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Ceguera social; padecimiento en la cuarta transformación
Nadie en su sano juicio puede negar que las elecciones de 2018 en México fueron una muestra de participación ciudadana y democracia. Se quería un cambio porque los mexicanos ya no deseábamos seguir siendo gobernados por ninguno de los dos partidos que lo hicieron durante más de ocho décadas. Las 12 administraciones del PRI terminaron en el año 2000 con la elección de Vicente Fox del partido conservador (Acción Nacional) quien fue sucedido por Felipe Calderón, cuyo proceso electoral ha sido el más competido en la historia del País, con una diferencia en las urnas de sólo 0.56 por ciento sobre el candidato del PRD y que, en medio de una gran protesta de la ciudadanía, se consideró se había cometido fraude.
El 1 de julio de 2012, Enrique Peña Nieto, del PRI, ganó la elección presidencial con el 38.2 por ciento de los votos. Al término de su administración, un importante número de analistas calificaron el sexenio como “perdido”. Perdido para el Estado y para la sociedad mexicanos, pero no para él y la élite que representa, y que sin ser el “cerebro” de su grupo político crearía la oportunidad para que quienes le apoyaron en su vertiginosa carrera política se enriquecieran al amparo del poder político y bajo una administración frívola, dejando como legado negativo una corrupción desmedida y la violencia organizada de los criminales.
De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y el Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), Peña Nieto acumuló 156 mil asesinatos, que sumados a los 121 mil que dejó Calderón hicieron un total de casi 300 mil homicidios dolosos en dos sexenios.
En una sociedad en la que dejó huella la larga historia de autoritarismo, desde el periodo colonial, el 2 de octubre de 1968 marcó un despertar de la ciudadanía ante la realidad que vivía el País. El Ejército y los paramilitares disolvieron con las armas un mitin pacífico en Tlatelolco, en la ciudad de México, donde murieron centenares de estudiantes. El movimiento ayudó a que el País se empezara a democratizar y que, más adelante, hubiera una alternancia política que se concretó en el 2000, con la primera derrota presidencial del hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI). La matanza de Tlatelolco demostró que en México “no se vivía en paz” y que “la libertad era muy relativa”.
Han pasado más de 50 años desde entonces y solamente los jóvenes de aquellos años –que aún viven–, sus familiares y los estudiosos del desarrollo social y político del País saben que el 2 de octubre fue un parteaguas y que, apenas con la última elección de Presidente en 2018, se está concluyendo una etapa en la vida política de México. Hoy en día, son pocas las personas que comprenden como el 68 se convirtió en un “referente ideológico y moral”, que inspiró la candidatura izquierdista de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y la victoria en 2018 de Andrés Manuel López Obrador, el presidente que ha obtenido más votos en toda la historia del País.
El éxito de esta elección se explica por la existencia de un conjunto de elementos entre los cuales tenemos: la ausencia de democracia, la concentración de la riqueza en pocas manos, una desigualdad extrema (de acuerdo a Coneval –Consejo Nacional de Evaluación–, 89.1 millones de mexicanos tienen al menos una carencia, 52.4 millones están en pobreza multidimensional, 36.7 millones son vulnerables por carencias sociales y 8.8 millones vulnerables por ingreso), desconfianza en la clase gobernante, prácticas autoritarias y patrimonialistas-clientelares, mal funcionamiento de instituciones públicas en la realización de los derechos civiles, débil arraigo de la cultura de la legalidad e institucionalidad democrática en la clase política y en la sociedad, y vivo resentimiento ante la falta de expectativas sociales atractivas.
La pregunta que me hago es: ¿por qué a los gobiernos anteriores al que vivimos actualmente, no les reprocharon ni cuestionaron, ni denunciaron ni difamaron como lo hacen con el actual Presidente? Andrés Manuel López Obrador ha cometido errores, pero también ha tenido muchos aciertos.
Sin embargo, lo que hemos estado viviendo desde el inicio de esta administración es una ceguera social que no permite a muchos ver con claridad la razón del cambio y en la que se evidencia la incapacidad para la empatía social como condición para la convivencia colectiva y el uso de prejuicios sociales. Es decir, existe ceguera social cuando se pierde la capacidad de reconocer al otro como actor en la construcción social de valores.
José Saramago menciona en su libro “Ensayo Sobre la Ceguera” (1955) que quien padece esta enfermedad psicológica está imposibilitado para relacionarse con quienes no son de su nivel –social, económico o étnico– negando inconscientemente no sólo la existencia del otro, sino sus necesidades.
Saramago afirma que escribió ese libro “para recordar a todos los que lo lean que, cuando degradamos la vida del otro, pervertimos nuestra razón, que la dignidad de los seres humanos es abusada todos los días por aquellos en el poder, que la mentira universal ha reemplazado múltiples verdades, que el hombre pierde su autoestima cuando pierde el respeto por su prójimo”.
Para poder entender lo que sucede actualmente, es necesario conocer la historia y reforzar los valores éticos y morales de nuestra sociedad.