Carlos Fuentes, lo recuerdan a cuatro años de su muerte

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Carlos Fuentes, lo recuerdan a cuatro años de su muerte

Reconocido. El autor obtuvo premios como el Internacional Don Quijote de la Mancha 2008. /Foto: Archivo
Amigos, familiares y conocedores de la obra del escritor mexicano le rendirían un tributo el sábado, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes

MÉXICO.- Amigos, familiares y conocedores de la obra del escritor mexicano Carlos Fuentes (1927-2012) le rendirían un tributo ayer sábado, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, para recordarlo con la lectura de algunas de sus obras, a cuatro años de su muerte.

Los escritores Federico Reyes Heroles e Ignacio Padilla, la cantante Cecilia Toussaint y su viuda Silvia Lemus, leerían fragmentos de sus textos póstumos: “Federico en su Balcón” (2012), “Pantallas de Plata” (2014), “Personas” (2012) y “Aquiles o el Guerrero y el Asesino”, próximo a publicarse.

El narrador, ensayista y dramaturgo mexicano dio a luz una amplia obra que hoy es un referente de conocimiento del lenguaje y de la capacidad narrativa con la que creó universos que van del tema histórico a lo sobrenatural.

La periodista y escritora Silvia Lemus, viuda de Fuentes, explicó que el homenaje lleva por título “Carlos Fuentes está hoy aquí”, porque estará con tres libros publicados “post mortem”, con los cuales cumplen su deseo de “Quiero morir escribiendo”.

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La Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) recordó que Fuentes fue reconocido con premios tan importantes como el Internacional Don Quijote de la Mancha 2008 por su trayectoria y su labor como impulsor de la lengua y la cultura hispanoamericanas.

El Internacional Alfonso Reyes 1979, el Príncipe de Asturias 1994, el Nacional de Ciencias y Artes 1984 en el área de lingüística y literatura, el Real Academia Española de Creación Literaria 2004 por En esto creo y el Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 1976 por Terra Nostra.

Entre su obra figuran, en cuento: “Los Días Enmascarados” (1954), “Chac Mool y Otros Cuentos” (1973) y “El Naranjo o los Círculos del Tiempo” (1993); en ensayo: “La Nueva Novela Hispanoamericana” (1969), “Valiente Mundo Nuevo. Épica, Utopía y Mito en la Novela Hispanoamericana” (1991) y “Los 68. París, Praga, México” (2005).
En teatro son “Todos los Gatos son Pardos” (1970) y “Ceremonias del Alba” (1991), y en novela: “La Región más Transparente” (1958), “Aura” (1962), entre otros. Notimex

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Carlos Fuentes, punto y final
por Por Diego Gándara

Los textos póstumos (salvo honrosas excepciones, como los textos de Kafka) suelen ser horribles. Especialmente cuando se trata de textos que el autor, por un motivo o por otro, no ha querido mostrar en vida ni tampoco después de muerto, a no ser que se trate de un texto que el autor ha planificado con todo detalle y en el que se encontraba trabajando cuando le llegó el momento de pasar a la posteridad, como es el caso de este «Aquiles o el guerrillero y el asesino», texto póstumo de Carlos Fuentes que Alfaguara publica cuatro años después del fallecimiento del autor.

Relato personal y contundente sobre la violencia en Colombia, en “Aquiles o el Guerrillero y el Asesino” Carlos Fuentes disecciona la vida de Carlos Pizarro, uno de los jefes del movimiento guerrillero M-19 y que el 26 de abril de 1990, cuando viajaba desde Bogotá a Barranquilla, fue asesinado en pleno vuelo por un sicario que no dudó en vaciar la carga de su ametralladora sobre el cuerpo de quien, entonces, era uno de los candidatos a la presidencia de ese país.

Caminar por la selva

Dividida en diecinueve capítulos breves que cubren la trayectoria vital y política de Carlos Pizarro y de quienes lo acompañaron en sus inicios por la selva y la lucha armada, Fuentes, sin embargo, no se detiene en la mera crónica costumbrista ni en la simple exposición de unos hechos cargados de violencia, sino que, como apunta en el inicio de esta novela que hunde sus raíces en la historia de América Latina, esboza la imagen de un hombre “de perfil perfecto y ojos de santo fallido”, un sujeto trágico que, como todos los sujetos trágicos, encuentra, fatalmente y a pesar suyo, su propio destino.

“No se trata –afirma el crítico Julio Ortega, responsable de la edición de esta novela– de que tenga razón o sea un mártir, sino de cómo la vida política de un país puede estar alegorizada en la vida breve y conmovedora de un héroe inmolado en su propia fe”.

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En cualquier caso, tal como señala Silvia Lemus (viuda del creador de “La Región Más Transparente”) en una nota que también acompaña a la edición de la novela, Fuentes llevaba varios años trabajando en la historia de Carlos Pizarro, conocido también como comandante Papito. Para ello se había documentado exhaustivamente, había escrito distintas versiones, había reorganizado materiales y estaba corrigiendo y reescribiendo partes completas de la obra cuando en mayo de 2012 lo encontró la muerte.

El resultado es una novela francamente redonda, perfectamente ejecutada y en la que, a diferencia de tantas novelas póstumas, no se nota la mano caprichosa del editor ni la adecuación arbitraria del argumento a las exigencias actuales del mercado. Una novela que, a pesar de estar basada en hechos reales y en un personaje histórico y contemporáneo como es Carlos Pizarro, destaca por su riqueza lingüística, por su pulso narrativo y porque, en conjunto, es una metáfora tan cruel como descarnada de la sociedad colombiana de los últimos años.  La Razón

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Carlos Fuentes:  la pasión diaria

Ángeles Mastretta

Siempre me asombró Carlos Fuentes. Libre, inteligente, apasionado. Yendo de un lado a otro, acompañando hasta que para todos nombrarlo era un talismán y andar cerca contagiarse de su fervor por la literatura.

¿Cuántos personajes de los creados por la imaginación aventurera y despiadada de Carlos Fuentes se han vuelto parte de la imaginación colectiva?

Al cabo de leer uno de sus libros se aparecían en sueños sus mujeres desbordadas, sus hombres incandescentes. Las mujeres y los hombres. El paisaje, las casas, los patios, los caminos, el polvo y los amores de cada una las historias que hacían sus libros, siempre se acomodan en nuestro ánimo y nuestra memoria.

Pero no sólo el polvo y el aire de México, no sólo muchos de sus hombres y mujeres, no sólo su idioma, sus palabras vertiginosas, son personajes inolvidables, sino Fuentes mismo, el narrador como testigo incansable, como el más ávido de los escuchas, como el más vehemente de los que hablan, terminó por convertirse en su mejor personaje.

Casi siempre, en el fondo mismo de la historia, igual en los detalles y en los guiños, aparecía tramado, con toda claridad, el escritor, el hombre Carlos Fuentes con su voz como una espada, como una alegoría, como un ruego: aquí estoy, éste soy yo, esto quiero decirles porque me duele y me arrebata, de estas urgencias estoy hecho y con estas historias quiero acercarme al mundo para tratar de comprenderlo y mejorarlo.
Para muchos fue una alegría y un privilegio convivir con Carlos Fuentes. Compartir, con él y Silvia, años de plenitud y valor. Era fácil querer a Fuentes. Verlo ir por el mundo y por la literatura con su mejor audacia. No puedo olvidar la tarde en que conversando en torno al tiempo, detuvo el gesto de avidez con que acostumbraba mirar el mundo y dijo como si hablara consigo mismo:

—Yo lo que temo del tiempo es que no me alcance para escribir todo lo que me falta.
—¿Pero cuánto te falta?— le pregunté.
—Muchísimo— contestó.
Para entonces él ya había escrito más de diez mil cuartillas y las había puesto en libros que contaban la vida de una manera de una manera ferviente, intrépida, inagotable.
—Ya no recuerdo lo que he escrito— dijo. Sólo pienso en lo que me falta escribir.
Casi siempre los libros de Fuentes invocan su obsesión por el tiempo, pero yo sólo hasta esa tarde me di cuenta de qué manera cargaba él un reloj sobre los hombros. 

“El talento se mide en cuartillas” decía Jules Renard para torturarse porque no era prolijo. Fuentes no podía hacerse tal crítica ni de chiste, sin embargo, hasta el último día estuvo seguro de que le faltaba escribir mucho. No sólo no se le habían acabado los temas, sino que guardaba muchos apretando su corazón. EL PAÍS