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Christian Boltanski: El recuerdo de un trauma no vivido
/animitas/ es, bajo las condiciones ideales o no, un recorrido lleno de cuestionamientos que asciende de la tranquilidad la desesperación. Con una oscuridad predominante no sólo en el ambiente, sino en sus obras, los abundantes rostros de sus piezas transmiten una ‘familiaridad desconocida’ que da pistas sobre un contexto que aunque desconocemos, logramos percibir bajo la lógica de un sociedad que vio su humanidad amedrentada.
Exhibida en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey desde enero, /animitas/ muestra del trabajo representativo del artista francés Christian Boltanski, teniendo como intención evocar a los sitios de veneración espiritual y la confrontación del público con no tener la capacidad de recordar o conocer. Es, además, un resumen de los últimos 30 años de carrera del artista que a través de una especie de abordaje a los altares, hace alusión a la fugaz y breve existencia humana, además de cuestionar la validez memorística del material fotográfico provocando -a base de muchos retratos- preguntarse dónde habita realmente la información sobre todas estas personas.
Es sábado de Gloria y la afluencia en el MARCO es poca, lo que nos permitió apreciar totalmente a solas toda la exposición que se ubica en el segundo piso del recinto; la entrada a la sala 6 inmediatamente hace contrastar su oscuridad con la blancura del resto del MARCO.
La muestra empieza con las piezas ‘La Manteau’ (2000) y Jewish School (1994); la primera consta de una gabardina negra rodeada de luces azules montadas en estructuras desordenadas de alambre mientras la segunda reposa a los lados y se compone de fotografías bajo la luz de una débil lámpara fluorescente.
El estilo de la gabardina y las fotografías inmediatamente remontan a la ropa y las imágenes que se muestran los documentos, libros y reportajes sobre el holocausto en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial lanzando de inmediato la primera pregunta: ¿quiénes eran estas personas, a quién pertenecía esto?
Esto no es casualidad, ya que Boltanski es hijo de padres judíos y nació en 1944, y aunque vivió el final de la guerra con sin mucha consciencia, si experimentó el desastre que implicó la recuperación de Europa, hecho que marcaría para siempre su trabajo artístico.
Con cada vez menos luz, se hace más evidente la fijación de Boltanski con la pérdida de la identidad que sufrieron las víctimas en los campos de concentración, creando con más retratos difusos una especie de altares con tenues pero coloridas luces y alambres, pero sobre todo cajas de metal oxidado.
Como si deseara revivir el miedo que estas personas vivieron, la oscuridad y las miradas se vuelven un escalofriante preámbulo para la que bien puede ser la pieza más impresionante de la exposición: Coeur (2005).
Una cortina de blancas y delgadas cuerdas proyecta más rostros de imágenes provenientes de álbumes familiares, archivos escolares e históricos, así como recortes de viejas ediciones de la prensa, pero Coeur está detrás, en la habitación más oscura.
El alto edificio está lleno de espejos con un filtro negro apenas iluminados por una débil bombilla amarilla que cuelga bajo y ‘parpadea’ como un espasmo al ritmo de un sonido que resulta ser la grabación del corazón que Boltanski sincronizó con la luz.
Así añade los latidos del corazón a la ropa usada y las fotografías como elementos que representan de igual forma la individualidad de los sujetos ausentes y los múltiples aspectos que conformaron su humanidad.
De ahí en adelante la tensión baja, ya que aunque el autor no deja de lado su mensaje utiliza otros medios para su emisión como la gran e iluminada pila dorada que rompe con la oscuridad de toda la parte anterior de la exposición.
La pieza fue realizada por el artista particularmente para esta presentación, su primera
muestra individual en el país representando la búsqueda del oro de los españoles en
México durante la conquista y hecha con mantas térmicas como las que se repartieron entre la gente luego de los atentados en París en noviembre pasado, mismas con las que incluso llegaron a observarse cuerpos cubiertos.
En la sala 10 reposa la pieza que da nombre a la exposición, ‘animitas’ término que se utiliza principalmente en latinoamérica para denominar a los pequeños altares que se colocan en los sitios donde murieron las personas que tuvieron algún accidente o altercado.
Con un agradable olor que inunda las narices, se proyecta tras un piso forrado de follaje y flores artificiales la imagen de 300 campanitas que el autor colocó en el desierto de Atacama en Chile y que resuenan pacíficamente con el paso del viento.
Justo enfrente se encuentra un reloj electrónico que marca el paso de los segundos que ha vivido el artista y que sólo se detendrá el día que este muera.
Con esta suerte de autorretrato Boltanski hace muestra de los múltiples planos que conforman la existencia, colocando además un número como los segundos que se vivieron como otro referente para el recuerdo.
/animitas/ es un despliegue de tecnología e instalaciones curada por Gonzalo Ortega quien con su selección acierta en resumir ese ‘trauma no vivido’ que predomina en el trabajo de Boltanski.
Christian Boltanski
> Nació en París el 6 de septiembre de 1944
> Se ha dedicado a la fotografía, el cine y la escultura.
> Es hermano del sociólogo Luc Boltanski.
Recomendaciones
> Visita la exposición en horarios donde la cantidad de gente en el museo sea poca.
> El recorrido por las salas de /animitas/ se aprecia mejor en soledad o grupos pequeños.
> Utiliza las piezas interactivas y participa en ‘Los archivos del corazón’ donde graban tus latidos y los envían a Japón, donde se une a una cadena interminable de los latidos de personas que han participado desde 2008.