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Caminar para vivir

Correr en un medio maratón ha sido una experiencia llena de emociones, desde su entrenamiento previo hasta el final, cuando uno cruza la meta. Al ir corriendo en medio del río de corredores se tiene una visión privilegiada: ver los cientos de cabezas que suben y bajan al ritmo de los pasos en un movimiento uniforme, canalizado por la calle, como si fuera una gran cascada que avanza incontenible.

Así me imagino a la caravana de 7 mil hondureños que avanzan desde el 12 de octubre hacia USA. Son un río humano muy doloroso para todos los que los vemos en los múltiples reportajes de cada día, y nos asombran con su inconcebible realidad de esfuerzo y persecución inhumana.

No es un maratón deportivo que durará cuatro ó cinco horas para fortalecer el carácter, es un “éxodo, no una caravana” de migrantes como lo redefinió Isidro Mujica de una ONG llamada “Pueblos sin Frontera” (BBC News Mundo). Es un éxodo de migrantes que siguen caminando a pesar de las fronteras legales de Guatemala y México. Integrado no sólo de hombres sino de mujeres, niños… y bebés en brazos de sus madres. Es una multitud hambrienta, con los pies llagados que sufren el pavimento, la tierra, el calor y la sed. Y continúan durmiendo cada día en el suelo y a veces teniendo el privilegio de tener un cartón como lecho. La gente que los ve pasar no se cruza de brazos: les dan agua y comida, y alivian su deshidratación y su “hambre de cada día”.

“Es un éxodo creado por el hambre y la muerte”. Así resume las causas Isidro Mújica. El hambre que domina los hogares de Honduras, de Guatemala, de Nicaragua y de Venezuela. El hambre que aumenta cuando las oportunidades de trabajo se diluyen por las pugnas políticas que matan al pueblo, con tal de conseguir el poder. Las pugnas de los políticos que no les importa traer la muerte con los esbirros de la “Mara Salvatrucha” –una banda de criminales que nacieron como pandillas violentas en Los Ángeles– o los soldados y policías.

Huyen del hambre y de la muerte y ¿qué buscan? ¿La felicidad? ¿La libertad como los judíos esclavizados en Egipto? No. Solamente buscan la oportunidad de vivir con seguridad, de trabajar para comer, de tener un techo donde cobijarse. Buscan lo mínimo para pertenecer a los humanos.

¿Y qué respuesta reciben? Compasión y ayuda de los que están cerca y se consideran “prójimos” por ser tan humanos como ellos.

Paralela a esta compasión humanitaria que ha surgido en el mundo, también han sido cultivadas dos emociones: miedo e indignación.

Miedo a una migración humana que entra en conflicto con la ley de las fronteras excluyentes. Una migración que hace peligrar el empleo de los nacionales y la disminución de las utilidades. Un éxodo que amenaza la codicia y desenmascara la injusticia global entre norte y el sur del planeta.

Trump aprovecha la oportunidad para cultivar la ira e indignación contra los miserables hondureños, guatemaltecos, centroamericanos y mexicanos, calificándolos como “criminales y drogadictos”.

El gobierno mexicano tiene un dilema adicional que no es sólo económico o político, sino tan ético como el de la corrupción y la impunidad. ¿Es bueno para los hombres aceptar su condición de migrantes que huyen del hambre y de la muerte, ajustar la ley a la ética? O ¿es perjudicial aceptar al maratón de miles de migrantes casi muertos de hambre y persecución?, ¿diluir la ética en función de la ley?

Lo humano debe prevalecer sobre lo político y lo económico. Este siempre ha sido el caminar de la vida, lo contrario es cavar sepulcros para las víctimas.