Cátedra de Derecho Penal ‘Antonio Berchelmann Arizpe’

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Cátedra de Derecho Penal ‘Antonio Berchelmann Arizpe’

La Academia IDH, en colaboración con el Poder Judicial de Coahuila, inicia hoy la Cátedra de Derecho Penal que llevará el nombre del jurista coahuilense que, a mi juicio, es la referencia jurídica más importante por su obra.

El maestro Antonio Berchelmann es el penalista con mayor influencia local. No solo es autor de los códigos penales que son una referencia nacional. Sus criterios, asimismo, dejaron una época judicial de la mayor relevancia para proteger los derechos en el juicio penal. Pero sobre todo su cátedra universitaria, para muchos de sus alumnos, representa un modelo a seguir: lo que deja huella son las ideas que transforman las realidades de injusticia e impunidad. El estado de derecho se va construyendo con personas e instituciones que luchan por los derechos. El pensamiento jurídico de don Antonio dejó la tesis de un Derecho penal con sentido humanista.

Esta Cátedra tiene un significado originario para la Academia. He escrito antes que él formó toda una generación de juristas e inspiró en gran medida la fundación de la AIDH por su gran vocación garantista. Si nuestra universidad genera ese tipo de juristas, Coahuila será un ejemplo al servicio de los más altos valores de la justicia.

En lo personal me da mucha satisfacción que los jueces podamos tener un espacio para discutir las ideas del maestro Berchelmann. Lo conocí en la Facultad de Jurisprudencia. En su clase de Derecho Procesal Penal comencé a aprender la historia de los derechos. Era el magistrado más reconocido por su perfil de jurista y me compartía sus sentencias y sus artículos. En una ocasión me interesó tanto un tema sobre la preclusión de la querella que fue mi primer trabajo de investigación que gano un premio. Eso me permitió animarme para hacer mi tesis de licenciatura sobre las garantías en el proceso penal. Fue mi asesor para elaborar mi primera tesis. Esa etapa de alumno fue clave en mi formación jurídica para dedicarme a los derechos humanos.

Luego como secretario de un juzgado penal compartía siempre mis inquietudes con él. Recuerdo que un día como presidente del tribunal me marco para comentarme que el Ministerio Público se quejaba mucho de mis ideas. Le dije: “pues solo estoy aplicando lo que Usted me enseño de las garantías penales”. Me dijo: “mientras tengas como escudo a la constitución y como arma a los derechos, la justicia penal será cada vez mejor”. Recuerdo que por seguir su consejo, un día, al juez y a mí, nos querían linchar todo el pueblo por haber dictado una resolución polémica que bajo nuestra conciencia e independencia era la correcta. Del maestro, como presidente del tribunal, solo tuvimos respeto y respaldo a nuestra decisión judicial. 

Me imagino que por conflictivo en el pueblo, el maestro Berchelmann un día me llamo para invitarme para ser su secretario en la sala penal. Allí aprendí de su talante e inteligencia judicial. Fue el año que más he trabajado. Tuvimos que resolver más de 1000 sentencias. Él llegaba a mediodía al tribunal y se retiraba en la madrugada. Al final terminamos con el rezago. El gran aprendizaje de elaborar sentencias con él me dio la oportunidad de hacer en coautoría el libro de tesis penales. Todavía muchos secretarios y jueces me comentan que acuden a ese libro para conocer los buenos criterios del maestro.

Después el maestro fue electo como diputado local para coordinar los trabajos de una gran reforma legal. Don Antonio fue el diputado más activo para aprobar un nuevo marco jurídico en el estado. Me invitó a participar en la comisión redactora y volví a aprender de él: no sólo me enseñó a elaborar sentencias justas, sino también para hacer leyes más justas.

Todo esto me permitió formarme al lado y de cerca de un gran jurista. Como buen formador de generaciones, me preparó para retomar otros caminos profesionales, pero siempre mantuve su gran amistad y su consejo. Ahora que soy juez su obra es un referente para mí. Don Antonio sí es un “influncer de verdad”.

ANÉCDOTA

Linda y sus hijas saben la gratitud que le tengo por sus enseñanzas. Ellas, nuestro tribunal y comunidad deben estar muy orgullosos por haber contado con un maestro, juez y legislador que nos dejó una gran obra a repensar.

Yo me quedo con una sola cosa: un día, Linda, su esposa, me llamo al tribunal. Era de madrugada. Esas eran las horas de trabajo. El rezago era demasiado. Me dijo: “dile a Toño que hoy se casa su hija. Que no se le olvide que tenemos que salir temprano. Recuérdale”. A esa hora de la madrugada le comente la llamada. Solo se llevó las manos a la cara y dijo: “ya me voy, pero pasado mañana regresamos a terminar todos estos pendientes porque la justicia puede esperar un poco por esta gran cuestión familiar”.