Año 2019, de ajustes en gasto corriente federal –de más de 1 billón 200 mil millones pesos-; inicio de los programas sociales “populistas” cuyo objetivo ha sido justicia en distribución de la riqueza e impulso del consumo como componente de la demanda agregada; ajustar contratos leoninos en todas las dependencias del gobierno federal para reducir costos; construcción de infraestructura productiva para generar efecto multiplicador en la economía; entre otras decisiones. Por ajuste y reorientación del gasto, por expectativas naturales de los inversionistas en el primer año de gobierno, el crecimiento económico fue cero, con tipo de cambio estable e inflación de 3%.

De improviso, en febrero de 2020 en el mundo se presenta la pandemia COVID-19, en México con sistema de salud en ruinas y en reconstrucción. De inmediato, las voces de exigencia de incrementar la deuda del gobierno y que otorgara sendos créditos a grandes empresas para mantener el empleo (la deuda federal de más de 10 billones 200 mil millones de pesos, 48% del producto interno bruto).

Se niega el rescate empresarial e, inicialmente, se otorgan créditos a micro y pequeñas empresas por mil 500 millones de pesos; se adelanta la entrega de pensiones a adultos mayores y éstas elevan su monto; becas a estudiantes de bachillerato; además, se reduce el presupuesto de las dependencias para atender las necesidades de la contingencia sanitaria. Adicionalmente, por justicia laboral y para fortalecer el mercado interno, se incrementa el salario mínimo en 35% en dos años, igualmente,

En respuesta, las críticas de la derecha política, académica y mediática anunciando la catástrofe: caída del PIB de dos dígitos (desde 15 hasta 20%); estampida de capitales y depreciación en más de 35 pesos por dólar; por escasez, inflación también de dos dígitos; con el respectivo incremento de las tasas de interés; caída estrepitosa de exportaciones; por tanto, México sería un país con cero de calificación para inversión directa; pérdida del empleo en más de 10%. Rasgándose las vestiduras, histéricamente, la derecha anunciaba el histórico desastre económico.

Más de un año de pandemia y estrategias para su contención y control –criticadas por la derecha, por supuesto-, las variables económicas y las cifras apuntan al crecimiento económico.

Algunos resultados en este año 2021: la caída del PIB en –8.5% no fue de dos dígitos y este año se recuperará en 5.3%; el tipo de cambio permaneció en un rango de 19.5 a 21 pesos por dólar; la tasa de interés se utiliza estratégicamente para contener la inflación focalizada –no generalizada- en alrededor de 5% a causa de escasez (sequía) e incremento de precios de importaciones, pero no por déficit público; diferencias técnicas en datos del Banco de México y la Secretaría de Hacienda, pero la inversión extranjera directa está ya en ascenso; según INEGI, en abril las exportaciones tuvieron aumento anual de 75.6% (40.8 mil millones de dólares); asimismo, se recuperan los empleos formales en más de 90% a niveles de antes de la pandemia y la cifra de desocupación es de 4.7%, igual que en abril de 2020; por otra parte, Hacienda reporta que, de enero a abril, los ingresos públicos –incluido petróleo, impuestos y derechos- tuvieron un máximo histórico de 2 billones de pesos; los precios de electricidad, diésel y gasolinas a niveles de 2019, no más elevados; según calificadoras internacionales, el riesgo país (para cumplir compromisos financieros) tuvo una mejoría de 56.2%; entre otras cifras.

Sin embargo, las campanas deben estar al vuelo. La informalidad laboral se incrementó hasta 56%, así como la pobreza laboral (salarios y pobreza extrema) en casi 40%, lo cual debe reducirse. Tres factores externos favorables: incremento histórico de remesas, recuperación económica en Estados Unidos e incremento de precios del petróleo.

¿Catástrofe? No, paulatinamente se supera la crisis, en tanto avancen vacunación y dinamismo en cadenas de valor y distribución. En el PRIANRD conservador añoran otra realidad.