¡Bienvenidos a la vecindad! El síndrome de doña Florinda

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¡Bienvenidos a la vecindad! El síndrome de doña Florinda

Aguante ese complejo de doña Florinda, pásele a lo barrido y váyase acostumbrando cuanto antes a esta nueva normalidad
Cierto que después de asaltarnos con una pandemia que ha comprometido la vida como la conocíamos, el 2020 difícilmente puede ya sorprendernos. Lo que tampoco significa que el muy hijo de perra deje de intentarlo con todo lo que tiene (¡y agárrese porque ya entramos en la recta final!).
 
Entre las muchas novedades de la presente temporada, hubo una que se celebró con júbilo en ciertos círculos intelectualoides, sobre la cancelación de todos los programas del finado y celebérrimo comediógrafo mexicano, Roberto Gómez Bolaños, entre cuyas creaciones se cuenta a El CHavo del Ocho, El CHapulín Colorado, El Doctor CHapatín y un CHingo de personajes más que pueblan su universo televisivo (o CHespiverso).
 
Me causó gracia ese alborozo teñido de superioridad intelectual con que algunos se cebaron en la noticia. Primero, porque es ridículo responsabilizar a un programa de t.v., por paupérrimo que sea su nivel, de la inopia y el atraso de un pueblo (o de todos los pueblos de América Latina). 
 
Como casi cualquier otra leyenda de la comedia en habla hispana, el Chespi tiene unos cuantos momentos memorables y muchísimos vergonzosos. Pero su humor no es más fino, ni más absurdo, ni menos imbécil que, digamos, el de Los Tres Chiflados (The Three Stooges), oriundos de Estados Unidos, país que es por definición el paradigma opuesto de Centro y Sudamérica (sólo en lo concerniente al desarrollo tecnológico, en el nivel cultural declaro un empate deplorable). 
 
Y en segundo lugar, si Chespirito salió de los canales abiertos y plataformas de streaming, será sólo por un tiempo, mientras los codiciosos herederos del pobre y hambreado Chavito llegan a un acuerdo económico con el mejor postor, pues la otrora casa de Gómez Bolaños, Televisa, se negó a refrendar un contrato de exclusividad.
 
Es obvio que no vamos a ver a Azcárraga y a sus accionistas en el transporte público en esta vida, ni en las dos subsecuentes, pero Televisa no atraviesa hoy su mejor momento y es por ello que no se animó a desembolsar los varios millones de dólares que exigían Chéspiro y Asociados. No se especifica cuántos millones, pero se sabe que al escuchar la cifra, a Emilio Azcárraga Jean le dio la famosísima garrotera.
 
En el 2014, el escritor argentino Rafael Ton publicó su ensayo titulado “El Síndrome de doña Florinda”, para intentar explicar el comportamiento e idiosincrasia de las clases medias y su relación, interacción y actitud hacia los grupos menos favorecidos -y hasta marginales-, con los que se ven obligadas a coexistir.
 
Si dejamos de pegarle al intelectual (mmdr), recordaremos que el personaje de doña Florinda era el único solvente, pagaba su renta y podía cumplir algunos caprichos de su hijo mimado (Federico) empero, por un revés de la suerte, tenía que vivir entre “la chusma”, lo que tanto le frustraba y alimentaba al mismo tiempo su complejo de superioridad.
 
De acuerdo con el autor, el clasemediero latinoamericano (lo que nuestro país llamamos “whitexican”) desprecia todo sesgo socioeconómico del proletariado para abajo, en la misma medida que admira a la clase alta y sueña vivir como los ricos. Más aun, tiene un miedo casi patológico a que se le confunda con la raza de sol, de la que busca desmarcarse a como dé lugar. De allí que le sean tan importantes el coche, las vacaciones, el tono de piel un poquito más blanco y tener a los niños en un colegio particular.
 
Muy a propósito de colegios particulares, este año y con motivo de los Juegos Pandémicos, muchos apurados padres de familia decidieron dejar de pagar colegiaturas e inscribir a sus chamacos horrorosos en algún plantel del tan temido y lumpen sistema educativo público. 
 
Ya sea porque los ingresos familiares se vieron severamente afectados, o porque vieron que no era redituable estar pagando una colegiatura mensual a lo pendejo por una educación a distancia, de dudoso valor didáctico, que exige además la constante supervisión de alguno de los padres, el caso fue que ¡Adiós, cole; hola, Esc. Prim. Fed. T.M.!”.
 
-“¡Niños, atención, este es Alexander, viene del Colegio Nostradamus y a partir de hoy se integra a la clase, por favor denle la bienvenida!”.
 
-“¡Hey, el nuevo se parece a Baby Yoda!”.
 
Y a partir de entonces, por decreto supremo de la escuela pública y todas las leyes en las que se funda su tradición, su bendición ha dejado de ser Paul Alexander Ramírez Tercero, para llevar en lo subsecuente (y muy probablemente hasta el día de su muerte) un remoquete en honor a cierto personaje de la Guerra de las Galaxias. 
 
En un año normal, su hijo sería también objeto de una iniciación ceremonial, consistente en una saludable dosis de pamba rusa a la hora del recreo y de la salida, todos los días durante un mes, más o menos, o hasta presentar un justificante firmado por el neurólogo. Pero estamos en el año de la pandemia y las clases no serán presenciales sino, como ya dijimos, impartidas por diversos medios a distancia, siendo uno de estos la televisión abierta, para lo cual el Gobierno Federal firmó un convenio de colaboración con las principales televisoras del país, una de éstas -obvio- Televisa (que ya tomó una bocanada de oxígeno con esos milloncitos del presupuesto).
 
De manera que, estimada whitexican, querido clasemediero con aspiraciones, parece que, pese a todos sus esfuerzos por evitarlo, el tesoro de mamá vino a caer justo en manos de la empresa donde Gómez Bolaños hizo carrera, el Canal de las Estrellas, hogar del mismísimo Chavo del Ocho.
 
Contenga sus ganas de llorar, reprima el impulso por despotricar contra la chusma. Aguante ese complejo de doña Florinda, pásele a lo barrido y váyase acostumbrando cuanto antes a esta nueva normalidad: ¡Bienvenidos, todos, a la vecindad!