Campamento centroamericano: la indiferencia cala más que el frío de diciembre
A las 12:00 del mediodía el grupo de migrantes está apostado en su campamento de cobijas, colchones viejos y cartones ajados, que hacen las veces de cama, a las afueras de la “Posada Belén”, justo en la acera sur de la calle Juan de Erbaez.
La gente del barrio, que es la colonia Landín, transita indiferente ante la escena, una escena que hiere, que cala hasta los huesos, más que el frío y que el calor.
Los migrantes, entre los cuales hay hondureños y salvadoreños, se muestran ariscos, no quieren hablar, dicen que en la mañana dieron ya declaración a la reportera de una televisora local.
Los migrantes se ponen huraños y en cambio piden una moneda para comprar un agua, una coca, un lonche.
Tampoco quieren fotografías, que no, que ya no los tomen más, que ya los tomaron.
Apenas y algunos se animan a hablar, dicen que llevan cuatro días acá, descansando en la banqueta, durmiendo debajo de las cobijas durante estas últimas noches gélidas, congelantes, que ha traído esta temporada decembrina.
Parece que el duro invierno tampoco ha sido muy piadoso con los migrantes. El frío es cruel.
De pronto, entre las cobijas, agarradas a la pared de la posada como casas de campaña, asoma la cabeza de un chico, es un niño migrante, “wiski”, dice, se ríe y se vuelve a esconder en su madriguera de trapos.
Algunos migrantes están sentados a ras del suelo, como a la espera de algo que no llega, otros tirados, privados de sueño a la intemperie.
Y otra vez la gente pasando, indiferente.
A veces la gente les echa una ojeada, a veces nomás pasa.
En la esquina dos muchachos migrantes platican, uno dice que es hondureño, el otro de El Salvador.
El que es de El Salvador se llama Bladimir, tiene 25 años. Hace 22 días que salió huyendo de la pobreza y la violencia en su terruño, los mismos días que ha viajado en los lomos de “La Bestia”.
“Sí, es peligroso el tren, a uno casi le mocha la pata allá en Coatzacoalcos”, dice.
La familia de Bladimir, su esposa, sus hijos, se quedaron en su pueblo, toda su familia se quedó allá.
Bladimir dice que las casas del migrante por las que ha pasado ahora están cerradas.
Y ha escuchado decir que la Casa del Migrante de Saltillo está en cuarentena y permanecerá sin dar servicio por 28 días, debido al brote COVID-19 que se ha suscitado en sus instalaciones.
Bladimir dice que él no es de los que pasan la noche en el campamento, que él y el otro catracho rentaron un cuartito con una señora que vive frente a la Casa del Migrante y que renta cuartitos y cobra 25 pesos a los migrantes por bañarse.
“Está duro moverse ahorita”, dice Bladimir.
Y peligroso, ha visto que el tren que pasa a espalda de la “Posada Belén”, va muy rápido y así es imposible subir.
Pero en cuanto se pueda se va lanzar para Monterrey y si hay chamba allá, allá se queda.
Los demás que han instalado su campamento de cobijas a las afueras de la “Posada Belén”, dicen que van a tirar para Houston, tal vez en dos días, no lo saben bien.
Solo Dios sabe dónde los agarrará la Navidad y el fin de año.
Y la gente del barrio pasando por aquí, indiferente, como si nada, frente al campamento migrante