Canasta de cuentos (para los) mexicanos: ‘¿Y después qué vendo?’

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Canasta de cuentos (para los) mexicanos: ‘¿Y después qué vendo?’

Irónicamente, uno de los mejores narradores mexicanos ni siquiera es mexicano.

Bruno Traven nació en un territorio polaco ocupado por Alemania y es bien poco lo que se le puede agregar a su biografía, ya que él mismo se encargó de plagarla con infundios para proteger su carácter privado.

Además, Traven insistía en que la obra debía hablar por el artista y así fue. Su legado es una colección de novelas injustamente conocidas mejor por sus adaptaciones cinematográficas, entre las que se cuentan “El Tesoro de la Sierra Madre” (John Huston. 1948), “Macario” (Roberto Gavaldón. 1959) o “La Rebelión de los Colgados” (Crevenna/Fernández. 1954).

Más modesta por su formato (antología de relatos cortos) es “Canasta de Cuentos Mexicanos”, también adaptada al cine por Julio Bracho en 1955.

El título parece hacer alusión a uno de los mismos cuentos contenidos en este compendio llamado “Canastitas en Serie” que relata la desventura de un gringo, Mr. E.L. Winthrop, y su imposibilidad para entenderse comercialmente con un campesino y jarciero quien para ayudarse a sobrevivir confecciona y vende canastitas de fibras y varitas del campo.

Pese a que invierte muchas horas de manufactura en cada canastita y éstas son auténticas preciosidades dignas de presumirse en cualquier parte del mundo, sobre todo en el Primer Mundo -Traven anticipó la apropiación cultural-, el indígena da sus artesanías a un precio casi regalado, irrisorio para el poder adquisitivo de un gringo de entonces y de hoy.

Mr. Winthrop (en la peli es un matrimonio de gringos) ya se sueña haciendo un negociazo, pero pronto descubre que no puede llegar a un acuerdo con el micro-emprendedor rural porque (contra toda lógica empresarial) entre mayor es el volumen del pedido de canastitas, mayor es su costo por unidad.

El gringo no entiende la lógica de su interlocutor, quien da una canastita por un precio determinado, pero mil piezas tienen un costo superior porque satisfacer tal demanda le representa un esfuerzo mil veces mayor.

Le sugiero que mejor disfrute el relato en la prosa de Traven o vea la película, ambas están disponibles en esa maravilla llamada internet y sin la cual no sé cómo habríamos sobrevivido a la cuarentena.

Me parece palpable hasta lo evidente que Traven abrevó de la sabiduría popular mexicana a la hora de confeccionar su mundo literario y poblarlo con personajes agudos, ingeniosos y muy filosóficos.

Simplemente, sus “Canastitas en Serie” parecen una versión pulida de la anécdota del vendedor al que le quieren comprar toda su producción, a lo que se niega rotundamente porque “¡¿Y después qué vendo?!”.

Y aunque a primer vistazo es un completo sinsentido el no querer deshacerse en una sola venta de todas las existencias de un producto determinado, lo cierto es que hay respuestas que son demasiado complejas o profundas para una mente pragmática, como sería la de un gringo o la de un capitalista, que para el caso es pleonasmo. Para una mente cuadrada, la negativa sólo es una estupidez sin mayores ambages y punto.

“¿Y después qué vendo?”, encierra una serie de dilemas con los que se complicaría la existencia un modesto productor que se viera de buenas a primeras sin mercancía qué ofrecer. 

Son mucha las posibles implicaciones (complicaciones) y tratar de imaginarlas resulta un buen ejercicio filosófico, pero la primordial sería la pérdida de su “modus vivendi”, entendido éste no como el sustento (por supuesto que tendría el dinero resultante de la venta), sino como la actividad que le da un oficio y sentido a su vida.

Por improbable que nos pueda parecer, tampoco es imposible que alguien valore su actividad por el sentido de pertenencia y comunidad que le proporciona, más allá de la remuneración aun y si ésta es su soporte económico vital.

“¿Y después qué vendo?”, es un cuestionamiento que entraña muchos otros de orden introspectivo: ¿Y después… qué le digo a mis clientes? ¿Y después… qué hago yo? ¿Y después… me puedo seguir llamando vendedor? ¿Y después… quién soy?

Me acordé de la anécdota y, por supuesto, del cuento de Traven y su adaptación fílmica, gracias a la 4T, la administración del Presidente López Obrador y su relación con sus archienemigos: las mafias del poder, el neoliberalismo, Felipe Calderón, etcétera.

Responsables todos de la catástrofe nacional y que sin embargo no son llevados ante la justicia, ni aprehendidos, ni siquiera son objeto de acusaciones formales, porque su función es hacer de adversarios fabulosos en el universo de AMLO (el Amloverso), en el que él los mantiene a raya con su resplandor moral.

Poco menos de un año de gestión nos bastó para entender su particular “modus”, en el que ante la adversidad y los problemas concretos, en vez de repuestas, saca a relucir su épica, encarnizada y eterna lucha a muerte con estos terribles seres míticos. Eso es lo que ofrece y si un día lo llegase a materializar, ¿luego, con qué se quedaría?

¿Van a ir a parar realmente con sus huesos a la cárcel el ex presidente Calderón, aquellos que Lozoya implique con su testimonio, o los que no han sido castigados por Odebrecht entre muchas otras trapacerías pretéritas pero también presentes, y que figuran reiteradamente en la narrativa presidencial?

Si por un brevísimo instante, López Obrador se sincerase, su respuesta tendría que ser necesariamente como la de aquel artesano que no quería quedarse sin que ofertar:

“¡¿Y después qué vendo?!”.