Cadáver exquisito: Jugando en la cuarentena

Invitamos a ocho artistas y escritores mexicanos a participar en este ejercicio literario, un juego absurdo que nace en medio de la pandemia
Ilustración: ESMIRNA BARRERA

Hace un siglo, también en la década de los 20, un grupo de artistas entre los que se encontraban André Breton, Yves Tanguy y Benjamin Péret, comenzó a jugar con la creatividad, el absurdo y el azar.

Cadáver Exquisito, le llamaron estos surrealistas, a la técnica de crear de manera grupal un texto o dibujo usando reglas específicas en las que como constante se encuentra el desconocimiento del producto total hasta que se revela al final del ejercicio.

Emulando a dichos creadores de la vanguardia, en este medio homónimo planteamos un juego similar con ocho escritores, músicos y artistas mexicanos, tomando como base la surrealista situación de la pandemia que vivimos, el aislamiento y la cuarentena en específico, sin permitirle a ninguno ver más que el párrafo previo.

El resultado, como podrán leer a continuación, tiene algo de pies y de cabeza y es muy probable que se le encuentren brazos y hasta tronco, pero su forma en definitiva será difícil de discernir; sin embargo, el esfuerzo colectivo de Sylvia Georgina Estrada, Armando Alanís, Livio Ávila, Eugenia Flores Soria, Jesús de la Garza, Alejandro Reyes-Valdés, Ingrid Bringas y Miguel Canseco —en el orden en que sumaron su aporte, con el primer párrafo planteado desde esta redacción— propone una perspectiva relajada ante las cosas.

Cadáver exquisito

Olvidó que era lunes, igual que el día anterior. Su hija pasó nuevamente a dejarle la despensa de la semana; desde la puerta, sin entrar. Le entregó las bolsas y le saludó de lejos, mascarilla de por medio. Dentro todo permaneció estático.

Desempacó latas, paquetes y frutas. Lavó todo a conciencia. El proceso le tomó una hora. Agotado, salió a tomar aire al balcón. Al mirar hacia abajo vio a un hombre, ataviado con traje y sombrero, en medio de la calle desierta. Sintió el impulso de gritarle.

Se contuvo. Distraído, pasó una mano por las hojas del geranio y se metió al departamento. En la cocina, abrió una lata de sopa de elote y la puso a calentar. Comió despacio. Luego fue a su cuarto. Acostado bocarriba sobre el edredón, con las manos enlazadas en la nuca, miró el foco apagado del techo.

Toc, toc, toc. Tocaron la puerta. Por la mirilla, no se veía a nadie del otro lado. Tal vez se equivocaron de departamento, pensó. Regresó a la habitación. Volvió a adentrarse en sus pensamientos con la vista fija en el techo: la fiesta de cumpleaños a la que no fue hoy, el enojo al caer en cuenta que ya no podría regresar a ese lugar, las cosas estaban muy claras, fue algo
 Toc, toc, toc. Tocaron la puerta. Otra vez.

Con algo de fastidio, se paró de nuevo. Tomó el picaporte y quiso abrir. No funcionó. Empezaron a golpear la puerta. Su corazón se agitaba tan fuerte como la violencia de ese retumbe siniestro. Dio un paso atrás. ¿Era mejor abrir o quedarse así? El ruido cesó. Tomó unos minutos para respirar. Revisó de nuevo la mirilla. Nada. Trató de abrir la puerta. Parecía sellada bajo una fuerza extraña. La única ventana del departamento daba para la calle, cinco pisos arriba. Comenzó a gritarle a los transeúntes, pero nadie escuchó.

Entre el tumulto, un simio con maquillaje cruzaba la calle. Un peludo simio en falda abriéndose paso. Un simio ilustrado salía del salón de belleza, con un nuevo corte de pelo y dos hermosas conchas como pendientes de oropel.

Orgulloso el rostro, el andar audaz, parecía confiado en arrebatar miradas. Pero conforme avanzaba iba estropeándose la silueta a fuerza de indiferencia. Tal vez no se había percatado de que el mundo había dejado de ser el mismo.

La imagen de la memoria /
el mismo rostro que se desprende de la luz de la infancia /
la abstrusa calidez /
el ruido sordo de las cosas /
aquí estoy /
con el sueño encima /
llega de pronto el olvido

Comprendí finalmente que de nada me sirven los números precisos de la astronomía, debo regresar a los signos oscuros de la astrología, destruir el mapa de la razón, prenderle fuego con una oración olvidada, gritar con los ojos cerrados hasta que me escuchen los Dioses viejos enterrados bajo mi pecho.