Café Montaigne 213

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Café Montaigne 213

“¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?” Se lamenta la mítica Susana San Juan en la clásica y eterna novela “Pedro Páramo” del maestro Juan Rulfo. ¿Cómo sobrellevar la existencia terrena, si las piernas largas y torneadas de Claudia Mota S. habitan mis sueños, pero no mi cama ni mi escritorio? Claudia camina siempre como si levitara. Sus tacones de verticalidad imposible la alejan del suelo, del piso y la acercan a las nubes enfermizas de mis deseos. Un deseo hirviente el cual anida en mi pecho y en mi corazón en las noches más altas y calientes de este verano asfixiante.

Se lo confesé en el texto sabatino pasado: un día quisiera ser gordo. No hay gordo infeliz. Los flacos arrastramos nuestra pequeña y triste muerte en las pupilas. La muerte siempre nos acompaña y siempre está sentada en la próxima silla, en nuestra misma mesa y se muestra jovial y cárdena y nos enamora a dentelladas. ¿Cuántos libros hay en el mercado referente a dietas, ejercicios y alimentos para adelgazar? Cientos. ¿Por qué siempre se ha considerado decirle a un gordo, “gordo”, lo cual es un insulto y ser flaco o estar flaco, equivale no a una definición, sino a un halago?

Varios motivos perturbadores de flacos, secos como yo. Uno: no tengo nalgas. No se asuste, se llaman glúteos, posaderas, asentaderas, caderas, pero su nombre real es: nalgas. No tengo nalgas y eso molesta harto. Cuando no hay asientos con colchoncito (camiones urbanos, por ejemplo) a los minutos de estar sentado, mis huesos duelen y harto en lo poco que tengo de pellejo y carne. Otra: a las mujeres le gustan las caderas de un hombre. Se fijan más en sus nalgas. Luego en otros lugares. 

Le contaba también la vez anterior de un científico francés, Pierre Emile Aubanel, el cual construyó una máquina de generación de energía con sus manos y la montó en su departamento (el mismo el cual había ocupado hasta su muerte, el poeta Stèphane Mallarmé en la “Rue de Rome”, en París). Su tesis era sencilla: dicha máquina se alimentaría de hojas con poemas. Poemas tan sólidos y con tanta energía, los cuales bastarían para servir de alimentos (como una manzana, un vaso de leche o un pavo al horno) o bien, dicha energía serviría como arma letal y podría destruir fácilmente a un batallón enemigo. ¿Claudia aceptaría vivir y alimentarse de mis poemas? La respuesta es la cual usted tiene en su pensamiento señor lector: no.

A una mujer le gustan las nalgas de un hombre. Casi no hay mujer la cual no haga referencia a ellas. Cuando usted, varón, va al sanitario, lo “escanean” y claro, se fijan en eso largo y tendido. Pues no, yo no tengo nada de nalgas. Otra cosa enfadosa por ser flacote: 99% de mis zapatos me quedan grandes. O bien me pongo doble calcetín o les compro plantillas. Si acaso no lo hago, mi pie anda como badajo de campana, de un lado a otro, produciendo una fricción la cual con este maldito calor termina en las temibles ampollas.

ESQUINA-BAJAN

“Oye Jesús, ¿te gusta mi nueva blusa? ¿Se te hace bonita?” Un día cualquiera así llegó Claudia a saludarme. Se quedó frente a mí, mientras se daba una vuelta en redondo. A saber sus diminutas prendas: minifalda negra de piel, sandalias/tacones los cuales dejaban ver y contemplar sus bien cuidados pies, uñas pintadas. ¡Y la blusa señor lector, puf! blusa negra transparente, es decir, un pequeño trapo (pero costoso como vestido de noche) como blusa la cual enseñaba su top de encaje ceñido a sus senos pequeños los cuales, adivino, caben en el hueco de mis manos. Ella riendo y dándose vueltas en redondo. Yo, hecho un pendejo boquiabierto.

Siempre he sido flaco. Así voy a morir. Hace poco tiempo sentí de mis últimos días sobre la tierra. Traía una afección rara, tan rara y extraña (a mi edad ya todo es raro) la cual decidí mejor ir con el chamán Carlos Ramos del Bosque. En un chico rato me rescató de la maldita parca. Pero, ese día me comentó de mi peso, cuando un día fui gordo. Le digo, habitualmente peso entre 55/56/57 kilos. Ahora debo de andar en los 52/53: un pinche palo de ocote seco. Estoy enfermo de eso llamado “mal de amores”, así de sencillo y complicado a la vez. Pero, un día fui gordo: 66 kilos en mi humanidad. Fue allá por los años del 2000 y tantos. Tal vez fui feliz y no lo recuerdo hoy.

Claudia tiene el cabello negro y relativamente corto. Tiene una nariz respingada, sus muslos redondos son de color del ron añejo cubano, bronceada ella por siempre; tiene el ombligo hundido en el cual se puede uno beber tal vez, media copa de vino tinto y tiene unos labios tentadores y sutiles. Cuando desafiaba la teoría de la gravedad de Isaac Newton con sus vueltas de pie frente a mi mesa, yo la contemplaba. El calor caldeaba y moldeaba su bello cuerpo. Mi corazón se detuvo, como si también el tiempo estuviese detenido y con él, el aire y el viento el cual dan vida…

¿Voy a comer bien un día? Imagino sí. Mi hermana me ha regañado ya harto. El abogado Gerardo Blanco Guerra me ha propuesto algo muy sano: olvidarme del amor (lo cual es “dañino”, me acotó) y tomar generosas dosis de ron. El hidalgo saltillense, Javier Salinas me trajo de Panamá una botella: “Ron Abuelo. Reserva especial”. Juan Ramón Cárdenas, de “Don Artemio”, llama diario para saber si he comido, si me trae alimentos o voy a comer con él. Halago inmerecido. Gracias. La belleza y la juventud, nos enseñó Lord Byron, duran un soplo. Es entonces obligado vivir el instante. Un segundo.

LETRAS MINÚSCULAS

Los labios de Claudia Mota S. siempre están húmedos. Tal vez y sólo tal vez, eso sea el paraíso de un instante… Continuará.