Calor, moscas, cucarachas… (3)

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Calor, moscas, cucarachas… (3)

Los insectos, de cualquier tipo de creación, medida, peso, tonelaje y pelaje serán al final de los tiempos, los únicos sobrevivientes a ese cataclismo llamado Apocalipsis. Yo no tengo ninguna duda al respecto. Los insectos, los mosquitos, las moscas, la legión de cucarachas son los reyes de la creación, no los humanos. Agregue usted ese estado demencial llamado calor y el caldo explosivo estará completo.

Es el verano tórrido de 1965 en París, Francia. El inspector más famoso tal vez de toda la historia de la humanidad, Jules Maigret, creado por el genio de Georges Simenon (a la vez, personaje él mismo de sí mismo, quien en alguna ocasión declaró de haberse acostado en su vida con más de 10 mil mujeres. Vaya pues, con las proporciones lejanas del caso, no tenía carta aborrecida en materia femenina, como este escritor), en el mediodía de su vida, a los 52 años tiene que resolver un doble crimen y a la vez, resolver una larguísima serie de asaltos a joyerías parisinas. Asaltos con más de 20 años con patrones harto definidos, pero complicados de resolver. En este entramado y bajo un calor asfixiante, se debate la novela “La paciencia de Maigret”.

Es 1925 en Nueva York y es la era de la llamada “época del jazz”. Quien deletreó a la perfección y definió dichos rasgos de época, usted lo sabe, es mi amado Francis S. Fitzgerald, a quien lo releo siempre y todo el año. Su obra vertebral, “El gran Gastby”, se desarrolla en tres meses de un verano en Nueva York. Hay un personaje intangible, etéreo, pero el cual ejerce su poder de seducción a tal grado, que el final de la novela y su dramática historia –bella y dramática historia–, tiene que ver por la incidencia e influencia de dicho personaje intangible: el agobiante calor. 

Estamos en manos de la geografía y del clima. Para bien y para mal. La ola de calor la cual hoy nos asiste en todo el mundo, ha dejado un reguero de muertos. 719 en Canadá solamente. Aquí en el vecindario, otrora Saltillo la ciudad del clima ideal, el calor ha modificado patrones de conducta y psique, lo cual ha influido y sin duda, en los suicidas los cuales y desgraciadamente a montones, se presentan. Al momento de redactar esta nota, van 67. Como siempre, un récord. Hay ahora una moda, una especie de patrón de imitación: aventarse de los puentes urbanos. Sí, como lo es el “Bosque de los Suicidas” en Japón o aventarse del Golden Gate, en San Francisco.

¿La Secretaría de Salud del lagunero Roberto Bernal? Pues es eso: una morgue, un depósito de cadáveres donde no hay seguimiento, investigación, documentación y ni siquiera un mapeo del problema social. Transitan con las tres cualidades del agua: incoloros, inodoros e insípidos. Aquí el gobernador Miguel Ángel Riquelme tiene un serio y grave problema. ¿Influye el calor agobiante en la modificación de la psique y la conducta de los humanos? Lea lo siguiente: “Los meses con mayor luz y calor tienen mayor tendencia de suicidio que el invierno”, la puntillosa observación es del doctor Enrique Chávez León, ex presidente de la Asociación Psiquiátrica Mexicana.

ESQUINA-BAJAN

Seguido, casi diario, cruzo mensajes cortos con el abogado y periodista de investigación, Luis Carlos Plata y con el profesor Orlando Rodríguez. Con ellos he llegado a la conclusión: claro que el calor altera la conducta y los patrones de la psique humana. Al calor y el escurrir ácido y no sudor, están acostumbrados los de Chiapas, los regios; los nativos de Cárdenas, Tabasco; los nacidos en Oaxaca, los de San Luis Río Colorado o Hermosillo, pero no los de aquí. Lo dijo Luis Carlos Plata: somos un paraje más de esa ruta asfixiante y agobiante de la carretera 57. No hay refrigerio.

En estos días y sin ser invitado, entró un mosco a mi casa. Era un insecto en apariencia inofensivo. Un mosquito. Señor lector, no se me pida nombre de pila. A los malditos todos los veo iguales. Para distinguir la talla, figura y filigrana de cada uno de ellos, habría entonces increpar y preguntar a un sabio narrador, como lo fue el gran Vladimir Nabokov, quien era un entomólogo reconocido en el mundo. Este escritor es sólo un prófugo de cafetines de poca monta, sin mayor saber entomológico.

Entró un mosquito y me provocó el infierno. Si de por sí mi insomnio es feraz y se presenta amparado bajo distintas máscaras y sólo necesita de un pretexto para apoltronarse en mi camastro, dele entonces un pretexto y la noche fatal está aquí presente. ¿Cuáles eran las características especiales de este insecto? Insisto, las ignoro, pero al parecer este mosco estaba desquiciado y armado con artillería pesada e indestructible.

No soy el único humano así. Francis S. Fitzgerald lo dejó por escrito en “The crack up”: “Es asombroso lo malo que puede llegar a ser un mosquito, mucho peor que un enjambre… un mosquito adquiere personalidad: la odiosa, siniestra categoría de la lucha a muerte”. Nada más. Nada menos lector. El gran, grandísimo Pablo Neruda en una de sus memorables “Odas elementales”, lo dijo así: “Es verdad que de pronto/ me fatigo/ y miro las estrellas,/ me tiendo en el pasto, pasa/ un insecto color de violín…”.

Sin duda, los mosquitos y las cucarachas, en óptimas condiciones, como este maldito calor, van a ser eternas y nos enterrarán el día del Apocalipsis. El tema da para un libro, no solo para una saga de ensayos. Hay un volumen el cual habla de suicidas (uno de tantos libros y poemas que hablan de ellos), “Los Bosques de Upsala” de un ibérico, Álvaro Colomer. Habla de eso que apenas se nombra, pero que aquí ha adquirido carta de residencia…

LETRAS MINÚSCULAS

Los suicidas, los atiriciados de alma, palabra y corazón. Regresaré con un tríptico.