Casarse o no casarse, esa era la cuestión

Usted está aquí

Casarse o no casarse, esa era la cuestión

En mis tiempos, cuando iba en secundaria, la mayoría de las chicas de mi grupo ya sabíamos a qué nos íbamos a dedicar o qué carrera íbamos a estudiar.

En los 80’ en México, o más bien en Monterrey, no era común ver a las chicas adentrarse a carreras largas, de hecho, era raro encontrarte con una amiga, años después, que hubiese terminado una carrera.

La mayoría se decidía por “estética”, como le llamaban a las carreras cortas para poner un salón de belleza o estética, como le llaman en Monterrey. Y más de la mitad se inscribían para ser secretarias.

Sí, todavía usábamos máquinas de escribir, con calca o pasante, y sí había muchos puestos de secretarias para ocupar en las grandes empresas que llegaban casi en desfile a la próspera ciudad de Monterrey.

Y eran tan lógico que cualquiera de nosotras se iría por ese camino, que hasta un día llegó mi papá, cuando ya iba yo en 3º de secundaria y simplemente me dijo: “Ya te inscribí en el Excélsior”. Y yo, sabiendo qué estudiaban las niñas ahí, en el colegio de monjas, le dije circunspecta: ¿y como para qué? Para que estudies para secretaria.

Yo me quedé callada pero sentí coraje, una porque me habían inscrito en una escuela sin mi permiso ni mi consentimiento, y dos porque me decepcionó la visión tan limitada que mi padre tenía de mí.

“¿Y a ti quién te dijo que yo voy a ser secretaria?”. Le dije en clara confrontación sin miedo a las represalias de una autoridad tan fuerte que dominaba en casa.
Es que… bueno… yo pensé.

Yo no voy a ser secretaria. Le dije con tono más que firme. Yo voy a estudiar Leyes, y de hecho, algún día tendré secretarias.

Mi padre me miró perplejo como entre aguantando el coraje, por la rebeldía de la hija más contestona, pero como queriendo saber qué quería yo exactamente de la vida.
Y como vi que quería que yo siguiera hablando, simplemente le dije, en tono de molestia.

Y te voy a pedir que sea la última vez que tú decides sobre mi futuro y sobre mis ambiciones.

Mi padre me observó perplejo y simplemente dijo: Está bien. Bueno, y si vas a estudiar Leyes, yo te puedo recomendar con algunos amigos míos, tengo un amigo que es Notario y…

Ya, basta. Le dije. Deja de decidir sobre mi futuro, ya veremos, ya veremos.
Mi padre sonrió, se dio la vuelta y se fue.

Fue la última vez que mi padre me dio dinero, decidió sobre mi futuro y sobre qué carrera quería yo estudiar.

Me inscribí a Leyes y al año, cansada de los maestros faltistas que no me enseñaban casi nada en la Facultad de Derecho de la UANL, me di de baja y acepté la beca que me ofrecían en la Carlos Septién García, en la ciudad de México.

Pero, en el lapso de la preparatoria, más del 50 por ciento de las compañeritas de secundaria, se habían casado. Cuando me fui a México, me había desligado por completo de todas las amigas de mi adolescencia. El 90% estaban casadas. Algunas terminaron la carrera de comercio, otras dos consideradas “locas” se titularon. Una en Administración de Empresas y otra en Ingeniería Petroquímica, ¡una irreverencia total en mis tiempos estudiar semejante “monstruosidad”!

Tal vez tuvo que ver el hecho de que no tuve mucha suerte con los muchachos, me consideraba fea, negra, prieta, chaparra, gorda y de mal carácter. O sea, indeseable, pues, para quien sea.

Hoy, a mis casi 50 años me río de todo eso, y hoy entiendo que era completamente opuesto el motivo por el que no tuve suerte con los chicos, era porque era estudiosa, dedicada, con temple y segura de mí misma y, hoy sé que eso, es la fórmula perfecta para alejar a los hombres.

Sí, suele darme hoy mucha risa. Coleccionaba yo más diplomas que chicos en mi vida y leía más libros que cualquier persona a mi alrededor.

Eso, me hacía completamente loca, desquiciada, anormal e indeseable, inclusive para mis mismas amigas.

Un día, recuerdo la anécdota que definía bien quién era yo, llegué a casa de una de mis amigas de secundaria y alcancé a escuchar desde la cochera cómo le decía su mamá desde la cocina:

“Te he dicho que no me gusta que te juntes con esa niña. ¿Pero por qué mamá? –repelaba mi amiga- ¡Porque esa niña es muy rara! ¿Pero qué tiene de rara? Anda diciendo que va a estudiar para abogada ¡imagínate! ¡Qué locura! Mamá, pero así es ella, le gusta mucho estudiar. ¡Pues no está bien! ¡Las niñas normales no estudian una carrera, para qué, si se van a casar! Ay, mamá”….

Y yo me asustaba y me preocupaba por dos motivos: uno, porque no tenía idea de que fuera tan mal visto que una mujer estudiara. Y dos, porque el juntarse conmigo, le traía problemas a mi amiga.

Desistí. Y me alejé.

Mi amiga, a la que no dejaban que se juntara conmigo, huyó de su casa, se casó en secreto, y se vio obligada, por la estricta conducta de sus padres, a casarse a escondidas con su novio… Años después me confesó que ese recuerdo le daba tristeza, porque le hubiera gustado casarse bien con su novio, hacer las cosas bien, que la pidieran, que le dieran el anillo, pero la actitud de sus padres la obligaron a otra cosa.
Sigue casada y feliz, pero la circunstancia social y familiar la orilló en aquel entonces a hacer las cosas así.

En mi época era mal visto que no te casaras.

Y quiero suponer que en esta época ya no.

Hoy tengo amigas solteras y divorciadas de más de 40 años, y son felices.

¿Pero en serio, casarse era la cuestión más importante? En mis tiempos, sí. Y en tiempos más remotos, ¡lo era aún más!

El dilema, para muchas de nosotras, sigue siendo: Si me caso y tengo hijos, dejo de estudiar, abandono mis sueños, y me dedico al hogar, a atender marido, hijos y quehacer. Y apenas te alcanza el tiempo para dormir…

¿Se puede tener todo? ¿Felicidad?, ¿marido?, ¿carrera?, ¿trabajo?, ¿ganar el súper sueldo que te mereces?

Yo digo que sí, sí se puede.

Pero cuando los sueños están en paralelo con la vida de alguien que te acompaña, es más difícil decidir.

Porque si eres soltera, pues tu vida, tu tiempo, tu espacio, tus decisiones, todo es para ti y depende de ti. ¡Tienes en tus manos todo tu presente y estás sembrando para el futuro! Pero… no tienes marido, ni hijos y eso no sé cuánto afecte a alguien mayor de 40 años. ¿Son felices o no lo son? Si decidieron no tener hijos, pues me imagino que sí son felices. ¿Pero llegar a una casa donde nadie te espera también te hace feliz? Tal vez sí, no lo sé.

El caso es que, el otro lado de la moneda habla de una mujer haciendo quehacer, comida, preparando la ropa del marido, de los hijos, la casa, las escuelas y universidades de los chamacos, y un largo etcétera que incluye la ropa, el mandado, la comida, el desayuno, la cena, los trastes y el enorme trabajo de un hogar que nunca termina.

Si fue tu decisión casarte y tener hijos, entonces asumo que sí te hace feliz la vida en compañía en un hogar.

¿Sigue siendo tan importante casarse? No, no creo que hoy lo sea.

¿Me casaría yo hoy?, ¿a esta edad?, ¿o viviría en unión libre con alguien?

No lo sé. Lo que sí sé es que la unión libre no se hizo para mí, porque me gusta la garantía de una seguridad que nos da el firmar el contrato del matrimonio, para mí y para mis hijos.

A mí me parece que la unión libre es darle todo a alguien, a cambio de nada. Y que en cualquier momento nos puede dejar, sacudirse las manos, e irse sin voltear.

Me refiero a que hay hombres que abandonan a la mujer y a los hijos, y la mujer vuelve a  casa de los padres, o con la madre viuda, y el fulano no se hace cargo de nada.

A esa garantía me refiero, a darle una seguridad social y manutención a los hijos, a través del matrimonio. Pero… por supuesto habrá gente que no piense como yo. Y lo entiendo y es muy respetable.

Al punto que quiero llegar es si sigue siendo importante para las chicas casarse.
Casarme joven y convertirme en madre a los 23 años, me hizo renunciar a sueños como la maestría en otro país y el doctorado que aún tengo pendiente.

Claro que aún puedo lograrlo y a veces es más la cuestión económica que la familiar la que me detiene. 

¿Si fuera soltera lo hubiera hecho?

¡Pero por supuesto que sí! Pero no tendría un marido y tres hijos maravillosos.

No lo sé, quizá si hubiera aplazado el matrimonio y me hubiese ido a otro país a estudiar Arte, me habrían hecho que no me casara con quien me casé.

Nunca lo sabré.

Lo que sí sé es que se puede compaginar todo, con mucho esfuerzo y gran sacrificio, sí he podido lograr todas las metas que tuve de soltera y con una familia que hoy me respalda al 100.

Casarse o no casarse ¿es la única manera de encontrar la felicidad?

Por supuesto que no. La felicidad, a mi humilde juicio, es realizar todos nuestros sueños, casadas, solteras, viudas o divorciadas. Es hacer todo lo que te gusta. Y si tienes a alguien que comparte todo ese trayecto, pues qué dicha.

¿Pero y si no hay alguien? ¡Pues también qué dicha! ¿no?

Conozco a alguien que se divorció 2 veces, porque los dos maridos le fueron infieles
El segundo inclusive metió a la fulana a la casa de la esposa, y hasta tenía fotos de la amante en el hogar… Hoy es divorciada, con un súper empleo, con una súper casa, un hijo maravilloso, carro del año y feliz.

Conozco a otra chica también divorciada dos veces por maltrato y violencia familiar. Gracias a Dios, sin hijos…

¿Ven? El matrimonio no es la felicidad. No es la garantía de nada y no debería ser el principal sueño de una mujer.

Cuando conocí a mi esposo, primero nos hicimos amigos, pero nunca me imaginé casarme con él. Yo quería ser corresponsal de guerra ¡y claro! Cuando fui jefe llegué a tener secretarias, asistentes (hombres) y he sido una jefa consentidora pero muy exigente.

El matrimonio no me prohibió nada. Fueron los hijos, gemelos, que me ataron un buen de años a la casa, pero crecieron, y yo con ellos también crecí porque nunca dejé de estudiar.

La felicidad no es el matrimonio. Es conseguir todos tus sueños a corto o largo plazo, pero ir tras ellos hasta tenerlos en tus manos. Disfrutarlos y volver a forjar otros sueños y seguir siendo feliz.

¿Tener a un marido o a un hombre? Para mí es parte de la vida, pero no es la vida misma.

¿Si te quitan a tu pareja seguirías siendo feliz? Tú debes contestarte eso. Si contestas que sí, entonces eres alguien que tiene en el conjunto de su vida, 100 elementos más que le proveen de felicidad. Si contestas que no, es que eres alguien completamente dependiente de otro ser humano y de sus acciones.

Por eso estudiamos las mujeres, esas, a las que nos llaman locas, desquiciadas y anormales, porque el matrimonio es importante sí, tener una pareja a quien amar y que nos ame, también. Pero no lo es todo en la vida, es parte de la vida misma.

Cásate, divórciate, júntate, haz el amor en libertad, en compromiso con alguien o como quieras. Si vas a tener hijos, asegúrate que no les falte sustento, escuela, casa y vestido, como lo marca la ley. Pero lo más importante es que te asegures de que tus sueños y tus metas están en tus manos y nunca en las de nadie más.

La felicidad es lograr todas tus metas. No deposites tus sueños ni tus metas en manos de nadie más. Porque de nadie es la obligación de hacernos felices, es nuestra obligación atender nuestras causas y sueños para ser felices por nosotras mismas.

¿Tener una compañía cuando consigues todos estos sueños?

Ese ya es un extra que nunca debemos olvidar agradecer a quien nos acepta, con este conjunto de elementos a veces tan complicados a los que llamamos defectos.