pero también si los honorarios son precarios o inciertos. Les mueven más el texto que los ceros en su remuneración.

¡Que se vayan a la huelga los maestros, los médicos, y el sindicato petrolero! Pero por lo que más quieran, que los actores no hagan un paro porque entonces sí, ese día nos morimos todos de puritita realidad.

Fue valiéndome de esas debilidades del gremio de actores que tuve la suerte, el honor y el gozo de trabajar con el bien querido Jesús Valdés, quien sin interponer muchos reparos puso su monumental talento al servicio de nuestra diminuta producción en video y, sin regatearnos un ápice de su calidad actoral, la hizo lucir y subir de categoría. ¡Gracias, Chuy!

Fue en esa breve experiencia que recibí de Chuy los mejores cumplidos que jamás me han hecho en el campo de las artes visuales y escénicas. Por venir de él, me he aferrado a su comentario cada vez que, a la mitad de un proyecto, me asaltan las dudas, me ataca la inseguridad. ¡Gracias otra vez, Chuy!

Me pregunto cuántos como yo estamos en esa deuda perenne con el talento saltillense, pero particularmente con Jesús Valdés, quien no desdeñó una producción por pequeña que fuera, sabedor de que él la podía hacer grande.

Sin embargo, era desde un escenario, con público, cuando se podía sentir como un terremoto toda la energía actoral de Chuy Valdés. Sus interpretaciones eran tremendas y, sin embargo, exquisitas.

Voz y cuerpo le daban una presencia única, pero era tan dueño de dichos recursos como para, a pesar de sus dimensiones, resultar grácil: Podía ser un verdadero ogro o el más bonachón; un tosco campesino o un refinado caballero; un hombre común o un ser mítico. Su rango era tan amplio como la vida misma.

Y como testimonio de lo anterior, Chuy deja una colección de trabajos inolvidables, de los que nos podemos sentir muy afortunados.

Yo lo recuerdo en “La Boda”, “El Medio Pelo” y muy recientemente en “Cayendo con Victoriano” y en cada ocasión nos dejó a su público con la boca abierta y las palmas ardiendo de tanto aplaudirle.

Cerró su trayectoria interpretando a Leonardo Da Vinci, un reto de su estatura, física y actoral.

Pero, es probable que sea en la calles de esta ciudad donde extrañe a Jesús Valdés más que en cualquier otro lugar.

Su figura hace mucho se fundió con el paisaje urbano. Me parece tan natural pensar en su inconfundible humanidad recortada en la calle de Victoria. Su sonrisa festiva y saludo franco se convirtieron hace mucho en patrimonio incatalogable del Centro Histórico.

Ahora que lo echemos en falta, a la vuelta de una esquina, a la salida del cine, será como si hubieran demolido la torre de Catedral. Y es que como dije cuando me dieron la ingrata noticia, ahora con su partida, Saltillo es menos, valemos menos que ayer y estamos más cerca de quedarnos con nada.

Me gusta pensar que Chuy entregaba tanto arriba del escenario que en cada función moría un poco y simplemente un día, de tanto dar, se nos acabó.

Como los buenos licores, como los perfumes caros, fue más breve de lo que hubiéramos deseado, pero podemos sentirnos afortunados por el regalo de haberlo tenido entre nosotros. Triste para quien nunca gozó de una función de teatro estelarizada por don Jesús (mejor simplemente “Chuy”) Valdés.

Hoy, desde el Teatro de la Ciudad, te despedimos con el único pago que puede alimentar el espíritu de los de tu elevada categoría: un aplauso que te alcance allá a donde tú vas.

Una vez más: ¡Gracias, Chuy!

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