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Cambio de ruta

El artículo, de Reifschneider, Wascher y Wilcox, todos ellos funcionarios del área de investigación y estadísticas de la Reserva Federal de Estados Unidos (el primero, ya retirado), lo encontré gracias a un blog del Washington Post (de Neil Irwin) que me fue referido por Jorge Ortiz vía twitter. Le comento todo esto porque es, en sí mismo, un ejemplo de la transformación que estamos viviendo y no entendemos por completo.

El artículo es muy técnico, de forma que no se lo voy a comentar con detalle, pero sus conclusiones son relativamente sencillas. Los autores aplican ciertas técnicas estadísticas para probar (con poca confianza) que la Gran Recesión provocó una pérdida de 7 puntos en el PIB potencial, incrementó la tasa natural de desempleo y redujo la participación laboral.

Cuando un fenómeno económico cambia la tendencia de forma irreversible, los economistas le llaman a eso histéresis. La explicación del por qué, según los autores, es que la abrupta caída de la demanda provoca una modificación de la oferta (las empresas perciben que no van a vender, y entonces cambian sus estrategias, reducen su producción y empleo, y tardan mucho en cambiar nuevamente de opinión).

Una conclusión derivada es que esto significa que las medidas de política monetaria sí afectan la oferta de bienes y servicios, en contra de la visión tradicional en la teoría. Es un argumento que apoya la idea keynesiana de que el gobierno debe entrar a sostener la demanda en un caso de caída abrupta, incluso reduciendo la tasa de interés.

Próximamente veremos opiniones de expertos a favor y en contra de este trabajo, discutiendo si hay o no efectos permanentes de la crisis, de la "endogeneidad" o no de la oferta, y del papel de los bancos centrales. No me voy a meter en ese tema ahora.

Lo que me interesa conversar con usted es una posibilidad alterna a la que plantean los expertos del banco central estadounidense, o para el caso, de la que la inmensa mayoría de los economistas sostiene.

Para ello, permítame regresar a un tema que hemos comentado en otras ocasiones. Los cambios tecnológicos, cuando afectan a toda la economía, no provocan de inmediato avances, sino retrocesos. Un cambio tecnológico que afecta a toda la economía produce una caída en la productividad, un incremento en la desigualdad, un aumento de la variabilidad de los precios de las acciones, un desplazamiento de la producción, y algunas otras cosas.

Sin embargo, lo que no produce ese cambio tecnológico es la comprensión del fenómeno. Es decir, las personas ven que ahora hay una nueva tecnología, pero no se dan cuenta del cambio profundo que está generando. Por eso, las personas siguen actuando como lo hacían antes, pero cada vez con menos éxito. Crece, junto con la caída de productividad, variabilidad en la bolsa y ampliación de la desigualdad, una sensación de angustia y descontento. Decisiones que antes surtían efecto, ahora no lo hacen.

Este incremento en la angustia de la población se convierte en un problema político. Puede ocurrir que no se haga nada, y entonces se llegue a una crisis política profunda, o puede ocurrir que el gobierno intente evitar esa crisis, tomando medidas económicas para evitarlo. Esencialmente, el gobierno percibe que la desigualdad crece, y decide incrementar las transferencias a los menos favorecidos. Tarde o temprano, esto se convierte en una crisis económica.

Puesto que el avance tecnológico tiene apenas poco más de 200 años, no hay muchos puntos de referencia. Déjeme plantear posibilidades: la crisis general europea de 1848, producto de ese incremento de desigualdad que tanto Marx como Dickens narraron (y que se redujo significativamente pocos años después, aunque Marx ya no lo vio, porque ya había congelado sus ideas). La Primera Guerra Mundial, que Lenin veía como una guerra de monopolios, pero que más probablemente fue el resultado de las tensiones del cambio tecnológico que le comento, y que se reflejaron en la profunda transformación de la década de los 20 y la Gran Depresión en que culminó. Y la Gran Recesión de ahora, claro.

En el caso reciente, parece claro que el cambio inicia en los 60 y 70, y al final de esa década empieza a notarse a nivel de la economía en su conjunto. En 1979 se alcanza el mayor nivel de empleo en manufacturas en Estados Unidos, que desde entonces viene cayendo. También en ese año empieza a crecer la disparidad de ingreso entre personas con licenciatura y sin ella, en ese mismo país. Las tensiones van creciendo, y el gobierno de Estados Unidos las enfrenta facilitando la adquisición de casas, lo que va a provocar la burbuja inmobiliaria, y ésta, la Gran Recesión.

Si mi planteamiento es correcto, entonces lo que están percibiendo los expertos de la Reserva Federal, y la mayor parte de los economistas y políticos, es sólo la superficie. Y eso explicaría por qué las medidas de política que se aplican no están teniendo resultado: no se reduce el desempleo sino la tasa de participación (menos gente busca empleo, porque no lo encuentran). La histéresis que ven los autores del artículo es una transformación estructural de la economía que lleva décadas ocurriendo, y que se ha enmascarado con políticas públicas que sólo han hecho más grande el problema. Por eso la crisis de 2009 fue de esa magnitud.

Pero apenas es una especulación, claro.