Bell-bottomed jeans

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Bell-bottomed jeans

Hace un par de años, participé en un evento de música y poesía leyendo algunos de mis poemas. Al llegar escuché que tocaba un grupo de música country. Me invadió una sensación de mucho gusto y placer. De esas sensaciones que se me notan en la cara sin remedio. Hacía mucho tiempo que no escuchaba música country. Se me había olvidado cuánto me gustaba. Fue un rato de nostalgia, de esos momentos que envuelven y acaparan la atención de todo el ser. Me acerqué al organizador y le agradecí la sorpresa. No estaba planeado, pero lo recibí como un gran regalo de parte de la vida en ese momento.

Hace unos meses, tal vez un poco más, me topé con la lucha libre. Ya sé que tiene desde siempre, pero desde el año 1960, más que menos, no me había acercado. De pequeña veía la lucha libre con mi abuelo materno, “Pantan”, así le decía yo. Recuerdo la televisión en blanco y negro aún, el ring, los luchadores (rudos, técnicos, enmascarados algunos). El único nombre de luchador que recuerdo es Lord Layton. Tal vez si hiciera un poco de investigación, recordaría más. Ahora, por culpa de las redes sociales (y uno que otro factor más extraño), la lucha vuelve a figurar en mi vida.    

La música country y la lucha libre son partes de mi historia. Y hay veces que la historia pasada se cruza con la presente y parecen lanzarse hacia la historia futura. De nuevo tengo jeans acampanados que se arrastran en el suelo. No tengo duda que el tiempo no es lineal. Creo que serpentea. Entro y salgo de contacto con presentes, pasados y futuros, un flujo que no tiene edad.