Cartas a José Luis Cuevas

Usted está aquí

Cartas a José Luis Cuevas

Era un hombre de un rostro muy expresivo, decía lo que pensaba, era exigente, se reía de lo improvisado de las personas, de sus errores y se rendía ante la primera sonrisa de su mayor debilidad: las mujeres.

El gran pintor, escultor, ilustrador y escritor mexicano, José Luis Cuevas, nació y murió en la Ciudad de México a sus 83 u 86 años de edad, y no se sabe bien el año, pero su hermano, el médico Alberto Cuevas, decía que José Luis no había nacido en 1934, sino en 1931; gustaba de quitarse la edad.

Tras haber leído sus “Cartas a Bertha” hace algunos años, el maestro Cuevas inauguró una exposición en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, hará cosa de unos 12 años, y al terminar la conferencia me subí rápidamente al estrado para que me autografiara su maravilloso libro donde presenta la colección de cartas que le envió a su esposa Bertha Riestra durante varios años y donde, a pesar de haber reconocido que le fuera infiel en incontables ocasiones, le advertía que ella no debía serle infiel, que debía soportar su mal genio, su mal temperamento, que lo perdonara una y otra y otra vez; Cuevas caía siempre en la nostalgia que lo carcomía por no poder ver, tener y tocar a su amada Bertha.

En esa ocasión, también se transmitía por televisión un programa de bohemia con el cantante Carlos Cuevas, hermano de la extraordinaria vernácula Aída Cuevas, por lo que yo, al presentarle a mi hija al pintor, sufrí un revés imperdonable de la memoria y me hice bolas con el nombre.

-Mira, mijita, te presento al cantante, perdón, al pintor, Carlos Cuevas.

-José Luis –me corrigió el al instante y con una enorme sonrisa.

-¡Perdón, maestro, ay, perdón!, ¡es que por ver al cantante y tan emocionada que estoy de verlo a usted que se me hizo bolas el engrudo!

Me reí a carcajadas y el maestro me abrazó sonriente.

-No hay problema. Me dijo sonriendo. Se agachó y saludó a mi hija.

-Mucho gusto Nicole, yo soy el pintor José Luis Cuevas.

Yo volví a reírme. Medio por nervios y medio por tonta, por reconocer en público semejante equivocación, pero dentro de mí muy agradecida de descubrir que Cuevas, lejos de parecerme el tipo tan exigente e histérico que se refugiaba en el alcohol por la desesperación de no ver a su amada Bertha cuando pasaba temporadas larguísimas en Estados Unidos y en Europa, era un hombre sencillo que me había perdonado de inmediato un error tan garrafal, de alguien que se supone, acostumbrado a tantos reconocimientos, no hubiera dejado pasar en alto un descuido semejante.

Por el contrario, el maestro Cuevas fue todo sonrisas en aquella ocasión en Marco, amable, risueño y de vez en cuando volvía a mirarme y se volvía a reír y yo apenadísima no me quedaba más que reírme a lo lejos también.

José Luis Cuevas nace en el Centro Histórico y aunque vivió la mayor parte de su vida en San Ángel, una zona pudiente pero que conserva un aire provincial, estilo pueblo, en el poniente de la Ciudad de México, promete algún día volver a sus raíces.

Fue gracias al apoyo del Presidente Carlos Salinas de Gortari y del entonces Regente Capitalino Ramón Aguirre Velázquez, que pudo localizarse, tras 30 años de búsqueda, un lugar para fundar el museo que llevaría su nombre.

El lugar era reparado y remodelado mientras el viudo Cuevas contraía segundas nupcias, ahora con Beatriz del Carmen Bazán, también pintora, y sitio donde finalmente pudo colocar la monumental “La Giganta”, una escultura de 8 metros de altura y de 8 toneladas en medio de la ahora casa del “Cuevario”.

José Luis Cuevas siempre daba de qué hablar. Fue polémico, rebelde y generalmente en contra de todo lo establecido, como hombre, como pintor, como escultor y vaya, como artista también.

Al presentar en 1967 su “Mural infame” en el corredor cultural del Paseo de la Reforma en la capital del país, inauguró esa área como La Zona Rosa, en honor a la admiración que le profesaba a la cantante, actriz, vedette y rumbera Rosa Carmina.

Ahí Cuevas rompía por con todo lo establecido por los muralistas mexicanos como Diego Rivera, Clemente y Siqueiros, pero principalmente en referencia al tercero, quien había declarado en una ocasión que en el muralismo mexicano “no existe más ruta que la nuestra”.

Por este hecho, Cuevas fue denominado como el iniciador de la “Generación de la Ruptura”.

Representó el movimiento del neofigurativismo donde desdeñó los contornos y toda perspectiva, lo que mencionaba que limitaba la vocación y la expresión del artista, pero sobre todo, hizo énfasis en su obra de no seguir más los patrones del nacionalismo, el folclor y la esencia del mexicanismo que tanto se había esmerado Vasconcelos en darle prioridad durante la creación del muralismo mexicano en la primera mitad del siglo XX.

Cuevas dibujó autoretratos, a Bertha, a Beatriz, a sus hijas, acrílicos, dibujos, gráficas y fue importante también la herencia que deja a los mexicanos en su trabajo de escultura.

En sus acrílicos destacan “Masturbación”, “Orgía”, “La Boda de los siameses”, “Las cartas” y “Animal transgénico”.

De sus dibujos destaca “Autorretrato durante la relectura de "La metamorfosis de kafka (2)", “Acapulco”, “Fumadero” y un sinúmero de autoretratos de rostro y de cuerpo entero y caminando.

De sus obras gráficas que se encuentran en el Museo José Luis Cuevas, se muestran “Rembrandt as a Child”, “Autorretrato como Rembrandt”, “Tira cómica”, “Yo con lectora y escultura”, “La Giganta”, “Yo en el Motel Las Delicias”, “Teorema” y “Van Gogh”.

Las mujeres desnudas y los autorretratos como “Pareja violenta”, son su apéndice y su constante.

El pintor hacía gala en conferencias y ante reporteros que los suyo era transmitir en su obra de gráficas y dibujos la imagen de lo más desdeñado u oscuro de la sociedad: prostitutas, borrachos, sexo, hoteles y frecuentemente hacía referencia a los sentimientos, también oscuros: la desesperación, la locura, la soledad, la histeria, la infidelidad, lo escondido, lo oculto, la vergüenza, el arrepentimiento y de nuevo, la soledad.

Y en sus “Cartas a Bertha”, no podía ser diferente, el hombre que pintaba, al hombre que escribía.

Cuevas escribe como pinta, desdeñando las costumbres sociales, la hipocresía de la sociedad y de los ricos, su negación a pasarse horas, días y años cumpliendo padre y esposo y negándose a simplemente ser un hombre para Bertha y aceptando que lo más importante era, ser su amante.

De su escultura, la “Figura obcena” es mi favorita. Quizá porque es obscena. -¿Quizá porque es obscena?-. Quizá porque José Luis no nos deja ver si es un hombre o es un animal, o es un hombre que se comporta como animal, o es lo peor y lo más bajo que un hombre puede ser.

Pero lo que no puede dejar de ser, es el mismo escultor, escritor, pintor, que el hombre que es.

Esculpe como piensa, pinta como escribe, y escribe como dibuja, como piensa y como esculpe.

No puede separar al artista del hombre, porque eso, sería una infamia para el mismo Cuevas.

Y olvidar su obra, su vida, sus hechos, su carácter y su sonrisa, sería una infamia para quienes admiramos al artista y aceptamos al hombre así, tal como fue.

Q.E.P.D.