Café Montaigne 208

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Café Montaigne 208

El ocaso de los oficios. Este mundo ya no es mi mundo. Los tiempos han cambiado a pasos de gigante. Me niego a pertenecer a este mundo cibernético, deslactosado, descafeinado y libre de gluten al cual se le dice “estar en tiempo real”. Formo parte de una red de amigos los cuales tal vez somos primitivos, cavernícolas, pero estamos agrupados en formación espartana en eso llamado “cultura de la resistencia”. ¿De qué me estoy perdiendo? En lo personal, de nada. Es mi juicio de valor. Es mi personal punto de vista y no quiero convencer a nadie. Así estoy a gusto conmigo mismo y con los que me rodean. Pero, duele en el alma lo que sucede alrededor. Asisto diario al ocaso de los oficios e incluso, de profesiones. El mundo ya no es lo que yo vi y con lo cual crecí, me amamanté y respeté. No más.

No niego la virtud de la cibertecnología, pero para mí no es la panacea. De hecho, muchos de los males de este siglo son por ello, por el internet y sus redes lo cual todo lo pudren y devastan. Lo he escrito varias ocasiones, no pocas: me gusta ser viejo, siempre quise ser viejo como mi padre. Ya lo soy. Pero ahora, agrego una confesión más para darle a usted más datos, lector, sobre mi carácter y persona. Tengo años escribiendo cartas, epístolas. ¿Con cuál temática? Pues dependiendo del destinatario. Cuando tengo una musa, son cartas de amor. Cuando son a mis amigos escritores, son epístolas de vida y andanzas. Cuando son a mis amigos de ruta de vida, pues son para eso, para compartir jirones de ella, de la vida. Como soy escritor, en ocasiones me es más fácil escribir y dejar testimonio que intercambiar simples palabras por teléfono o bien, ahora en las llamadas redes sociales lo cual no, no se me da.

Intercambios epistolares hay demasiados en la historia de la literatura, la historia, la filosofía y las letras universales.

Cito uno regional harto conocido, el intercambio de palabras entre Julio Torri con Alfonso Reyes. Amistad que fue interrumpida por un malentendido en el hurto de un libro entre este par de bibliómanos enfermos y ácidos. A vuela pluma, recuerdo aquel diálogo en el infierno entre Mirabeau y Montesquieu. Cómo no recordar las cartas de viaje y andanzas de Paul Bowles, verdaderos textos literarios. Desde su atalaya de locura, Friedrich Holderlin, entre insomne y dormido, escribió “Hiperión o el eremita en Grecia”. Textos, reflexiones, epístolas enderezadas a Belarmino o a su musa, Diótima. A últimas fechas lo leo todo sobre él. Alma atribulada, perdida en el tráfago de la existencia cotidiana lo cual no se le dio. Usted también recuerda las Cartas a Lucilo, por parte de Lucio Anneo Séneca. Aplanadora de pensamiento y claro, un sólo tema: la vida. ¿Cuántos de nosotros acostumbramos enviar sentidas cartas, tarjetas de felicitación ya en desuso o bien, algún libro con una tarjeta de lectura anotando puntillosamente por qué motivo nos ha sobrecogido la lectura de dicho libro por lo cual lo compartimos con el amigo? Imagino, tal vez ya nadie. Tal vez muy pocos o nadie. Internet todo lo ha podrido.

ESQUINA-BAJAN

Hace relativamente poco tiempo y debido a que en una charla de esas sustanciosas en la cual no hay alcohol, sino intercambiar jirones de vida, la musa Gloria Angelina con su alfabeto me tocó las fibras de mi alma y esqueleto con sus palabras, en quince días después que volvimos a reunirnos para comer, le entregué una epístola con motivos y reflexiones de quien esto escribe y claro, haciendo referencia a lo que había comentado de su vida y su entorno, en la tertulia pasada. Un pequeño tributo a la compañía, confianza y amistad de esta musa de ojos tan bellos y enormes, que se recuerdan y se sueñan dos noches seguidas y no dejan dormir.

En honor a la verdad, mis musas han recibido más correspondencia de quien esto escribe en comparación con mis pares escritores de varias partes de México y del mundo. Y hago una confesión más, las he mandado como Dios manda: perfumadas, selladas con cera y sello de un glifo antiguo el cual escurre perfecto al contacto con el fuego y, han sido de puño y letra. Siempre de puño y letra. ¿Redes sociales? No se me da el intercambio banal de chabacanerías, “memes” y fruslerías. He de ser un hombre de las cavernas (lo soy) al usar aún el abnegado sistema postal mexicano. Tal vez.

Recuerdo un ejercicio de esto en mi escuela primaria, por cierto, ya desaparecida. Es decir, estudié mi primaria en la escuela “Carmen Serdán Alatriste”, dicha escuela ahora, se convirtió en una inspección, sede de oficinas de inspección escolar o algo parecido. Ya no funciona como aulas de enseñanza. Le digo, estoy tan viejo que hasta mi escuela ya desapareció. Puf. Le decía que recuerdo un bello ejercicio de una de mis maestras de la escuela primaria: teníamos que escribirle una carta a la madre en segundo o tercero de primaria y sí, desde entonces quedó tatuada en mi memoria a fuego lento el “remitente y destinatario”. Luego, echarla al correo. Por algo, el 12 de noviembre es Día del Cartero y Día Nacional de la Lectura. Y ese Día Nacional del Libro porque en esta fecha nació nada menos que la gran monja jerónima y poetisa, oscura y divina a la vez, Sor Juana Inés de la Cruz, de la cual al leer uno “Primero Sueño”, se necesita toda una vida para desmenuzarlo, entenderlo, cargarlo en la sesera, disfrutarlo, paladearlo a sorbos, hacerlo nuestro. Sor Juana Inés de la Cruz: inteligencia en llamas.

LETRAS MINÚSCULAS

El ocaso de los oficios. Quien entrega las epístolas es un hombre que paciente, lo hace, aún hoy lo hacen, aunque poco: un cartero.