Cerrar paréntesis

Usted está aquí

Cerrar paréntesis

Le pregunté a un querido amigo cómo se sentía, pues lo vi demacrado, y su semblante amorfo no me ofrecía ninguna luz sobre su ánimo. Su respuesta fue algo impostada y ridícula; dijo: "Me siento como un paréntesis que alguien abrió y olvidó cerrar". Eligió esa frase para describirse, aun a sabiendas de que los epitafios representan el último esfuerzo humano para comunicarse por medio del lenguaje: un exhorto desesperado. "Se cerrará cuando menos lo esperas —exclamé yo—. O puedes cerrarlo tú cuando desees".

De súbito me agobió el arrepentimiento. Él no había tomado en cuenta el suicidio y lo que trataba de comunicarme era la descripción de un sentimiento. El suicidio no cierra la clase de paréntesis a la que él se refería. Mi amigo no quería terminar con su vida, sólo encontrarle alguna clase de objetividad, sentido, coherencia. Era, él, un hombre del alba, uno de esos "que tienen en vez de corazón un perro enloquecido", como lo imaginara el poeta, constructor de imágenes hirientes, Efraín Huerta.

Cuando nos despedimos me di cuenta de que mi amigo había perdido el fervor en sus pasos y que la melancolía carcomía sus días, lo condenaba a lucir un abalorio de tragos amargos y a un continuo punzar temeroso en el estómago. Era probable que su edad, más de medio siglo, comenzara a exigirle un final decoroso, el punto final de una travesía honrosa, un fruto que alguien pudiera tomar con las manos y engordar a la tierra y a los cerdos que exigen alimento. De algo estuve seguro: mi amigo no experimentaba ninguna clase de compasión ni de piedad hacia sí mismo: sólo deseaba un final decoroso.

Qué mal se hacen estos hombres y mujeres —medité— que miran hacia atrás y consideran que allí existe algo, una vida, la cual merece coronarse o justificarse. Deben sufrir una tortura ciega e implacable. ¿Qué es lo que buscan? Yo miro hacia atrás y sólo veo enmendaduras, pedacería literaria, imágenes espectrales, anécdotas ilusas y rostros que lo fueron sólo durante un instante. No hay paréntesis qué cerrar en esa línea fragmentada y azarosa que me antecede. No tengo nada de qué preocuparme; excepto de mi mala vista y de que mi cuerpo le coja temor al piso. En sus memorias, "Confieso que he vivido", Pablo Neruda escribió que el único personaje inolvidable de su infancia fue la lluvia. Es un recuerdo incuestionable y bello. El mío fue Amalia, quien en el patio de la vecindad donde vivíamos, en la calle Nevado, me llenó la boca con un puño de tierra y me empujó a una coladera. Ella tenía siete años y yo uno menos. Era sabia, la pequeña Amalia.

Otro amigo querido, Eduardo Thomas, me comentaba una semana atrás, en La Cañita, lo poco que significaba para él que alguien citara a Aristóteles, por ejemplo, en un escrito o en una conversación. Le di la razón, pues si uno se sube a los hombros de un pensador griego para mirar el horizonte, entonces la caída puede ser estrepitosa.

Y, sin embargo, citar a los muertos y sabios putrefactos, cuando se hace con honradez, conocimiento y gusto es contar con un pretexto para invitar a otros a poblar tu mesa; citar autores que uno ha leído, sufrido o disfrutado es abrir paréntesis que nadie podrá cerrar: extenderse empujado por la más pura inercia y arrogancia subjetiva. Al contrario, cerrar un paréntesis, es parecido a coronar una vida, hacer cuentas en las últimas horas, pagar deudas que no son tuyas: una pirueta infumable, un abuso del dramatismo que ningún espectador merece. Me gustaría decir a los pocos lectores que me quedan, con mucho respeto, que a nadie le importa si se mueren satisfechos, complacidos, exitosos o si concluyeron un ciclo, una utopía o un deseo profesional: son carroña a priori. Cuando una puerta se abre nunca se cierra.

Me habría gustado endilgarle a mi amigo, el melancólico, esta perorata, más he perdido la paciencia y el temple de la buenaventura. No comprendí sus sentimientos —es imposible— y me lamento. A menudo exclamo que compararse con otra persona es una manera eficaz de hacerse adicto a la infelicidad. Y algo parecido le diría a quien desea que su trabajo, labor o acciones concluyan en un final determinado. Yo veo a las cosas que se mueven y respiran como si fueran cangrejos o nubes. ¿Y qué? El paréntesis seguirá abierto, por los siglos de los siglos.