Café Montaigne 196

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Café Montaigne 196

No se le ve salida ni final a este túnel oscuro y sombrío de la pandemia del bacilo chino. No hay salida a la vista y sí más retruécanos y curvas cerradas. Curvas ciegas donde más negra es la oscuridad, sin luz ni un destello de luminosidad que anuncie la llegada del ansiado día. Días negros, días aciagos se siguen abatiendo sobre nosotros. De la crestomatía propuesta por un incapaz Hugo López-Gatell, hemos pasado a la más escandalosa y atroz realidad: más de 200 mil muertos y contando, por la mordida del bacilo chino de laboratorio. La cifra ya todo mundo lo dice en Europa, van 500 mil muertos en México.

Los muertos mexicanos deberían ser un factor de juicio en contra de Hugo López-Gatell y su patrón, Andrés Manuel López Obrador, los cuales cargan como fardo en sus espaldas lo anterior. Y sí, fueron rebasados hace mucho tiempo por una pandemia que trajo luto y desgracia a ya casi todos los hogares mexicanos. Somos el tercer país en el mundo en número de muertos. Y somos el penúltimo lugar de un total de 98 naciones en el índice de rendimiento del manejo sanitario elaborado por el Instituto Lowy. No hay salida del túnel. No se ve a corto plazo salida alguna.

¿Reafirmarnos en nuestra soledad y confinamiento, acaso eternos? Es una decisión dura, muy dura. Tan dura, como personal lo es. ¿A qué aferrarnos, cuál es la salida, cuál la esperanza sin ser huera y sí una opción real y a la mano? ¿A qué clavo aferrarnos? ¿A los clavos vivos y ardientes del maestro Jesucristo con los cuales lo clavaron en su madero de tormento en el Monte Calavera? ¿Aferrarnos a un intangible, como lo fue y es su palabra? Sólo su palabra. Pero al final de cuentas, un intangible, una voluta de humo la cual se evapora justo cuando la pronunciamos; pero es una promesa de vida eterna, muy lejos de esta vida terrena la cual nos mantiene de rodillas.

En mi caso, siempre he vivido de palabras. Las palabras son mi elemento. El mundo sin palabras, sin lenguaje, sin voz, no se me da. La vida son palabras, la muerte es un sepulcral silencio. Ensordecedor sí, pero al final de cuentas, silencio. Los poetas, los escritores vivimos de palabras. De nada más. Por eso debemos de creer en ellas, como una real y firme promesa de redención, bendición y abandono. Dicen los Salmos: “Los proyectos de su corazón subsisten de edad en edad, para librar de la muerte la vida de sus fieles, y reanimarlos de tiempo en tiempo”. (Salmos 32:11) en Mateo se lee: “Sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

Horas y horas de trabajo y sin pescar nada en el frío lago de Genesaret. Jesucristo entonces subió a una barca, la de Simón y le dijo, echara de nuevo las redes para pescar. Simón le espetó al maestro: “… confiado en tu palabra, echaré las redes”. (Lucas 5.1-11). Lo anterior no es nada lejano ni divorciado de los poderosos versos de Frederick Holderlin: “… Y los signos son,/ desde tiempos remotos, el lenguaje de los dioses”. Palabras que devienen signos, símbolos, lenguaje para iniciados. En una carta para tranquilizar a su madre, el divino poeta alemán el cual terminaría viendo visiones en su torre personal, le escribiría, “la poesía es la más inocente de las ocupaciones”.

ESQUINA-BAJAN

La propuesta de los colores de un semáforo para advertir sobre los peligros de la pandemia ha sido, como siempre, un galimatías. Hay tantos colores en el arcoíris como criterios de políticos al encender el color del semáforo personal que se prefiera. Somos como aquel viejo personaje de Carlo Collodi, el muñeco de madera llamado Pinocho. Pinocho, por tratar de calentarse los pies mojados, los pone en un pequeño fuego y terminan reducidos a cenizas. Se queda dormido, no se da cuenta porque es de madera. No siente. Mientras los pies de Pinocho (aquí el Norte, por ejemplo) arden, la cabeza y las orejas (el sur, por ejemplo) nada saben ni sienten. El pecho y los hombros del muñeco (el centro del país por ejemplo) ni enterados.

Así estamos en México: divididos, polarizados. Muertos en vida como un muñeco de madera. Ya nadie hace caso a los colores de un semáforo de advertencia que nunca, nunca funcionó. Nuestros males se acumulan como cuentas por pagar en nuestro escritorio. Todos sabemos, todo mundo lo sabe que la única salida que tenemos de todo esto es un sencillo motivo: la educación. Una sociedad preparada, educada, es una sociedad justa y ordenada. Con idea de justica y honor. Pero… con la pandemia y sus estragos (falta de dinero, el principal escollo), al menos 5.2 millones de niños y jóvenes ya no se inscribieron en el ciclo escolar 2020-2021 de acuerdo con nuevos datos de la “Encuesta para la Medición del Impacto de COVID-19 en la Educación”, presentados por el INEGI en días pasados.

Lea lo siguiente. Brutal: 26.6 por ciento de quienes no se inscribieron consideró que las clases a distancia son poco o nada funcionales para el aprendizaje. 25.3 por ciento señaló que alguno de sus padres o tutores se quedaron sin trabajo. Y 21.9 por ciento carecía de computadora o de conexión a Internet. De este tamaño es nuestro desengaño y de este tamaño es nuestro problema a corto plazo. Agregue usted a este coctel explosivo lo siguiente: en Campeche, en lugar de inyectar vacunas rusas de la firma “Sputnik”, a más de mil personas les inyectaron agua de horchata (martes 23 de marzo). Es decir, les administraron una vacuna “pirata”. Mientras Francia, Alemania, Bélgica, Noruega, Italia, vuelven a encerrase, México se va a la playa a beber “Sopa de bacilo chino”.

LETRAS MINÚSCULAS

¿Confinarse eternamente? ¿Encerrarse hasta morir? No lo sé. Cada quien debe hurgar en su interior y tomar una decisión al respecto.