Belén. Casa del Migrante

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Belén. Casa del Migrante

La fructífera vida y testimonio de Pedro Pantoja da para mucho más que dos modestos artículos periodísticos.

Hoy, su obra señera, Belén Casa del Migrante, padece el flagelo del COVID-19 y ha tenido que cerrar sus acogedoras puertas a nuevos migrantes. Urge que el Gobierno del Estado y el municipal cumplan con su deber y pongan en marcha albergues que hagan menos duro su paso por Coahuila.

La pandemia que azota al mundo entero debiera hacernos reflexionar. En el mundo actual, todo es global: los capitales, los saberes, la información, incluso la enfermedad y con ella, la muerte. Solamente los pobres, los débiles, los perseguidos tienen prohibido migrar para salvar sus vidas, para ganarse el pan con un trabajo que no consiguen en sus lugares de origen.

Los padecimientos a que se ven sometidas las personas migrantes no tienen fin. Lo mismo en este continente, que en el Mediterráneo o en Oriente Medio y Extremo. La ambición, también globalizada, saquea sin piedad los territorios de los pueblos, hundiéndolos en la miseria y luego se niega a recibirlos en el mundo de los ricos.

Los seres humanos estamos atrapados en un paradigma que carga los dados a favor de quienes lo tienen todo o casi todo y coloca en desventaja a quienes carecen de todo o de casi todo, así es, incluso, desde el lenguaje:

¿Por qué damos una connotación negativa, acaso despectiva, a las personas inocentes ingenuas o cándidas? Etimológicamente, inocente es el que no hace daño. Ingenuo significa libre, de buen linaje. Cándido significa blancura y por extensión, limpieza moral y franqueza.

Sin embargo, en nuestro imaginario, inocentes, ingenuos y cándidos son vistos como tontos, débiles, risibles, manipulables. Como perdedores. Por el contrario, los maliciosos, astutos, desconfiados y competitivos son considerados inteligentes, realistas y dominantes. Triunfadores.

Los hermanos migrantes son, por antonomasia, los débiles, los que han perdido todo. Según la narración bíblica, Egipto padeció siete plagas consecutivas y no se libró de ellas hasta que de mala gana permitió la liberación de sus esclavos hebreos. Esta metáfora nos viene bien para entender nuestro drama actual:

Mientras no liberemos de su esclavitud a la Madre Tierra cuyos bienes materiales e inmateriales: tierra, agua, atmósfera, energía y seres vivos explotamos sin recato para nuestro presunto provecho, seguiremos padeciendo plagas y flagelos. No existe ni existirá vacuna contra eso.

Mientras sigamos desdeñando la voz de los débiles, de los inocentes, de los ingenuos, de los cándidos; mientras sigamos creyendo que la competencia, la violencia, la malicia, la astucia, la desconfianza, son la llave de la felicidad, seguiremos, como los egipcios, padeciendo sucesivas plagas hasta desaparecer como especie. Bien lo supo Pedro Pantoja y actuó en consecuencia, amparando y dando cobijo a los más débiles entre los débiles.