Buenas noticias: ya pasaron dos años

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Buenas noticias: ya pasaron dos años

Andrés Manuel López Obrador, todo mundo puede tenerlo claro a estas alturas, es un individuo refractario a toda forma de autocrítica, pese a ser ésta un elemento esencial del pensamiento de izquierda al cual asegura encontrarse suscrito.

Muy lejos de la humildad y la moderación propias de un individuo reflexivo y orientado a la rectificación, el Iluminado de Macuspana se parece más bien a un autócrata de derecha, a un totalitarista para quien los principios de la democracia son útiles sólo de forma contingente pero se aparta de ellos en cuanto amenazan con obligarle a tomar decisiones contrarias a sus creencias, dogmas o traumas personales.

Decir lo anterior es indispensable como preámbulo para analizar el discurso recetado a los mexicanos por el Presidente el martes pasado, en conmemoración del segundo aniversario de su arribo al poder, es decir, del agotamiento del primer tercio del mandato para el cual fue electo.

No analizaré, aclaro, el contenido del texto, es decir, las cifras desgranadas por el mandatario a lo largo de los casi 42 minutos durante los cuales leyó –con buen ritmo, por cierto– las 4 mil 265 palabras contenidas en su mensaje. Me importa más referirme al tono, al ánimo del cual fue dotado el enésimo “informe” de un presidente a quien le encanta escucharse.

Ni una gota de autocrítica, ni el más mínimo asomo de reflexión, ni el menor atisbo de una posible rectificación en lo hecho hasta ahora. Ese ha sido, también debe decirse, el núcleo perenne en el discurso de López Obrador y por ello no puede asombrarnos identificar al triunfalismo como la nota distintiva en su alocución del martes pasado.

Convencido de su infalibilidad personal, el sumo pontífice de la transformación de cuarta no pierde tiempo en la revisión de su propia biografía porque no hace falta: si por asomo alguien llegara a encontrar un error en ella, este se explicará siempre a partir de la mala fe, la pertenencia a la mafia del poder o el ánimo conservador del retorcido juzgador.

Vale la pena destacar en este sentido, cómo ayuda al sostenimiento de tal discurso el rasgo más relevante en la personalidad de nuestro Perseo de Pantano: el cuidado con el cual ha construido su personaje. Adicionalmente, y complemento perfecto del elemento anterior, debe destacarse la disciplina con la cual lo representa de forma permanente.

En el libreto de su papel ocupa un papel central un ingrediente capital: el pastor del rebaño jamás da malas noticias. Para eso tiene a los fusibles de su equipo, a los individuos desechables, a los chivos expiatorios a quienes se cargará con el peso del fracaso.

Por ello, cualquier tropiezo, cualquier falla, cualquier error, incluso aquellos tildados de catastróficos en cualquier otro Gobierno, debe ser transmutado en éxito antes de ser abordado por el líder inmaculado.

De su boca no puede salir sino la explicación iluminadora sobre el acierto representado en lo hecho por la “T4” –a partir de su ejemplo inspirador desde luego. Cuando mucho, podría informársenos cómo las cosas habrían sido peores de no ser porque la generosa providencia nos puso a su hijo pródigo en el camino.

¡Y ni el perverso coronavirus puede modificar esta afirmación irrefutable! Mucho se esfuerzan los detractores malévolos en esgrimir lo contrario, pero los hechos reales, descritos por el Presidente, evidencian sin resquicio alguno para la duda la verdad única.

Así, la acumulación de casi 110 mil personas mexicanas muertas debido a la pandemia no puede, bajo ninguna circunstancia, considerarse un yerro, un fracaso o un tropiezo de esta administración, sino al contrario: la estrategia con la cual ha sido atendida la contingencia debe leerse como un éxito.

Y para ello no hace falta sino escuchar a su alteza serenísima describir, con una economía de lenguaje digna de mejores homilias, lo ocurrido en los últimos meses: “gracias al apoyo del pueblo, de las enfermeras y de los médicos que han puesto en riesgo hasta sus vidas, y a los directivos encargados de conducir toda esta estrategia, no nos hemos visto rebasados. Hemos procurado que a ningún enfermo le falte atención médica y hospitalaria, y hemos salvado miles de vidas”.

¡Hemos salvado miles de vidas!

Ahí está la síntesis del ideario con el cual ingresamos al tercer año del desastre representado por la transformación de cuarta: lo importante no es la contabilidad de lo perdido o retrocedido, lo importante es notar cómo, si no fuera por nuestro mesías redivivo, estaríamos peor… ¡mucho peor!

Nadie se fije, desde luego, en esa minucia discursiva repetida machaconamente a lo largo de las décadas durante las cuales nos ofreció exactamente lo contrario: con él en la Presidencia estaríamos mejor.

Al final, sin embargo, al menos hay una buena noticia en todo esto: ya pasaron dos años y entonces falta menos…

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3

 

carredondo@vanguardia.com.mx