Bombardeos

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El acto de amor entre Lisbel, muchacha sin ciencia de la vida, y Afrodisio, hombre salaz, terminó en un grandioso orgasmo simultáneo. Los dos amantes quedaron tendidos de espaldas en el lecho, poseídos por esa dulce languidez que invade el cuerpo –y el alma– de quienes han gozado a plenitud la entrega. “¡Qué hermoso fue esto! –exultó Lisbel–. ¿Será así cuando nos casemos?”. “No lo sé –respondió Afrodisio–. Depende de quién nos toque”… Don Blandino, señor de edad madura, empezó a usar corbatas de lazo. Le preguntó su esposa: “¿Por qué te ha dado por ponerte esas corbatas que parecen agujeta de zapato?”. Contestó don Blandino: “Me hacen sentir más joven, más fuerte, más firme, más viril”. Sugirió con tono ácido la mujer: “Entonces póntelas en otra parte”… Madame Faussaire, cartomántica, le adivinó el futuro a Pirulina. (El pasado cualquiera se lo podía adivinar con solo verla). Le anunció: “Llegará a tu vida un hombre”. Sonrió la muchacha y dijo: “Ya llegó”. “No me refiero a ése –opuso la vidente–. Hablo del que te entregarán en la clínica de maternidad dentro de ocho meses y medio”… Tiempos de la Segunda Guerra y de los blitz o bombardeos sobre Londres. Una noche empezaron a sonar en la heroica ciudad las sirenas de alarma que anunciaban la llegada de los aviones nazis. Lord Rummysot, que se había negado a dejar su casa en Lambeth, bebía en su estudio el enésimo whisky, asiduidad que lo había puesto en un estado cercano a la inconsciencia. Baco, ya se sabe, ha ahogado a más hombres que Neptuno. El mayordomo James acudió a bajar las cortinas de las ventanas y le dijo a su patrón: “Milord: las sirenas”. Respondió lord Rummysot flemático y zurumbático: “Que pasen”… Don Abraham le contó a Isaac: “Tengo  tres hijas. Sara, de 28 años, se llama así por su mamá. Rebeca, de 25 años, se llama así por su abuela. Y una niña de tres años que se llama Inés”. “¿Inés? –se extrañó Isaac–. ¿Por qué Inés?”. Explicó don Abraham, mohíno: “Por inesperada”… Ricarda, cuarentona célibe, era fea pero rica. O rica pero fea, según el ángulo desde el cual se aborde la cuestión. La conoció un sujeto apellidado Braguetto, de bigotito fino, cabello engominado y sonrisa untuosa. A los tres días de tratarla le pidió que se uniera a él en matrimonio. Le dijo la muchacha, suspicaz: “No lo niegues, Braguetto: te quieres casar conmigo porque tengo dinero”. “Todo lo contrario, Ricardita –contestó el avieso galán–. Me quiero casar contigo porque yo no tengo dinero”… Don Cornulio llegó a su casa inesperadamente y sorprendió a su esposa en ejercicio de cohabitación con Gasdé, el pintor que le daba clases de acuarela. Enarcó las cejas el cuclillo y declaró gravedoso: “Esto no me gusta nada”. Replicó el artista: “Tiene usted mucha razón, señor. Visto desde afuera el espectáculo no ofrece mucho atractivo estético”. (Acerca del tema comentó Voltaire: “Le plaisir est court et la position ridicule”)… Los padres de Pepito le habían explicado los misterios de la vida usando el viejo símil de los pajaritos y las florecitas. Un día la familia fue a una boda. El novio era hombrecito enclenque, escuchimizado, cuculmeque, en tanto que la desposada era una mujerona de estatura gigantea, membruda de brazos y de piernas, dueña de un tetamen capaz de guarir a un batallón de infantería y portadora de un profuso nalgatorio de la medida que hoy se llama super plus, king size o brut. Vio Pepito a la disímbola pareja y le comentó en voz baja a su mamá: “Se me hace mucha floresota para tan poco pajarito”… FIN.