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Canción del Sur

Así, “Canción del Sur”, se llama una película en la cual Walt Disney mezcló personajes reales con dibujos animados. El filme se hizo en 1946, y narra los cuentos del Tío Remus, popular personaje del folclore de los negros. Esos cuentos son historias cómicas que tienen como protagonista al B’rer Rabbit, el Hermano Conejo, con el B’rer Fox y el B’rer Bear, Hermano Zorro y Hermano Oso, como sus compañeros de aventuras. (Eso de “B’rer” es un apócope de la palabra “brother”, hermano). Tales relatos, pasados de generación a generación entre los esclavos de las plantaciones sureñas, los recogió el escritor Joel Chandler Harris en su libro “Cuentos del Tío Remus”.

Vi esa película cuando tenía yo 8 años de edad. Se me grabó indeleblemente en la memoria. Muchos años después podía repetir frases del diálogo, y recordaba la pegajosa melodía de la canción tema: “Zip a dee doo dah”. Cuando empezó a haber “cine en pantuflas” traté de conseguir la película, primero en aquellos enormes laserdiscs, luego en versión Beta o VHS; por último en DVD. Años y años busqué “Canción del Sur”, y no la pude hallar. El Movie Circle, club de cinéfilos en Nueva York que me ha conseguido las películas más raras que puedas tú imaginar, se declaró incapaz de enviarme el film de Disney. Esa película estaba “proscrita”, me informaron. La comunidad negra había manifestado que en ella se ofendía a los afroamericanos. Por esas quejas Disney mismo la hizo retirar de la circulación.

Pues bien: hace un par de años fui a San Diego y visité Bordens, una tienda de libros, discos y películas a la que suelo ir cuando viajo a esa ciudad. Cuál no sería mi sorpresa -sonora frase, si bien muy poco original- al encontrar ahí, en versión digital moderna, “Canción del Sur”.

Ahora veo la película al mismo tiempo con alegría y tristeza. Lo primero porque me recuerda los días de la infancia, días casi tan felices como los de esta dorada madurez -más bien plateada- que ahora estoy viviendo. Lo segundo, porque miro en el film a Bobby Driscoll. Fue ese actor, como Roddy McDowall, un niño prodigio de Hollywood. A diferencia del pequeño actor de “Qué verde era mi valle”, rubio y lánguido, Bobby Driscoll tenía cabello negro y poseía una vivacidad traviesa. Sin embargo no pudo hacer carrera en Hollywood, como su compañero, que siguió haciendo películas hasta su ancianidad. Acabados sus días infantiles Bobby Driscoll vio esfumarse su popularidad. Se entregó a las drogas, y murió a los 31 años de edad, víctima quizá de una sobredosis. Acabó su vida en la calle: su cuerpo fue encontrado en un lote baldío de Nueva York. Nadie lo reconoció, pues no traía consigo identificación alguna, y fue sepultado en la fosa común de un cementerio de arrabal. Hasta un año después de su muerte antiguos compañeros suyos lograron que la policía lo buscara en esa fosa, lo identificara por sus piezas dentales y lo exhumara para darle sepultura en una tumba que sus mismos amigos costearon.

Películas hay tristes y alegres. Muchas veces las vidas de quienes las hacen tienden más bien a lo triste.