Café Montaigne 205

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Café Montaigne 205

“La piedra tiene acentos”, reza un verso del poeta Manuel José Othón (1858-1906). Le creemos al poeta nacido en San Luis Potosí el cual y apenas, duró 48 años sobre la tierra. Como Amado Nervo, pues. Los poetas mueren jóvenes y en estado de santidad. Con los poetas no hay ocasión de medias tintas ni paños tibios. Por lo general, debido a su temperamento, pasión e inteligencia, es un estado perpetuo de todo o nada. Dejan su vida misma, jirones de su vida en sus escritos y su huella son las gotas de sangre como tinta, arrancadas a la noche, en la hora del lobo, en la hora más alta y lóbrega, cuando toda la ciudad duerme y ellos están entregados a su canto.

Varios textos aquí publicados en estas generosas páginas de VANGUARDIA, han sido comentados y glosados. Son los relativos a mi asedio a esta esencia de ser norteños, a este desierto y su belleza la cual abruma e impone, y también el díptico dedicado a la muerte del poeta Juan Martínez Tristán, donde amén de acercarme a su vida y obra, realicé un rápido apunte sobre el arte de la poesía, su estadio actual y representación en nuestra sociedad y su lectura contemporánea. Su valor contemporáneo. Insisto, no pocos comentarios me llegaron al respecto con estos dos temas los cuales y en mi caso, son un matrimonio indisoluble.

“La piedra tiene acentos”, dice Manuel José Othón. Quien vive el desierto lo sabe: hay acentos, diferencias y una piedra no es igual jamás a otra roca. A los norteños la imaginería popular nos dicen y nos enjaretan no pocas veces un adjetivo: ser “codos”, “codos”. Ser codo, lo he escrito varias veces, no viene de codicia ni de avaricia, no; codo nos viene de saber un y otra vez por experiencia propia: un día la riqueza la cual hoy disfrutamos, apenas ayer fue pobreza. La riqueza no se da en los árboles frutales de los bellos estados de Tabasco, Oaxaca o Veracruz; todo, mientras los nativos de allá duermen “la mona”, estiran la mano y cae el fruto preferido. Aquí la riqueza se da en años de lucha en contra de la tierra yerma, lucha y sudor en la frente.

Se da con años de lucha frente a la paciente y agotadora hoja en blanco –en mi caso, como escritor– y el arrastrar el lápiz y afilarlo una y otra vez hasta ver brotar un verso digno de publicarse. Todo, mientras afuera brama el calor de 38 grados y sin agua. ¿Hay futuro en el desierto, aquí en este desierto? Sin duda, sí. Pero es necesario amarlo, apapacharlo, quererlo, respetarlo. El chef de sabor huracanado, Juan Ramón Cárdenas, tiene una frase perfecta al respecto: “A saborear este desierto con olor a cabrito al pastor, a ojasé en época de lluvia”.

Caray, esto es amor y respeto por esta porción de la tierra la cual nos vio nacer y crecer. Los poetas, esos profetas los cuales siempre traen la verdad en su palabra, lo saben desde siempre: la piedra, cada piedra tiene su propio acento. Y uno de los hijos predilectos del desierto, Manuel José Othón (quien padeció o vivió siete años por estos lugares desérticos y parajes inhóspitos), lo dejó por escrito en ese texto memorable llamado “Idilio salvaje”.

ESQUINA-BAJAN

El desierto siempre estimula. Lo difícil siempre estimula. Estimula nuestra imaginación para salir adelante. Estimula nuestra creatividad. Aviva el fuego de nuestra bravura en el tejido del campo de batalla. Así somos los norteños, así hemos crecido y por eso nos definimos y nos diferenciamos de todo el País. Lo vuelvo a repetir: decimos “piedra” y estamos nombrando algo vago y natural, pero si decimos “Cerro de la Silla” o “Cerro del Pueblo”, nos referimos a un signo el cual rápido todos entendemos: lo natural (una piedra o un conjunto de piedras y arenisca) devino símbolo, signo y pertenencia (nuestros cerros, nuestro entorno, nuestra vida misma).

El chiste es ubicuo y es eterno: ¿Cómo se creó el “Cerro de la Silla” y su peculiar formación rocosa? A un creso regio se le cayó un peso y este se puso a cavar hasta encontrarlo. Tal vez sí: tesón, esfuerzo indoblegable, sudor, paciencia, trabajo. Sor Juana Inés de la Cruz a la cual ni las feministas leen, por lo difícil de su escritura, a un tiempo oscura y divina, en sus líneas de “Primero sueño”, escribe: “Las pirámides fueron materiales/ tipos solos, señales exteriores/ de las que, dimensiones interiores,/ especies son del Alma intencionales…”.

Señales exteriores (la piedra, el cerro), trastocados o mutados en símbolos los cuales nos recuerdan al amanecer y siempre de un trabajo eterno: labrar y cincelar con trabajo y tenacidad la piedra para arrancarle un fruto y un pan para comer diario. Volvamos entonces a leer al poeta Othón: “Calma. Silencio. En derredor, penumbra./ Fuera del cerco que la llama alumbra/ y que el calor defiende,/ el frío, un frío cortador que hiende/ la corteza durísima del roble, reseco ya…”.

¿Lo nota, estimado lector con cuanta elegancia y plasticidad el poeta nos retrata nuestro desierto y su entorno vital? La calma y silencio del desierto nos arropa y nos motiva; a la par se impone. Y fue en este ecosistema donde transcurre la vida, calvario y manifestación de Jesucristo y claro, su padre, Dios mismo. Para Angelus Silesius, la misma y propia deidad es el desierto, en uno de sus escritos se lee: “Yo debo subir aún más arriba que Dios, a un desierto”. Es decir, ir al origen, al principio de todo. Escribe Manuel José Othón: “La llanada amarguísima y salobre,/ enjuta cuenca de océano muerto,/ y en la gris lontananza, como puerto/ el peñascal, desamparado y pobre…”.

LETRAS MINÚSCULAS

¡Hermano y bello desierto! Cuerpo de mujer en llamas. Dedicaremos tres textos a explorar a este nuestro desierto, bello y único.