Blanco sobre Blanco
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Blanco sobre Blanco
Salvador Aldape. In memoriam.
El terremoto humano ha destruido
mi corazón y todo en él expira.
¡Mal hayan el recuerdo y el olvido!
Aún te columbro, y ya olvidé tu frente;
sólo, ay, tu espalda miro cual se mira
lo que huye y se aleja eternamente.
Manuel José Othón
Es doloroso enterarse de la muerte de un artista que hace apenas unos meses inauguró, en la Alianza Francesa de esta ciudad, una breve pero densa exposición a la que llamó “Amores Imaginarios”.
Me refiero, por supuesto, a Salvador Aldape, quien abandonó la vida el anterior domingo, 23 de junio, según la información que me ha alcanzado tarde y lejos.
Había podido redactar, por fin, otras dos o tres prescindibles cuartillas sobre un tema insaciable: el amor, acerca del cual se ha pensado tanto, sentido tanto, sufrido tanto y escrito tanto.
No era la primera vez que pensaba y escribía sobre esa pasión demoledora. Y no sé si sea la última. Ni Platón, ni Schopenhauer, ni Stendhal, ni Alain Badiou, ni otro pensador ha acabado de definir lo que, en cualquier caso, es indefinible. La poesía habla un tanto más claro al respecto. Por lo demás, no pretendo definiciones. Sólo trataba de despejar alguna “personal” incertidumbre. Nada más.
El destino de ese texto era su publicación en estas páginas, el domingo anterior, precisamente. Hubo muchas dudas durante su escritura y momentos antes de enviarlo: no se trata de un poema sino de un texto “periodístico”, demasiado íntimo para ser considerado tal.
Muchos poetas, muchos pensadores, muchas vivencias rondaron en torno mío mientras trataba de componer un discurso más o menos coherente. Marcel Proust fue uno de esos autores. Todas las formas del amor griego –ágape, eros, filia- aparecen en su magna obra “En busca del Tiempo Perdido”, especialmente el segundo.
Tardíamente me entero de que, para la elaboración de las obras que constituyeron la exposición “Amores Imaginarios”, Salvador Aldape acudió a la investigación de algunos psicólogos, a ciertos estudiosos como Umberto Eco y a otros autores. También leyó a Proust, lo que no me extraña.
Al contemplar indirectamente y a destiempo algunas de estas obras plásticas –dos óleos y varios grabados- ciertos hechos desatan en mí un pequeño shock: a) el artista trabajó sobre ese apasionado tema durante un tiempo relativamente similar al que este escribidor invirtió en sus cavilaciones y pesquisas; b) el artista inauguró una exposición conformada por el producto de su reflexión plástica en torno del amor imaginario, el tiempo y la memoria; c) para nutrir su labor estética el artista leyó nada menos que a Marcel Proust.
“Amores Imaginarios” es un título que remite, además, al francés Marcel Schwob, autor de un libro célebre: “Vidas imaginarias”. Si hay “vidas imaginarias”, ¿por qué no habrían de existir “amores imaginarios”? No “imaginados”, sino “imaginarios”. Schwob inventa o reinventa vidas; Proust inventa e imagina amores.
A Salvador Aldape preocupó el tema del amor, pero también el del tiempo, el del binomio presencia-ausencia, el del misterioso olvido y, posiblemente, el de la muerte. Algo recurrente en su obra es, como sabemos, la ecología, el deplorable estado de salud de nuestro planeta.
Lo primero que me interesó en la obra que esta exposición mostraba es la libertad y la capacidad técnica que el artista ejercía en el taller de grabado. Porque ése fue su ámbito preferido: la gráfica, la estampa, el grabado.
Ésa fue la técnica que muchos grandes artistas mexicanos de los siglos 19 y 20 practicaron con una habilidad espléndida, desde José Guadalupe Posada hasta los integrantes del Taller de Gráfica Popular y los colectivos que proliferaron en los años 70 y 80 o los artistas individuales como Cuevas, Toledo y otros.
La influencia de esa tradición –convencional o contestataria- es evidente en el trabajo de Salvador Aldape. Lo interesante está en algo que es necesario subrayar: nuestro grabador sabe jugar y experimentar frente a una técnica que las nuevas tecnologías consideran “obsoleta”, como obsoleto parece casi todo a Digitalia: la hipercultura es el imperio del “like”, eso afirmaría Bjung-Chul Han.
Y el “like” de las redes no obedece sino a un rebaño que se ha entregado a sí mismo –gracias, redes; gracias, selfie!- al espejismo de la libertad, ajá, ésa que nos proporcionan el Neoliberalismo y su Big Data. Han dixit.
Al margen de lo interesante que resultan el arte digital y todas las hiper-transvanguardias, el dibujo, el papel, el grabado, la arcilla, la tinta… mantienen su obvia naturaleza de materiales, capacidades y soportes, sino también de flexibles y magníficos vehículos para la expresión artística. Los amores imaginarios, el devenir y el trastorno que todo eso causa en nosotros fueron para Salvador Aldape motivos que supo consignar en la placa y después en el papel, como lo hicieron sus ancestros renacentistas y barrocos, obsedidos por ese mismo amor y esa demencial idea del tiempo, cuyo flujo y “materialidad” seguimos desconociendo.
Y con el amor, el tiempo, la memoria y el olvido: el recuerdo. No es extraño que Salvador Aldape haya echado mano del autor que hizo de estos fenómenos –y otros- la materia prima de su obra “En busca del tiempo perdido”. Todos los volúmenes que componen esta novela monumental son justamente eso: la necesidad de recobrar las cosas, los hechos, los seres que se fueron. ¿O el intento de desprenderse para siempre de ello?
Los recursos del pintor son la línea, el color, la textura, las diversas combinaciones que puede explorar en su composición; los del escritor son otros. Pero Salvador Aldape supo llevar a espacios líricos su trabajo estético, lo que no es frecuente en las artes visuales: “Amores Imaginarios” es un ejemplo. La muestra es –fue- casi un libro de poemas plásticos que inicia con un título espléndido.
Cuando la técnica no se apoltrona en sí misma, cuando no se regodea en sus propios logros y se vanagloria de ellos: ése es un momento clave en la labor de un artista de cualquier índole. Salvador Aldape estaba a punto de llegar a esas alturas artísticas.
La muerte interrumpió su trayectoria vital y estética, pero todos esperamos que –con el apoyo de su familia- su obra, o parte de ella, sea recogida, registrada, clasificada y exhibida permanentemente en algún espacio destinado a ese propósito. Podría ser el Museo de Artes Gráficas.