Belleza y desgracia

Usted está aquí

Belleza y desgracia

Los naranjales levantan sus manos contra el cielo, se atajan el sol. Adentro un ventilador revuelve el aire caliente. La cesta de frutos yace exhausta luego de un viaje de kilómetros en sus verdes, rojos y amarillos.

Las habitaciones rehacen su geometría mientras ella repara la quebradura de los mangos de las tazas; en ellas se sirve el café resguardada en una esfera invisible. Sustancias desconocidas entran y salen de su cuerpo, reciben algo de su amor o le entregan la fuerza que requiere; hay sonidos finos en ese acto que no podemos ver.

Ella, de carne y de titanio, desliza un flan sobre la mesa larga y estrecha de nuevo, igual que ocurre desde hace más de 30 años. Belleza y desgracia ocurren en ese espacio. Solo sus dedos sobre la balanza inclinan el paisaje hacia la calma y al encanto clásico.

Fuego individual y pétalos en forma de media luna. Actos de amor que el viento barre hasta llevarlos a danzar en círculos sobre la tierra seca.

Los objetos de la casa arrojan sus sellos de jungla, de arena, de picos nevados, de ríos, de pinos o de furia.

El techo se descascara. La espátula deja caer hojuelas amarillas y beiges. Manos y rodillos albean el techo.

Tejidos de otro tiempo lucen sus caligrafías en pequeñas mesas o sobre los sillones antiguos y pequeños        que viajaron en barco desde España hasta un pueblo de nogales, y luego de varias mudas de piel, tienen su destino en esta casa donde cárdenos, reciben más cuerpos y sus historias.

Esqueletos de aves y carne de diversos seres del mar acompañan la mesa donde se habla igual de camionetas cargadas de armas de las que hay qué huir, que del mensaje del mar hecho de montes de fibras duras.

En esa mesa también se recuerda la ruta segura en el desierto de Coahuila de la que no es aconsejable salir, ruta delineada por botes de cerveza dejadas por los sedientos y que los autos siguen para no andar por suelo que desaparece vehículos con familias enteras dentro.

Se amansa el sol. Líquidos nutren naranjales y otros pensamientos de la tierra.

Letras verticales salen de la regadera. Se mitiga el ardor.

El rostro contra el pecho de la madre. Restitución. Las flores pulsan como ella, continúan en ese abrir. Desde su voz que se desoye, ella seguirá en ese florecer entre carne y titanio, seguirá  en su esfera invisible, donde alberga conversaciones que solo son para los oídos de las nubes.

claudiadesierto@gmail.com